Cuba


Notas sobre la presencia de figuras antropomorfas de arqueros en el Arte rupestre cubano

Divaldo Gutiérrez Calvache, divaldo2004@yahoo.es Racso Fernández Ortega,
José B. González Tendero
Instituto Cubano de Antropología. GCIAR Grupo Cubano de Investigadores del Arte Rupestre


RESUMEN

En este trabajo se realiza el análisis estilístico y morfo-tecnológico de los diseños del dibujo rupestre cubano, en los cuales aparece representado el motivo Arquero, contraponiendo estos elementos, con las evidencias artefactuales y etnológicas, que señalan la presencia de éste tipo de arma-herramienta, tanto en el oriente como en el occidente de Cuba. Así mismo, se efectúa una discusión alrededor del grupo humano de nuestro pasado, que pudo haber incluido dentro de su menaje el arco y la flecha, discusión que se acompaña de algunas referencias de los cronistas de indias sobre el tema en cuestión. El análisis anterior nos permite inferir que existen muchos elementos para apoyar el criterio de que los diseños donde aparece el motivo del Arquero puedan ser grafías elaboradas por los aborígenes cubanos.

INTRODUCCIÓN

El arco y la flecha, a juzgar por los numerosos registros arqueológicos encontrados en el mundo, fue un instrumento de vital importancia para la supervivencia del ser humano. Gracias a su invención durante miles de años el hombre lo utilizó para protegerse de los grandes predadores y al mismo tiempo le permitía obtener presas de mayor tamaño.

Esta útil arma-herramienta, perfeccionada a partir de la experiencia acumulada durante centurias, se materializaba en alcances superiores a los 175 metros, con una velocidad aproximada de 30 m/s y una fuerza de penetración de 3,5 Kg.; concediéndole al hombre la capacidad de matar a distancia con un riesgo menor para su vida -por ser más eficaz que la lanza arrojadiza- lo que representaba un constante aporte de alimento para su grupo.

El arco y la flecha apareció en el Paleolítico Superior entre los 35.000 y 10.000 años a.n.e. pues algunos estudios así lo sugieren; a juzgar por algunas puntas arrojadizas encontradas en yacimientos arqueológicos de los períodos Perigordiense y Solutrense con fechados que oscilan entre los 28.000 y 17.000 a.n.e. como las puntas de piedra de unos 21.000 años de antigüedad encontradas en la Cueva de Parpalló, en España, lo cual indica que estamos ante los primeros indicios de la utilización del “arco y la flecha”. Este hecho ha quedado confirmado con la reciente presentación del arco más antiguo del mundo (17.600 años) en el Museo Reiss Engelhom de la ciudad de Mannhein, en Alemania; la reconstrucción del arma basada en un fragmento de madera de pino de unos 0.40 m hace pensar a los arqueólogos que su longitud total fuese de 1.10 m.

También está suficientemente documentado que sobre este trascendental útil giró buena parte de la tecnología del Mesolítico europeo entre los 10.000 y 5.000 a.n.e.

“La perfección formal de los arcos mesolíticos sugiere que no fue posible su súbita aparición en el acervo cultural y tecnológico de uno o varios grupos humanos, sino que más bien, es el resultado de una evolución gestada en momentos anteriores y producto de un largo proceso de experimentación” (Muñoz 1999:29).

Otros arcos conservados en la actualidad, datan del 8.000 a 6.000 a.n.e. como el encontrado en 1991 por arqueólogos austriacos junto al “hombre de Otzi”; en los Alpes, entre las fronteras de Austria e Italia que es el más conocido.

Para los estudiosos del tema, existen numerosas representaciones en el dibujo rupestre levantino español; del Norte de Europa y en Baja California sur, México; donde aparecen figuras antropomorfas que hacen uso de esta tecnología o aparecen flechados con antigüedades calculadas de 20.000 y 9.000 AP. Lo que demuestra que el arco y la flecha constituyeron uno de los principales avances tecnológicos de los que disfrutó el hombre en esas regiones.

En Cuba la arqueología ha recuperado y acumulado evidencias que al parecer indican la presencia del arco y la flecha en la vida cotidiana de algunos de sus pobladores tempranos, sin embargo los investigadores han sido hasta hoy muy cautelosos a la hora de interpretar dichas evidencias.

¿Fue el arco y la flecha un instrumento utilizado con frecuencia en la paleohistoria de Cuba?; ¿Qué grupos humanos dominaron esta técnica en nuestro país?; ¿De dónde procede y en que momento llegó el arco y la flecha a territorio cubano?

En este trabajo, pretendemos hacer un primer acercamiento a la presencia, al menos en el occidente de Cuba, de un número no despreciable de grafías rupestres que representan figuras de arqueros, en un caso, sólo portando su arma-herramienta y en otros en plena faena de caza. Para este fin nos apoyaremos en todas las demás evidencias tanto artefactuales como etnológicas, las que nos permitirán responder algunas de las interrogantes que marcaron el objetivo inicial para este tema de investigación.

LAS REPRESENTACIONES DE ARQUEROS EN EL DIBUJO RUPESTRE CUBANO.

Los sitios que nos ocupan se conocen por los nombres de Solapa del Arquero o de Cojimar,la Cueva de Las Avispas o Montané y la Cueva del Toro. Todas se encuentran relativamente cerca unas de otras (figura 1), aunque existen entre ellas evidentes diferencias morfo-tecnológicas en la ejecución del motivo “arquero” en las grafías.

Para este estudio hemos creído oportuno emplear el término motivo(1) acuñado por el Dr. José Manuel Guarch (1987:67) por permitirnos representar la unidad básica del diseño como concepto ideográfico de lo que se pretendió expresar por el hacedor.


Fig. 1. Ubicación geográfica de las estaciones
rupestres cubanas donde aparece el motivo arquero
.

Solapa del Arquero o de Cojimar, Habana del Este

El internacionalmente conocido poblado de Cojimar, sitio desde el cual partía cada mañana el inmortal escritor norteamericano Ernest Hemingway en busca de una buena pesca, nos vuelve ahora a convocar, pero por motivos muy diferentes.

Ya en la década de los 70 durante las labores de prospección arqueológicas en la costa norte de las provincias de La Habana y Ciudad de La Habana, desarrolladas por el Departamento de Arqueología del Instituto de Ciencias Sociales se tuvo conocimiento de la existencia de una pictografía de “un hombre con un arco” en una solapa o abrigo rocoso en el poblado de Cojimar, pero fueron infructuosos los esfuerzos por ubicarla (Aída Martínez, com. per.).

No es hasta iniciado el tercer milenio que esta pequeña solapa fue reubicada por los miembros del Grupo de Ecología Jorge Ramón Cuevas de la Sociedad Pronaturaleza, lo cual nos fue notificado por  ellos en el mes de septiembre de 2003 (figura 2).

Esta solapa se encuentra ubicada en la margen occidental del Río Cojimar en la ladera oriental de la Sierra Urria; esta cavidad es de escaso desarrollo y presenta una longitud de 10 m. de ancho y una profundidad máxima de 3 m. aproximadamente. El puntal alcanza apenas los 6 m. por lo que la pictografía se localiza en la pared sobre un pequeño promontorio en el extremo Sur de la misma.

Fig. 2. Imagen pictográfica del arquero de la Solapa de Cojimar, Ciudad de La Habana, Cuba, en el año 2003
(Foto gentileza del Grupo de Ecología Jorge Ramón Cuevas, Sociedad Pronaturaleza).


Cueva de Las Avispas o Montané, Quivicán

Esta cueva de unos escasos metros de longitud está formada por una pequeña dolina cuyo piso lo integran las rocas del propio derrumbe que le dio origen. Dicha cavidad presenta su mayor desarrollo en el eje Este - Oeste.

