Visita a los abrigos rocosos de Barandillas, Zipaquirá

Jazmín Algarra, Marcela Garzón, Sebastián Rueda, Paula Rodríguez, Ángel Barragán, Alexander Pedraza y Fabián Torres. Comunicación social y Periodismo Uniminuto
Ana Gonzales. Trabajo social Uniminuto
Martha Rivera.
Comunicación gráfica Uniminuto
Haydee Rivero Giraldo. haydee13@gmail.com Investigadora y docente Uniminuto. Antropóloga, Universidad de los Andes.


Cautivados por una maravillosa historia entre los terrenos y abrigos rocosos que reposan en las afueras de nuestro municipio decidimos abrir la puerta de entrada a maravillosas leyendas que tienen origen en nuestros ancestros, cámaras de mano, agua, ropa ligera, libretas y bolígrafos se convirtieron en nuestras herramientas para emprender este corto pero emocionante viaje.

Mientras hacíamos un recorrido de quince minutos en un vehículo junto a nuestra guía, escuchamos atentamente las historias acerca de los abrigos rocosos entre los que creció y vivió. Llegamos a una gran entrada y un camino en tierra, y al dar unos quince pasos nos encontramos con una casa que nos pareció habitada por nuestra acompañante.

Paso a paso continuamos el camino en tanto que frente a nosotros se alzaba una loma que tenía en su superficie una serie de grande piedras que parecían haber sido colocadas de manera premeditada, recorrimos un enlozado de piedra, era el llamado camino real por los antropólogos que han recorrido este lugar, tras continuar el camino montaña arriba hallamos una piedra llena de musgo y maleza y a pesar de esto sobresalía un nombre, probablemente escrito por un español. Más adelante caminamos hacia una gran pradera en la cual se encontraban unas piedras gigantes escritas con una tinta rojiza y claramente visible, sin embargo se ve el pasar de los años sobre ellas, escrita con símbolos y quizás ideas de miles de años atrás.

Decidimos escalar la montaña, el sudor refrescaba nuestra piel, nuestros cuerpos algo agitados y las mejillas sonrojadas a causa del sol nos hacían sentir que estábamos cerca de algo mágico. Al llegar a la cima nuestra guía señaló con su índice de izquierda a derecha el bello paisaje desde el que se divisaba Zipaquirá, allí observamos unas puertas abiertas por la montaña y no muy lejos la entrada a una gran piedra desde la cual luces de colores se posan de manera hermosa y algo extraña, exactamente a la media noche en un rincón del abrigo rocoso, nos explicaba como personas que han intentado entrar han quedado atrapadas al no encontrar la salida y caminar en círculos hasta el día siguiente obra de los dioses antiguos, de los sabios shamanes prehispánicos o quizá solo de un espíritu que no quiere nunca dejar de maravillarse.

Algo incrédulos mirábamos y escuchábamos con atención pero de pronto sentimos un cambio abrupto, como fieles guerreros centenares de abejas africanas salieron de sus panales, el sol se escondió, el mensaje fue claro, no podríamos subir a la entrada de la montaña. Rápidamente descendimos de aquella roca, sin embargo la lluvia no se hizo esperar, como gritos de furia en el cielo los truenos retumbaban de un lado a otro y el agua golpeaba fuertemente en nuestros rostros, nuestros pasos se precipitaban como la lluvia, como si los dioses de antaño quisieran apartarnos de aquel lugar sagrado, sentíamos los rayos que caían cada vez más cerca, corrimos y junto a nosotros los mismos rayos perseguían nuestra huida en la misma dirección como si fueran lanzas de fuego enviadas por aquellos que no querían nuestra presencia, el barro atrapaba las suelas de nuestros zapatos como si la misma tierra y el cielo se unieran para someternos a un castigo. Pronto llegamos a un refugio, tan solo a 10 metros de distancia golpeó fuertemente la tierra un luminoso un rayo, nos dejó estupefactos, la tormenta siguió durante una hora pero debíamos continuar, seguidos por los rayos que solo cesaron cuando nos alejamos de su territorio, de aquella TIERRA SAGRADA.