La misma se localiza cerca del poblado de Quivicán, en la provincia Habana y según reportes consultados, fue visitada por primera vez por el Grupo Espeleológico José Martí en 1964, momento en el que se reporta el petroglifo antropomorfo de 0.22 m de altura que se ubica en su pared Sur (figura 3). Unos meses más tarde vuelve a ser visitada, esta vez por el Espeleo Club Universitario en el cual participaba el espeleólogo Federico Sulroca antiguo miembro del espeleogrupo José Martí; en ambas oportunidades fueron entregados informes de exploración, primero en el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba y en la segunda ocasión en el Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana (Tabio 1970:65-66).

Fig. 3. Imagen petroglifica del arquero
de la Cueva de Las Avispas, Quivicán, La Habana, Cuba.

Varias décadas después, la gruta es nuevamente visitada por los arqueólogos del Centro de Antropología y el Grupo Espeleológico Combate de Moralitos de la Sociedad Espeleológica de Cuba (SEC), con el objetivo de analizar e intentar definir su filiación cultural -a lo cual nos referiremos en otro tópico de este trabajo- y a su definitiva inclusión en el Censo Arqueológico Nacional. También se procedió a realizar el calco del petroglifo lo que permitió completar la visión que se poseía de éste (La Rosa 1992:1).

Cueva del Toro, Guara, San José de las Lajas

Las Cuevas de La Charca o Guara (El Aguacate, Los Muertos, Los Matojos o del Plátano, La Jía y del Toro) se localizan a unos escasos 4 Km. del poblado que les da nombre y a unos 18 Km. de la costa meridional de la provincia de La Habana, en el municipio de San José de Las Lajas.

La cueva presenta varias entradas formadas por cuatro dolinas de derrumbe. La primera, conocida como Alta, es pequeña y conduce directamente al Salón de Las Pinturas; la segunda, que es la mayor, se denomina Principal y divide a la espelunca en dos sectores comunicados a través de corredores y gateras hasta la cuarta o de las dos Casas que separa al último salón del anterior; la tercera o de las Palmas, también de pequeñas dimensiones, se localiza paralela a las galerías que conducen al final de la gruta.

Fig. 4. Mural pictográfico donde se aprecia la figura del arquero
de la Cueva del Toro, Guara, La Habana, Cuba.

Por todo lo anteriormente explicado, aún cuando geomorfológicamente estamos ante la formación de una sola espelunca, coincidimos con la apreciación del Dr. Núñez Jiménez al denominar a cada uno de los sectores como estaciones rupestres independientes -Cueva de los Matojos, Cueva de la Jía y Cueva del Toro- es decir que las dolinas, al mismo tiempo que delimitan, dan acceso a cada una de las estaciones(2).

Para nosotros lo más trascendente de las pictografías en negro de estas espeluncas lo constituyen, sin lugar a dudas en estos momentos, las “escenas de caza” que se repiten en dos de ellas -El Toro y El Aguacate- y en particular el motivo del “arquero” en plena faena de su actividad cotidiana, como expresión de la responsabilidad contraída con el colectivo humano al que pertenecía (figura 4).

El motivo al que hacemos referencia, se localiza en el Salón de Las Pinturas que agrupa a cinco de ellas. En el mural, aparecen dos figuras antropomorfas una de las cuales blande en su mano un arco cuya cuerda parece estar distendida y su otro brazo totalmente hacia atrás (figura 4). Esta escena se ha descrito de la siguiente forma al decir de Arrazcaeta y García “un arquero le lanza su flecha a una posible ave en vuelo” (Arrazcaeta(3) y García 1994:27); por su parte el Dr. Núñez Jiménez en su trascendental obra “Cuba: Dibujos rupestres” (1975) señala: “la figura de la izquierda posee un arco, en su brazo derecho” (Núñez 1975:102).

SOBRE OTRAS EVIDENCIAS EN CUBA VINCULADAS
A LA PRESENCIA
DEL ARCO Y LA FLECHA

Algunos colegas nos han sugerido que puede parecer innecesario para el fin propuesto y sus objetivos, nuestro marcado interés por dejar probado que las culturas aborígenes de Cuba utilizaron el arco y la flecha. Si embargo, nada mas lejos de nuestra percepción del problema enfrentado en este trabajo, pues gran parte de la nebulosa que rodea a la ubicación crono-cultural de los motivos de arqueros del dibujo rupestre cubano, esta dada precisamente por la poca atención que se le ha prestado a las evidencias que sugieren la presencia de esta arma – herramienta dentro de la industria aborigen del país.

Es por ello que a partir del criterio antes expuesto y atendiendo a la experiencia internacional, así como basados en la nuestra sería oportuno dedicarle mayor atención y tiempo al estudio experimental y traceológico de las “puntas de proyectil(de impacto, choque o percusión, de penetración y mixtas)(4) de concha y lítica de los grupos humanos que habitaron las regiones oriental y occidental del país, con dimensiones que alcanzan escasamente entre los 0.02 y los 0.06 m de longitud, lo que las convierte en especiales candidatas para “puntas de flechas”.

Esta cuestión que puede parecer lógica e incluso estar implícita en la denominación con que se catalogan “puntas de proyectil(figura 5), hasta la fecha no ha sido expresada categóricamente en la generalidad de las monografías publicadas en el país (Tabio y Rey 1985: 36 y 78; Dacal & Rivero de la Calle 1986: 92 y 11 y  Moreira 1999: 62 y 86).

     

A                                               B                                                 C

Fig. 5. Puntas de impacto o penetración. (A) de concha y líticas,  Colección Instituto Cubano de Antropología,
(B) de concha del sitio arqueológico Punta de Macao, Ciudad de La Habana, según Izquierdo y Argüelles
(1988: 230-231) y  (C) líticas el sitio arqueológico Playitas en Matanzas, según Dacal y Rivero (1986: 113).
                  

Por sólo citar dos ejemplos, en la importante obra “Arqueología aborigen de Cuba” de los destacados investigadores Dres. Ramón Dacal y Manuel Rivero de la Calle (1986), al mencionar las industrias líticas y de concha de los grupos “pretribales y tribales”, se reconoce la presencia de estos útiles instrumentos -las puntas de proyectil- en las labores cotidianas y de subsistencia, pero al mencionar las actividades económicas y en particular la caza no se hace referencia a las técnicas empleadas omitiéndose así el posible empleo del arco y flecha:

Como cazadores, recolectores y pescadores, los hombres de esta etapa capturaban y consumían más o menos las mismas especies que los preagroalfareros”(Dacal y Rivero de la Calle 1986:111)La industria de la piedra tallada de esta etapa posee gran número de puntas…la industria de la concha de estas comunidades está representada con suficiente amplitud dentro de los sitios por gubias, puntas...” (Dacal y Rivero de la Calle 1986:92 y 113).

Más recientemente, en el excelente texto “La Sociedad Comunitaria de Cuba” de la Dra. Liliam Moreira (1999) sucede algo similar al abordar la temática de los medios empleados para el aprovisionamiento de alimentos por parte de los grupos antes mencionados:

Los métodos que utilizaron para capturarlas (las aves)(5) debieron ser muy variados: trampas, nudos corredizos, imitación de sus cantos y otros ingenios del intelecto humano” (Moreira 1999:62)...” “Practicaron la caza sistemática de la jutía y de otros roedores, de iguana y de algunas aves”(Moreira 1999:86).

La relación de estas “puntas de proyectil” con el uso del arco y la flecha en nuestro pasado, sólo ha sido admitida por los investigadores Gerardo Izquierdo y Lorenzo Argüelles en su artículo “Los instrumentos y artefactos de concha en la pesca y la caza del sitio arqueológico “Punta de Macao” aparecido en el Anuario de Arqueología (1988), donde al comentar la cuantiosa presencia de éste importante útil en el yacimiento, tanto en los niveles de ocupación pretribal como tribal, apuntan:

La puntas llamadas de penetración, dadas sus condiciones aerodinámicas, resultan igualmente ideales para la caza con arco y flecha, por ejemplo, de diferentes especies de aves u otros animales terrestres como la jutía” (Izquierdo y Argüelles 1988:226).

Para más adelante agregar lo siguiente:

Por su forma, consideramos que las puntas debieron ser enmangadas quizá de una forma determinada o, más bien, engastadas en varas, astiles, arpones, flechas, mangos, etc., con el objeto de hacerlas más efectivas a la hora de su utilización en la obtención de cada especie” (Izquierdo y Argüelles 1988:227).

En éste momento del análisis, y olvidándonos de las evidencias factuales como las puntas líticas y de concha antes comentadas, nos parece también oportuno recordar el hallazgo realizado en la primera década del pasado siglo en la Laguna de Malpotón en Pinar del Río. En el recorrido que realizara el destacado arqueólogo norteamericano Mark R. Harrington por ese territorio en 1915, recuperó una flecha de madera (figura 6), la que fue descrita de la siguiente forma:

La única flecha aborigen que vimos en Cuba está ilustrada en la fig. 103, igualmente hallada en el lago. Con una extensión de 3 pies 5,2 pulgadas, tiene un diámetro máximo de media pulgada y termina en una punta cónica que presenta vestigios de haber sido alisada”…“el resto de la flecha, que es de una madera dura y negra...” “la entalladura para colocarla en la cuerda del arco es muy ligera y en el extremo inferior de la fleches apenas si hay lugar para hacer presión con los dedos” (Harrington 1935:248).

Según la opinión reconocida de este investigador tanto la flecha como el resto de los utensilios de madera, así como los artefactos de piedra recuperados en las lagunas de Malpotón y de Los Indios en Remates, Pinar del Río, pertenecen a la cultura más primitiva que ocupó este territorio (Harrington 1935:248
y 252
).

Fig. 6. Flecha localizada en la Laguna de Malpotón, Pinar del Río y recuperada
en el área por el arqueólogo Harrington en su visita de 1915 (Harrington 1935, fig. 103).

Sin embargo, este suceso no es el único de su tipo que registra la arqueología cubana, pues hace unos años fue reportado por el colega Julio A. Amorin, el hallazgo de una flecha, al parecer aborigen, en la década del 60 de la pasada centuria en la Laguna del Tesoro de la Cienaga de Zapatas, Matanzas:

“Diversos objetos colectados en zonas de turba o suelos fangosos que le sirvieron de protección atestiguan: Una flecha de cuaba de 50 cm. de largo, hallada cuando se construyo la zanja de Venero Prieto. Una vasija navicular, tres bastones de mando, azagayas y un cucharoncillo, en la Laguna del Tesoro” (Amorin 2003: 3)

En la arqueología debemos ser muy cautos en nuestros planteamientos así que tenemos que pisar con pie firme cuando lanzamos una hipótesis de trabajo, lo cual no está divorciado con la idea de que se realicen acercamientos a un tema determinado o se analicen un conjunto de variables, que nos permitan adelantar propuestas y nos enfrenten al fenómeno estudiado o, como ha sucedido, prefiramos seguir ignorándolo o reconociéndolo a distancia.

Creemos que en esto radica la posición asumida hasta ahora por los arqueólogos cubanos, en este sentido, han preferido no adentrarse en el tema, asumiendo que los cronistas no visitaron prácticamente el occidente del país y por ello los comentarios sobre sus habitantes son bastante escasos y no se menciona este útil. Por el contrario para la región oriental, donde estos son más profusos, no existe una sola mención al herramental que nos ocupa.

Sin embargo, para Cuba, la evidencia está ahí y no debemos seguirla ignorando después de cuarenta años; resulta interesante que de las 206 estaciones rupestres reportadas en el país, sea en tres, donde único se han reportado imágenes que ilustran a un arquero y que precisamente estén localizadas en las provincias habaneras donde los elementos aportados por la arqueología también lo sugieren, como lo hemos comentado, pues fue una región habitada por grupos de sociedades pretribales que basaban su economía en la apropiación de la pesca, la caza y la recolección pero, para muchos, supuestamente carentes de esta importante y eficiente tecnología.

LAS ANTILLAS: EL ARCO Y LA FLECHA EN LAS CRONICAS DE INDIAS.

Llama poderosamente la atención el hecho de que los relatos de las Crónicas de los europeos en el primer viaje de descubrimiento, no mencionen la presencia de este importante útil durante el recorrido realizado por las Islas Lucayas o Bahamas -Guanahaní, Turcos y Caicos, Inagua, etc.-, el sector oriental del territorio nacional -Bariay, Baracoa y Maisí- y la costa norte de La Española -Isla Tortuga, Punta Isabélica, Puerto Plata, etc.- hasta que al llegar a la Bahía Escocesa en la Península de Samaná (figura 7), es reconocido y descrito.

Según Colón y los hombres que lo acompañaban en 1492 al visitar la zona geográfica que hoy conocemos por las Islas Lucayas, Cuba y la porción noroccidental de La Española, sus pobladores solamente empleaban como medios para la defensa las azagayas, hachas de piedra, una especie de maza y las “macanas-como una espada de madera dura- que los registros arqueológicos se han encargado de confirmar con las distintas evidencias recuperadas (figura 8). 

   

Fig. 7. Área geográfica ocupada por los grupos culturales que dominaban
la técnica del arco y la flecha en las Antillas según los Cronistas.

Aunque desde los primeros encuentros con los nativos que habitaban las islas al norte de Cuba se hace referencia a las azagayas que estos portaban(6), vamos a referirnos concretamente al comentario realizado por el Almirante sobre lo que vio en la región de Baracoa el día 27 de noviembre tal como lo relata en su bitácora:

viniendo así por la costa á la parte del sueste del dicho postrero río halló una gran población, la mayor que hasta hoy haya hallado, y vido venir infinita gente á la rivera de la mar dando grandes voces, todos desnudos con sus azagayas en las manos” (Colón 1961:105).

El diario de Colón es muy rico en comentarios y descripciones relacionadas con la manera en que él percibió la forma de ser y pensar de los aborígenes que encontró en el primer viaje, así el día 3 de diciembre refiere:

Que diez hombres hagan huir á diez mil: tan cobardes y medrosos son que no traen armas salvo unas varas, y en el cabo de ellas un palillo agudo tostado” (Colón 1961:113).

Sin embargo, como ya hemos apuntado en párrafos anteriores, resulta interesante que entre los días 13 al 15 de enero de 1493 finalizando el viaje y particularmente durante su estancia en la zona noreste de Quisqueya (La Española) próxima a la Bahía de Samaná, poblada por los Ciguayos -según Las Casas- el Almirante comenta que vieron muchos indígenas con arcos y flechas, algunos de los cuales fueron intercambiados por la tripulación que lo acompañaba:

Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra, é hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un(7) muy pesado, que traen en lugar de espada, los cuales después se llegaron á la barca, y la gente de la barca salió a tierra, y comenzáronles á comprar los arcos y flechas y las otras armas” (Colón 1961:184-185).

Fig. 8. El arqueólogo Dr. José Manuel Guarch con una
azagaya localizada en una cueva de la región de Baracoa,
Guantánamo, Cuba (Guarch 1978: 256).