En Cundinamarca hay un lugar que se ha mantenido después de miles de años secreto, escondido.
Actualmente se llama Zipaquirá el municipio al que pertenece este santuario, tierra del sol,
de poderosos hombres que monopolizaban la sal, este producto lo intercambiaban por tejidos,
cerámicas, piedras brillantes y metales preciosos.
Entre arboles, pájaros, brisa suave y aire puro al igual que hace miles de años, tal vez con menos quebradas y lagos, tal vez menos plantas y flores, eso sí es seguro, comienza nuestra travesía.
El alma se siente llamada a explorar esta tierra donde aún se encuentran los espíritus
ancestrales de cientos de hombres, mujeres y niños que observan nuestro andar.
Mientras hacíamos un corto recorrido junto a nuestra guía escuchamos emocionantes relatos
acerca de diferentes tesoros escondidos en el cerro y mentes que perdieron la razón al verlos.
Caminando se ve un río, pero muchos otros de ellos secos ya, solo han dejado la huella de su
antiguo paso y nuestros pies recorren la ruta del agua que otros muchos antes recorrieron.
Caminos de agua cubiertos hoy por frondosa vegetación cuentan a gritos la historia de
un cazador, de un recolector, de un indígena muisca, de un zipa ansioso de poder, de otro
que como el zipa impone su lazo amarrando esta tierra.
A lo lejos la ciudad hoy también grita con una gran emoción que parece detener el corazón.
Contrasta la urbe en los venados que recorrieron estas praderas para protegerse de hambrientos cazadores, conejillos de indias y armadillos, perros mudos curadores de dolencias y calvos nos saludaban también.
Otras plantas, otros colores, otras formas, asensos y descensos, cansancios
y suspiros se adueñan del ambiente.
Los colores han cambiado, cada movimiento del sol y de las nubes pinta un paisaje nuevo
ante los ojos del espectador, cada amanecer, cada atardecer pintan una obra de arte que
quieres conservar para siempre en tu memoria.
Y de pronto como si se materializara de la nada, un empedrado, tan perfecto, tan visual, tan claro,
un camino antiguo de viejos sueños, de antiguos temores y de remotas búsquedas.
Las lajas en el camino más que insinuar, muestran la ruta entre fantasías. Vemos hombres cargados de sal para el intercambio, mujeres presentando prendas y niños intercambiando piedras de colores.
El camino se amplia, se ven lugares donde aun se presiente al nativo caminante, al soñador,
al gobernante intercambiando, exigiendo, castigando, atesorando…
Y un cambio de paisaje hace soñar encuentros, reuniones, risas y contactos.
Aun se escucha en el viento el pregón, la pregunta, el cuento, el mito, la leyenda.
Entre arboles sale a nuestro encuentro el fantasma de un cacique,
de un pueblo de una orden, de una madre de un mestizo.
Y en el camino la gran señal en piedra, contra la roca un mensaje de quinientos años atrás.
Pase por aquí, era yo un alcalde, tenia poder sobre el indio, sobre el español y sobre los mestizos.
Al caminar otro aviso mucho más antiguo decía sin decir, hablaba sin hablar
y nos hacía sentir en el alma su mensaje.
Aquí estuve hace miles de años, fui un hombre, un maestro, una mujer,
una madre, un niño alguien en busca de un sueño.
Al mirar la roca de nuevo, lo sentimos respirar, lo sentimos caminar y supimos
que al igual que él, nosotros también dejaremos una huella.
¡Sacrílegos! Escriben sobre mi legado, miles de años no pudieron destruirme,
y un insensato quiere borrarme para siempre.
Pero mi mensaje para ti es más fuerte, busco que me entiendas… ¿puedes leerme?
Aquí estuve, tan humano como tú, pero tan antiguo que no podrás creerlo.
Esta gran piedra es testigo de nuestro encuentro.
Mis diseños en la piedra son una historia en el tiempo, un susurro que grita fuerte desde el pasado.
¿Ves mis manos plasmando para ti un mensaje?, te dejo mi mente, mi labor, mis ideas.
¿Me ves recorriendo la montaña? ¿Me ves protegiéndome en el abrigo rocoso?,
¿me ves escribiéndote mi carta?
Mira mi casa, mira mis muros. Mira estas flores y hojas, se parecen a las que alguna vez también fueron mías.
Mira con mis ojos el camino.
Estas eran mis calles, mis pertenencias y mi paisaje.
El crudo invierno abrió la entrada de mi antiguo templo.
Desde entonces visitantes ajenos a mis raíces han merodeado por mis tierras.
Aves enormes vistan mi templo, quizás buscando a mis dioses, quizás buscando mis tesoros.
Estas nubes y cielo también me cobijaron, estos montes, este verde también me acompañó.
Mira el cielo, en él me veras volar.
En los ojos de tus amigos me veras reír, y allí volveré a vivír.
Cuando recorras tu camino, transparente a tu lado veras el mío, ese que tanto amé, ese que tanto cuidé,
ese mismo que puro te regalo hoy. Recorrelo, el agua era mi autopista, cuidalo como lo cuidé para ti.
Y a tu lado me oiras rezar.

 

abreu

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Cómo citar este artículo:

Algarra, Jazmín; Garzón, Marcela; Rueda, Sebastián; Rodríguez, Paula; Barragán, Ángel;
Pedraza, Alexander, Torres Fabián; Gonzales, Ana; Rivera, Martha y Rivero Giraldo, Haydee.
Visita a los abrigos rocosos de Barandillas, Zipaquirá.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/abrigosbarandillas.html

2014