Así el día martes 15 de enero compara los arcos de los nativos y describe la forma y partes que componen las flechas:

Los arcos de aquella gente diz que eran tan grande como los de Francia é Inglaterra(8): las flechas son propias como la azagayas de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura una vara y media, y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio, y en cima de este palillo algunos le injieren un diente de pescado y algunos y los mas le ponen allí yerba, y no tiran como en otras partes, salvo de una cierta manera que no pueden mucho ofender” (Colón 1961:188).

Ya en el segundo viaje la presencia de los arcos y flechas, así como de “los flecheros”, tienen un protagonismo importante en los sucesos que transcurren entre los días 13 al 18 de noviembre de 1494 en que visitan las Islas de Guadalupe e Islas Vírgenes hasta arribar a Borinquen (Puerto Rico); por lo que a continuación expondremos algunas citas a modo de ejemplo:

“Con mucha osadía (los Caribes)(9) pusieron manos á los arcos, también las mujeres como los hombres; é digo con mucha osadía porque ellos no eran mas de cuatro hombres y dos mujeres, é los nuestros mas de 25, de los cuales firieron dos, al uno dieron dos flechadas en los pechos é al otro una por el costado” (Álvarez en Portuondo 1977:72)

En otra ocasión en la carta dirigida a Jerónimo Annari comentándole el atribulado segundo viaje Miguel de Cúneo, el navegante saonés amigo de Colón, apunta:
                                   
Además, llevan arcos muy gruesos (Los Caribes)9, parecidos a los arcos ingleses. Las cuerdas son de la antedicha hierba, las flechas son de junco, el hierro es de madera fortísima, hecho a manera de huso, el cual meten dentro de dicho junco y lo atan fuertemente, y las plumas son de alas de loro; con esas flechas logran una gran pasada” (de Cúneo en Portuondo 1977:40).

Por su parte otro destacado cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, en su “Historia General y Natural de Las Indias” al referirse a los indígenas que ocupaban la región Noreste de La Española, señala que los ancestros de los ciguayos procedían de algunas de las “islas cercanas a los flecheros” (Fernández de Oviedo 1851:67).

De particular relevancia resulta la referencia realizada por el Padre Las Casas sobre una ceremonia o festividad que se le dispensó a Bartolomé Colón por parte del Cacique Behechio -señor del cacicazgo de Xaraguá y hermano de Anacaona- durante la visita efectuada a la región centro occidental de la Española, cercana a la hoy ciudad de Port -au- Prince, al decir:

…tuvieron concertado en la plaza del pueblo hacerle otras muchas maneras de fiestas, así llevaron al D. Bartolomé Colón y cristianos a verlas. Estando en ella salen, súbitamente dos escuadrones de gente armada con sus arcos y flechas, desnudos empero, y comienzan a escaramuzar entre sí” (Las Casas 1929:456, T. 1, Cap. CXIV).

Ante toda esta evidencia hay que dejar establecido que los cronistas presenciaron y describieron el uso del arco y la flecha en nuestra región; arco y flecha que como refiere de Cuneo (de Cuneo en Portuondo 1977: 40), eran de buena y efectiva terminación, lo que supone un largo proceso de aprendizaje y perfección de esta arma – herramienta dentro de estos grupos culturales.

Para concluir la descripción de todos los elementos que hemos reunido a favor de que el arco y la flecha fue un arma – herramienta utilizada con cierta generalidad por los grupos aborígenes de Cuba y las Antillas Mayores, baste señalar que la arqueología de la región se ha encargado de demostrar que el caso cubano no es una individualidad.

También es conocida la evidencia pictográfica que muestra un arquero en una estación del Parque Nacional del Este en la República Dominicana, hallada en los años 80 del siglo XX por el Dr. Abelardo Jiménez Lambertus (figura 9); lo curioso de este caso, es que al igual que en la Cueva del Toro, la primera impresión de un observador es que dicho arquero intenta derribar un ave en vuelo, aunque en este caso ambas representaciones (arquero y ave) se encuentran dibujadas en columnas litogenéticas con varios metros de separación y en planos diferentes lo que nos hace recordar los árboles del bosque.

A partir de la información brindada por los cronistas, procedimos a la ubicación geográfica tentativa de los grupos humanos portadores de la tecnología que nos ocupa, para poder analizar sus posibles relaciones étnicas y así, de éste modo, intentar reconstruir la dispersión geográfica del arco y la flecha en la región, lo que se ilustra en la figura No. 7.

Fig.9. Pictografía representativa de un arquero del Parque Nacional del Este,  
República Dominicana. La flecha señala, la pictografía de un ave.
(Foto gentileza del Dr. Abelardo Jiménez Lambertus del Museo del Hombre Dominicano)

SOBRE LA FILIACIÓN CULTURAL DE LAS GRAFÍAS: UNA DIFÍCIL TAREA

Hasta aquí hemos ilustrado al lector sobre todas las evidencias que hemos logrado reunir las que de una forma u otra apuntan hacia la presencia y dominio del arco y la flecha, por alguno o algunos de los grupos humanos tempranos de nuestro archipiélago; sin embargo, aun cuando los elementos analizados sustentan esta hipótesis, la definición cultural, origen, establecimiento, evolución y cronología de los diseños rupestres del motivo arquero; en las condiciones cubanas sigue siendo una tarea difícil para la interpretación arqueológica.

Aun así, la evaluación de las características estilísticas, morfológicas, tecnológicas y espaciales del dibujo rupestre referible al motivo del arquero, pueden ser un vehículo que nos acerque a la realidad histórica de nuestro pasado, de ahí que, en las próximas líneas, intentaremos buscar respuestas a esta problemática.

En las tres imágenes asociadas a este motivo, tenemos representaciones distintas de una misma acción, que es el reflejo de una economía que utilizaba la caza como una manera complementaria de propiciar el alimento necesario, aunque también esta depurada técnica era empleada como medio de defensa ante la presencia de un agresor foráneo.

Si bien como hemos señalado en párrafos anteriores, se reconoce cada vez más, que desde épocas muy tempranas las sociedades pretribales habían alcanzado esta invención, también constituyó una característica básica de las sociedades tribales del tronco lingüístico Arauco en nuestra propia área geográfica y muy similares -al menos- a los pobladores de la región oriental del país, sustentadas en una economía productora de alimentos. Al mismo tiempo la etnología ha demostrado que en los grupos tradicionales actuales, del propio tronco lingüístico, los niños desde edades muy tempranas se inician en el complejo mundo de los arcos y las flechas; su dominio les permitirá no sólo la caza de una presa en movimiento, sino la pesca, minimizando el efecto óptico conocido como refracción, que es producido por el cambio de la visualización del objetivo del medio aéreo al acuático.

Según hemos podido apreciar, existen algunas similitudes en el patrón de selección de los espacios donde se ejecutaron los motivos en las tres estaciones. Las Cuevas del El Toro y Las Avispas son de pequeñas dimensiones y los arqueros se localizan en salones cuyo desarrollo mayor se produce en el eje Este-Oeste, y accedemos a ellas directamente a través de una dolina; en ambos casos las imágenes se encuentran en áreas de penumbra. Por su parte la Solapa de Cojimar también es pequeña, y alcanza una profundidad de 3 m. El dibujo se ubica en la pared con orientación al Norte permaneciendo iluminado prácticamente todo el día.

Al realizar el análisis morfo-tecnológico y conceptual de los tres “arqueros” éste nos permite obtener los siguientes elementos:

En primer lugar, llama poderosamente la atención el hecho de que mientras en la Cueva del Toro “el arquero” ocupa una posición central dentro de la escena representada, en los otros dos casos, permanece en solitario como único representante del mensaje que se pretendió transmitir. ¿Estaremos a caso frente a un marcador de los “espacios y fronteras territoriales”? Lamentablemente ésta será una de las interrogantes que tendrá que esperar por investigaciones posteriores.

En segundo, la observación detenida de los tres motivos con el ánimo de analizar morfológica y dimensionalmente a los arcos, tomando como referente las descripciones de los cronistas y los ejemplares que de ellos se conservan en las otras áreas del continente vinculadas, nos permite apuntar que en los tres casos la figura del arco se corresponde proporcionalmente con la mitad del cuerpo del arquero.

En tercero, para dibujar el motivo de la Cueva del Toro se empleó una tintura(9), en el caso de la Solapa de Cojimar aparentemente se realizó por aplicación directa del carbón al soporte, sin embargo, en la Cueva de Las Avispas la figura se ejecutó mediante el rayado de la pared de la dolina.

Y en cuarto, aún cuando todos los motivos están ejecutados de manera muy esquemática, la forma del primero -siguiendo el mismo orden del párrafo anterior- es de factura muy simple, sus trazos son cortos y las extremidades superiores e inferiores se indican por segmentos de recta donde el arco se presenta de manera simétrica con líneas curvas o por un óvalo, además de que el hacedor demuestra no tener preocupación por las proporciones y la imagen parece descansar de la tensión psicológica que produce la actitud de acecho a la presa, extendiendo el brazo hacia atrás al romper la inercia. La ejecución del segundo, muestra mayor dominio de la anatomía humana, al dejar bien establecidas las articulaciones tanto de los brazos como de las piernas y también se destacan los ojos y la boca en el rostro, mientras parece afinar la puntería o se encuentra presto para realizar el flechazo. Finalmente el tercero alcanza un gran nivel de detalle, aún cuando utiliza segmentos de recta para la representación. Los brazos se muestran extendidos a ambos lados del cuerpo y las piernas abiertas, al mismo tiempo que se indican las manos y los pies -la mano que sostiene lo que parece ser el arco con flecha, presenta dos dedos-, dando la impresión de que sostiene tranquilo y sin aparente preocupación al arco. El rasgo más distintivo de éste personaje es, que a diferencia de las anteriores grafías, presenta en el rostro además de los ojos y boca, varias marcas que lo hacen singularmente interesante, detalle que discutiremos mas adelante.

Por otra parte, desde el punto de vista de las propuestas crono-culturales hechas hasta hoy hay que decir que en relación a la Cueva de las Avispas el Dr. Ernesto Tabío, que la da a conocer al mundo académico, ubica su ejecución en el período precolombino, pero deja abierta la posibilidad de que sea de origen africano:

Lo más interesante de la cueva es la presencia de un petroglifo, al parecer aborigen pues tiene ciertas semejanzas con el encontrado por el Dpto. de Antropología de La Academia de Ciencias de Cuba, en Maffo, Oriente. Según datos que se han podido reunir por parte de miembros del grupo (espeleológico) indican que la zona fue habitada por negros esclavos durante los siglos XVIII y XIX, por lo que pudiera existir también la posibilidad de que el petroglifo fuera de origen negroide” (Tabío 1970: 65 y 66).

Por su parte, tras la visita efectuada a Las Avispas en la década de los noventa, la primera opinión del Dr. Tabío pierde fuerza y es la segunda la que parece tener mayor sustentación aunque su autor, al igual que su predecesor, deja abierta la posibilidad de confirmación a través de investigaciones más precisas:

Por la técnica y morfología el petroglifo de las Avispas tiene posibilidades de ser resultado de la obra de un artífice de origen africano, las tres marcas en el carrillo derecho de la figura y la presencia de un arco confieren cierto simbolismo a la representación. De igual forma las evidencias materiales pueden ser resultado de un refugio de cimarrones. Pero la asociación definitiva de las evidencias arqueológicas requiere aún de más amplios estudios” (La Rosa 1992:2).

Con respecto al planteamiento anterior queremos establecer las siguientes reflexiones pues, si bien es verdad que los africanos traídos como esclavos huyeron de las haciendas convirtiéndose en cimarrones y también lo es el hecho de que existen referencias históricas a que emplearan el arco y las flechas como medio de protección o vía para lograr el sustento, evidencia que quedo reflejada  en el Legajo 141 No. 6907 del Real Consulado y Junta de Fomento que se conserva en el Archivo Nacional de Cuba, donde según La Rosa (1989:15) se puede leer lo acontecido con una cuadrilla de cimarrones que operaba en los montes de Sibanimar, al Este de la Habana:

“Cuando el encuentro se produjo (6 de noviembre de 1801)(11), los cimarrones salieron corriendo en diferentes direcciones, mas a uno de ellos los perros lograron darle alcance. El cimarrón en cuestión logró librarse de las fieras y al enfrentar a sus perseguidores cayó abatido. Al registrársele, se le encontró : … un machete calabozo de cinco cuartos y un cuchillo de punta de los que prohíbe la ley, seis flechas con su arco, unos chusos se cogieron de dicho lance este y otro negro cargador de flechas y chusos y los demás escaparon” (La Rosa, 1989: 15).

Al mismo tiempo, resulta que ante todos estos elementos, el análisis detallado del planteamiento del Dr. La Rosa (1992:2) no es comprensible en todo su alcance, pues no define concretamente los que rasgos a los que se refiere al decir:

Por la técnica y morfología el petroglifo de las Avispas tiene posibilidades de ser resultado de la obra de un artífice de origen africano… (La Rosa 1992:2).

Si desde el punto de vista tecnológico realizamos una mirada retrospectiva a los petroglifos realizados por medio de la incisión de diferentes anchos y profundidades en Cuba, comprobamos que se han estudiado un total de 56 estaciones en 11 de las 14 provincias del país, lo que representa que esta técnica esta presente en el 28 % de la gráfica rupestre. Así las cosas, la misma aparece asociada a contextos precolombinos como en la Caverna de la Patana (Gutiérrez, Fernández y González, 2003:104), La Cueva de los Petroglifos (Gutiérrez, 2002:26) y la Cueva de la Cachimba (Arrazcaeta y Navarrete, 2003:60), por citar solo algunos ejemplos.

Por otra parte, la morfología del petroglifo de la Cueva de las Avispas es típica de muchos diseños antropomorfos del dibujo rupestre cubano y antillano, donde la figura humana se ha representado totalmente de frente, con las piernas separadas y los brazos extendidos perpendiculares al cuerpo
(figura 10).



Fig.10. Diseños antropomorfos con la característica morfológica de piernas separadas y brazos
extendidos perpendiculares al cuerpo. (A) Cueva de las Avispas, Quivicán y (B) Cuevas de Guara o de La Charca,
San José, La Habana; (C) Cueva Grande de Punta Judas, Sancti Spíritus; (D) Cueva de Ambrosio, Cárdenas, 
Matanzas; (E) Cueva de Los Niños, Sancti Spíritus; (F) Cueva de Matías y (G) Cueva de los Generales,
Sierra de Cubitas, Camagüey; (H) Cuevas de Guara o de La Charca, San José, La Habana; (I) Cueva de La Virgen,
Ciudad de La Habana; (J) El Maffo, Santiago de Cuba y (K) Cueva del Agua, San José, La Habana.


A nuestro modo de ver en el petroglifo que nos ocupa sólo las marcas en los carrillos o malares dan al mismo alguna singularidad dentro del contexto rupestrológico cubano; sin embargo de la observación y análisis minucioso de estas marcas que se aprecian en ambas mejillas  -tres en la derecha y dos en la izquierda- podrían asumirse tres consideraciones:

  • Es una clara evidencia de la pintura corporal empleada por los aborígenes que poblaron nuestra ínsula lo cual esta muy bien referido en las Crónicas de Indias (figura 14 A1 y 14 A2).
  • Son referencias a la pintura corporal de aborígenes de otras tierras cercanas introducidos en Cuba, lo que como se vera más adelante esta ampliamente documentado en nuestra historia (figura 14 B).
  • Son marcas que identifican alguna etnia entre los grupos de origen africano introducidos en el país para trabajos forzados en la agricultura (figura 14 C).

En este sentido el poder establecer la filiación cultural de esta grafía a partir de las marcas presentes en el rostro de este diseño, es una tarea ardua y difícil, lo que se hace extensible también para los otros motivos de arqueros, como se podrá constatar al apreciar las opiniones expresadas por numerosos autores.

En este sentido hay que decir que entre los hombres y mujeres traídos forzosamente desde África durante los siglos XVI al XIX, vinieron varias etnias que tenían por costumbre marcarse el rostro con incisiones aplicadas a la piel; a diferencia de la tradición aborigen de lograr el mismo efecto mediante la pintura corporal. Se ha documentado bastante bien esta tradición para Cuba entre los miembros de los grupos denominados como congos loangos, carabalíes, macuás, minas y lucumíes (Deschamps 1969:69-74). También debemos destacar que en el arte de la escarificación facial, las marcas tribales tenían sus particularidades según el grupo cultural.

Si admitimos la posibilidad de que el petroglifo de la Cueva de las Avispas fuera de factura africana, existen a nuestro entender dos alternativas posibles; primero que los autores de dicho motivo fueran esclavos africanos en proceso de transculturización y que como tal están vinculados al naciente complejo cultural “Afrocubano”, por lo que entonces la representación de la Cueva de las Avispas podría tener relación con algunas de las deidades de origen africano que conforman la Regla de Ocha, entre las que el arco y la flecha juegan determinado papel simbólico en sus representaciones, como son los casos de:

  • Como símbolo de Oshóosí: Esta imagen es la representación del dios de la caza. Puede estar construida de hierro forjado. como conservación directa de la herencia cultural yoruba; pero además se encuentran algunas hechas de acero, madera o simplemente de la rama de una planta atribuida a la deidad, en forma de arco, tensada por un cordel, y otra rama recta atravesada y atada al centro, en forma de flecha; estas últimas como aporte contemporáneo de la creación popular a la referida representación simbólica (Guanche y Campos, 2000: 56).

  • Como atributo de Eleguá: Se han encontrado aunque de manera muy escasa, imágenes de arcos y flechas representadas en una lámina de hierro u hojalata, junto con otras piezas que lo caracterizan como guerrero. El arco y la flecha van colocados sobre la estructura cefalomórfica que constituye la representación del oricha, y sustituye o acompaña a una pequeña lámina puntiaguda de hierro que se le incrusta comúnmente en el mismo lugar (Guanche y Campos, 2000: 56).

  • Como atributo de Ogún: Se coloca una imagen que puede ser, indistintamente, símbolo de Oshóosí y/o atributo de Ogún, por ser un arma de guerra. Aquí, como en el caso anterior, la misma imagen posee la doble función planteada al principio: de caza y de guerra. Debe estar construida siempre de hierro, por ser el metal que se le atribuye a la deidad (oricha herrero, dios de la forja y la guerra) y se le adosa una cadena, también de hierro, a manera de larga cuerda, tensada a la flecha o no, lo cual es un atributo propio de este oricha, pero que se llegó a emplear en los tres. También cuando el avatar o camino de la deidad es conocido por Ogún Achibiriquí — el guerrero —, el arma que lleva en la parte superior es un arco con flecha (Guanche y Campos, 2000: 56).

  • Como atributo de Oyá: Se le atribuye a la diosa dentro del conjunto de nueve piezas que cuelgan de su corona. En el presente caso, están construidos en cobre, por ser el metal atribuido a la deidad, lo que también los diferencia de todas las demás representaciones, junto con otra variación de tipo formal. En algunas de estas piezas, la flecha tiende a ondular hasta convertirse en un pequeño ofidio — serpiente o majá. Según los informantes, el cambio simbólico se debe a que este animal se le atribuye a la deidad, que lo emplea como arma de guerra, y al mismo tiempo se relaciona con la forma cilíndrica y alargada de la flecha, cuya punta fue transformada en la cabeza del ofidio, y las plumas, en la cola (Guanche y Campos, 2000: 56)

Sin embargo es muy importante considerar que en estas religiones el antropomorfismo era y es empleado en muy limitadas deidades y que generalmente las representaciones de las mismas se realizaban mediante imágenes o símbolos de animales, armas o herramientas, (figura11).

Por otra parte somos de la opinión, conociendo los sistemas de establecimiento y diseminación de las religiones populares “surgidas” en nuestro país entre los siglos XVIII y el XIX, que existe poco margen cronológico para que las representaciones de sus deidades queden atrapadas en las paredes de una cueva, pues como se ha podido comprobar en la casi totalidad de los casos, para no pecar de absolutos, el simbolismo del arco y la flecha, no se representa mediante una figura antropomorfa si no  a través de su símbolo por excelencia: “el arco cargado con una flecha”.

En este sentido, de cumplirse la generalidad de la regla, el mensaje que el hacedor tenía marcado interés en representar y transmitir con la imagen de la Cueva de Las Avispas era, sin lugar a dudas, a través del personaje con el arco, al cual le dedicó tiempo y maestría para resaltar cada detalle de su rostro y extremidades -observemos que se indican pies y manos, una de las cuales incluso muestra los dedos (figura 3) y no así a su herramienta en particular, pues por sus dimensiones y poco detalle en su ejecución, denota que éste se encontraba en un segundo plano entre las prioridades del ejecutor.

Fig.11. Diferentes atributos con los que se simboliza el arco y la flecha en las culturas afrocubanas.

En segundo lugar está la posibilidad de que el petroglifo de la Cueva de las Avispas fuera ejecutado por esclavos africanos convertidos en cimarrones y que para algunos investigadores podrían ser individuos “de los primeros momentos, donde todavía estaba presente el pensamiento puro africano” (La Rosa, Com. Pers.).

En nuestra opinión, el inicio del proceso de transformación de la cosmovisión y el pensamiento simbólico del africano traído como esclavo a la América, comenzó desde el momento del encuentro con los hombres blancos, bien armados, que los transportaban en enormes navíos desconocidos para ellos, encadenados, dominados con el arcabuz, el látigo y vendidos en alguna de las Villas de la Cuba hispana; eventos estos que marcaron profundamente el proceso de adaptación a su nuevo contexto. En este sentido creemos que esos “primeros momentos de pensamiento puro” se perdieron quizás en las costas occidentales del continente africano, quedando como opción para los primeros cimarrones africanos un mundo lleno de nuevas y desconcertantes experiencias que influyeron definitivamente en su pensamiento y actitud ante
la vida.

Aun así, hay que reconocer que para el caso tratado las escasas evidencias arqueológicas obtenidas hasta hoy, parecen confirmar el uso de esta cueva por los cimarrones, ya que en ella se encontraron pipas de fumar, hormas de azúcar y algunas piedras de chispa (La Rosa, 1992:1; pero sin lugar a dudas, la Cueva de las Avispas continua esperando por excavaciones arqueológicas extensas que aporten alguna luz a esta problemática.

Finalmente, para dejar claro que las marcas en los carrillos presentes en el petroglifo de la Cueva de las Avispas no pueden ser de ninguna manera admitidos como marcadores culturales, baste señalar que para algunas tribus indígenas contemporáneas de Suramérica la pintura corporal juega un papel preponderante en los rituales asociados a la caza, de tal forma que las mismas se extienden fuera de las fronteras de los hombres cazadores para formar parte también de los atributos de los animales que participan de estas faenas como el perro (figura. 12).

Fig.12. Ejemplar de canido cazador suramericano con pintura facial
similar a la del petroglifo de la Cueva de las Avispas.

Es precisamente por todo lo anteriormente planteado que según nuestro criterio, la opción propuesta por algunos investigadores de la posible factura africana no esta bien sustentada y en la actualidad a partir de los elementos antes comentados, el petroglifo de la Cueva de Las Avispas puede ser un fuerte candidato como representación de los grupos aborígenes. No está de más recordar que no son pocas las estaciones rupestres en Cuba y fuera de sus fronteras, en las que no se han rescatado evidencias artefactuales vinculadas a los realizadores.

Ahora centraremos nuestra atención en el caso particular de la Cueva del Toro, en este sitio sucede un hecho similar con la definición del origen de sus pictografías pues mientras el Dr. Núñez Jiménez asume que son de factura aborigen, no logra definir cronológicamente su período de ejecución:

...sería de extraordinario interés realizar cuidadosas excavaciones en las Cuevas de Guara o en sus cercanías para tratar de descubrir los elementos líticos de la cultura que trazó las enigmáticas pictografías aquí tan brevemente descritas, no sólo para identificar a sus autores, sino también para lograr el posible hallazgo de los restos óseos de los animales cazados, junto a manifestaciones culturales de los grupos aborígenes que ocuparon estas espeluncas(12) (Núñez 1975:103).

Agregando más adelante la siguiente idea:

“Cabria también pensar que los dibujos fueren, si bien aborígenes, posteriores a la conquista de Cuba por los hispanos…” (Núñez 1975:103).

Por su parte, los investigadores Arrazcaeta y García coinciden con la filiación aborigen, pero favorecen y refuerzan la propuesta de que fue realizada durante el período de transculturación, provocada por la creación de los “Pueblos de Indios(13). Todo esto apoyado en documentos históricos de los siglos XVI, XVII y XVIII que atestiguan que los indígenas de Guanabacoa ocuparon gran parte del territorio habanero:

Partimos del supuesto de la contemporaneidad cronológica y cultural de estas pictografías, apoyados en la seguridad que brinda el argumento estilístico y temático, para atribuirles una datación probablemente postcolombina, quizás relacionadas con los aborígenes que fueron concentrados en la reserva de Guanabacoa o “Pueblo de Indios de Guanabacoa” (Arrazcaeta y García 1994:31).

Volvemos en este caso a otro planteamiento que deja lagunas en su definición teórica, pues no se logra comprender en todo su alcance el planteamiento de Arrazcaeta y García (1994:31), al decir:

“…la seguridad que brinda el argumento estilístico y temático, para atribuirles una datación probablemente postcolombina…”

No existe para Cuba una metodología de síntesis detallada, ni si quiera un presupuesto filosófico seguro que permita establecer relaciones, y mucho menos definiciones crono-culturales a partir de criterios estilísticos en el dibujo rupestre, pues estos han sido tratados históricamente de manera muy superficial en la arqueología cubana (Gutiérrez y Fernández 2005: 89).

Si bien los temas representados en la pintura rupestre de las Cuevas de la Charca son en esencia de escenas de caza, pesca, círculos concéntricos, etc., no comprendemos como estos con toda su variedad pueden ayudar a esclarecer su ubicación crono-cultural; a no ser que se utilice para tal fin, la controversial opinión de que las figuras de cuadrúpedos indeterminados presentes en esta localidad son representaciones de ganado mayor llegado a nuestro país en épocas postcolombinas.

Aun ante toda esta realidad, lo sugerido por Arrazcaeta y García (1994:31) es una interesantísima propuesta, a la cual queremos agregar otra posibilidad, también confirmada por documentos históricos, que acredita el emplazamiento, en La Villa de San Cristóbal de La Habana, de aborígenes traídos de otras tierras del Nuevo Mundo.

A finales del siglo XVIII y principio del XIX (1725-1886) llegaron varios grupos procedentes del norte de Méjico, que eran comercializados para las labores en la urbe y trabajos en el campo -como parte de la política asumida por la metrópoli de la que también fueron víctimas los indios yucatecos y campechanos durante las “Guerra de Castas”-.

De la “Gran Chichimeca” llegaron del hoy Estado de Chihuahua, los Tarahumaras, los llamados Chichimecos, Guachinangos y los conocidos por apaches(14) (1789-1810) (Domínguez y Merrill 1992a:3 y 1992b:5), mientras que del actual Estado de Coahuila se importaron indígenas Chizos, Cocoyones(15) y apaches (Dr. Carlos Manuel Valdés com. per.), como se puede apreciar en la figura 10.

También es conocido que desde las tierras al sur de la Florida llegaron los Calusa entre 1704 y 1711(16) período durante el cual eran asediados por los guerreros Creek y Yamasee que los utilizaban como mercancía en el comercio de esclavos con los colonizadores británicos; así también llegaron en 1763 grupos cristianizados en las misiones franciscanas del norte de la Florida integrados por Timucuanos, Yamasees y Guales (Tamayo 2004:9), como se puede apreciar en la figura 10(17).

Fig.13. Área geográfica ocupada por los grupos culturales de
Norte y Centroamérica que fueron trasladados  a la Villa de San Cristóbal de La Habana.

Históricamente todos y cada uno de los grupos anteriormente citados han sido reconocidos como guerreros o belicosos que dominaban con habilidad y destreza la tecnología que nos ocupa; no podemos olvidar que el conquistador Juan Ponce de León, en 1513 durante los primeros intentos por conquistar La Florida en busca de la “fuente de la Juventud”, murió víctima de la herida propinada por una flecha envenenada de los Calusas.

Al mismo tiempo, aún cuando fuera real la posibilidad de que estos grupos foráneos venidos del norte fueran los autores de las grafías que han centrado nuestra atención en este artículo, nos cuesta mucho trabajo aceptar que la única evidencia arqueológica dejada por ellos en el país sean precisamente los tres motivos que nos ocupan y algunas de las conocidas leyendas de los desmanes causados por algunos de estos indígenas en los campos del occidente de Cuba y fundamentalmente en el área comprendida entre La Habana (como unidad geográfica) y Pinar del Río(18).

No es ocioso recordar que el propio Harrington al analizar la flecha de la Laguna de Malpotón apuntaba que:

Según la tradición popular los últimos indios del distrito del Cabo de San Antonio, de los cuales unos pocos sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XIX, fueron expertos arqueros(19). Se dice que precisamente los últimos que de ellos quedaban, debieron su exterminio a su costumbre de matar el ganado de los colonos con sus flechas” (Harrington 1935:240).

Desafortunadamente, en la actualidad, no conocemos ninguna investigación relacionada con el tema y el hecho particular de que los aborígenes que menciona Harrington sean sobrevivientes de los pobladores que encontró en Cuba el Almirante, o si eran grupos aislados de los indígenas traídos de otras tierras del continente como ya hemos expresado.

     

A1                     A2                                   B                                                C

Fig. 11. Diferentes modelos de Marcas. (A1) Figurilla aborigen elaborada en piedra de la colección
extraída de Cuba por  Mark Harrington hoy en el Smithsonian Institution, Washington; según Harrington (1935);
(A2) Figurilla aborigen elaborada en piedra de República Dominicana, Colección Sala de Arte Prehispánico,
Fundacion García Arévalo, Santo Domingo, según Arrom (1975); (B) Máscara ritual de los Calusa
que habitaron el sur de la Península de La Florida, según Tamayo (2004); (C) Marcas tribales
de los africanossegún Dechamps (1969).

 

Finalmente debemos exponer que en el sitio Solapa del Arquero de Cojimar las evidencias arqueológicas apuntan a una ocupación aborigen pues en superficie sólo se aprecian restos de ceniza, crustáceos y moluscos marinos y del área de manglar vinculados a la cercanía de su ubicación a la margen del río.

Hasta aquí hemos analizado las posibles opciones para definir la filiación cultural de los motivos de arqueros en el dibujo rupestre. De esta exposición se pueden obtener algunos elementos importantes, en primer lugar las evidencias arqueológicas no han permitido la definición cultural de alguno de estos diseños, pues en la áreas de distribución de los mismos han aparecido indistintamente tanto elementos arqueológicos aborígenes como de la cimarronería africana en los campos cubanos; en segundo lugar los rasgos morfológicos no han permitido ninguna vinculación cultural, pues el supuesto indicador de los trazos en los carrillos presente en el petroglifo de la Cueva de las Avispas; como se vio con anterioridad, podría representar dicha costumbre tanto en aborígenes como en las etnias africanas (figura11).

Al llegar a este punto pensamos que los elementos expuestos coinciden en apuntar como los ejecutores de tales grafías a los aborígenes cubanos; pues si bien esto no ha podido ser demostrado, las evidencias históricas y arqueológicas demuestran que el arco y la flecha fue un arma-herramienta utilizada por las culturas prehispánicas de las Antillas, y para Cuba la abrumadora presencia de puntas de impacto en todo el espectro indocultural, así como la flecha de la Laguna de Malponton y la de la Laguna del Tesoro, nos permiten afirmar que es consecuente admitir que nuestros aborígenes pintaran en las paredes de sus lugares de culto y refugio al personaje “El Arquero”, el que sin lugar a dudas  tuvo un importante papel en la economía y protección de estos grupos.

Los argumentos anteriores toman valor y se contraponen al hecho real de que aunque existen referencias históricas sobre la presencia del arco y la flecha en el menaje defensivo del cimarronaje africano en Cuba, la arqueología no ha podido demostrarlo, pues no ha aparecido hasta ahora ninguna evidencia material que lo confirme.

A pesar de lo anteriormente expuesto y considerar como de factura aborigen estas grafías, su  ubicación cronológica es todavía un problema a resolver. ¿Que grupo cultural y en que etapa del largo período de ocupación aborigen de nuestro archipiélago fueron ejecutadas estas grafías? Estas preguntas permanecen sin respuestas, pero guardamos la esperanza de que investigaciones futuras puedan arrojar alguna claridad sobre este tema.

ESTADO ACTUAL DE LA CONSERVACIÓN DE ESTAS
GRAFIAS Y SUS PERSPECTIVAS

Como es bien conocido tanto las pictografías como los petroglifos están sujetos al lógico envejecimiento de sus soportes y de los pigmentos o aglutinantes,  lo que los hace vulnerables con el tiempo, pero sin lugar a dudas, la experiencia nacional demuestra que la afectación antrópica, voluntaria o no, es la mayor fuente de las agresiones irreversibles sufridas por esta manifestación (Fernández, González 2001:17); situación a la que no escapan las tres localidades estudiadas en este trabajo, por lo que los imprescindibles estudios futuros que aclaren muchas de las interrogantes que todavía permanecen sin respuestas, requieren de la urgente necesidad de proteger con efectividad estos registros rupestres de Cuba en su contexto medio ambiental.

Un hecho de gran preocupación lo constituye la Solapa del Arquero la cual presenta un importante y acelerado deterioro de su entorno, lo que ha provocado en pocos años la desaparición casi total de la pictografía que le da nombre a la localidad (figura 15).

Otro tipo de agresión a las estaciones rupestres lo constituye el relleno de las cavidades con piedras, desechos industriales y de las cosechas, basura doméstica, etc., que son retirados de los campos a roturar y de múltiples actividades realizadas por las empresas agropecuarias y poblados cercanos, situación que esta presente en el caso de la Cueva Montané o de Las Avispas, lo que ha provocado el deterioro del petroglifo en cuestión.

 

 Fig. 15. Vistas de las transformaciones sufridas por la pictografía entre los
años 2003 y 2005, en la Solapa del Arquero, Cojimar, Ciudad de La Habana,
Cuba, (A) Foto tomada el año 2003 y (B) Foto tomada en el año 2005.
(Fotos gentileza del Grupo de Ecología Jorge Ramón Cuevas, Sociedad Pronaturaleza).

Por último, tenemos el caso de la Cueva del Toro donde las inscripciones pintadas y rayadas por el hombre moderno es el daño más abundante en esta localidad; esta situación también se aprecia en la Cueva de Montané o de Las Avispas

Todo lo anterior demuestra que estamos ante la eminente necesidad de garantizar la protección y conservación de dichas estaciones de la gráfica rupestre, y aunque todo el legado rupestrológico cubano debe ser protegido y preservado para las futuras generaciones, los diseños o motivos que nos ocupan en este trabajo revisten una singular importancia debido a su papel en el esclarecimiento, análisis y estudio del nivel de desarrollo tecnológico de los grupos que en las condiciones de nuestro país, pudieron hacer uso del arco y la flecha como instrumento cotidiano; realidad histórica bastante ignorada en la reconstrucción arqueológica y etnológica de nuestro pasado.

A MODO DE CONCLUSIONES:

  • La escasa evidencia factual obtenida para las localidades aquí estudiadas no puede ser considerada como resolutiva para la ubicación crono-cultural de sus pinturas rupestres, pues hasta el momento las mismas se reducen a unas pocas evidencias asociadas a cimarrones africanos para la Cueva de las Avispas y de aborígenes para la Solapa del Arquero; así como la presencia de evidencias de ambas etapas culturales para el entorno de la Cueva del Toro.
  • Aunque los datos históricos recogen la presencia del arco y la flecha en el menaje defensivo del cimarronaje africano en Cuba, la arqueología no ha podido demostrarlo, pues no ha aparecido hasta ahora ninguna evidencia material que lo confirme; por el contrario la arqueología si ha recogido numerosas evidencias de la presencia de esta arma – herramienta en las culturas aborígenes de Cuba y las Antillas Mayores.
  • Las marcas en el rostro, en los carrillos o malares que presenta el petroglifo de la Cueva de las Avispas no puede ser interpretado como un indicador crono-cultural, pues dicha tradición de una forma u otra es común a muchos grupos culturales que habitaron nuestro país en diferentes épocas y períodos.
  • El antropomorfismo en las representaciones afrocubanas es empleado en muy limitadas deidades, generalmente sus representaciones se realizaban mediante imágenes o símbolos de animales, armas o herramientas; por lo que de cumplirse la generalidad de la regla, el mensaje que los hacedores de los diseños aquí estudiados tenían; demuestra un marcado interés en representar y transmitir el personaje con arco al cual le dedicó tiempo y maestría para resaltar cada detalle, y no así a su herramienta en particular, pues por sus dimensiones y poco detalle en la ejecución, denota que ésta siempre se encontraba en un segundo plano entre las prioridades del ejecutor.
  • No creemos oportuno admitir que las imágenes analizadas fueran ejecutadas por los grupos culturales introducidos en el occidente del país durante el período colonial, pues entonces el caso se torna más complicado, ya que la lista incluiría a una decena de estos grupos traídos desde el norte del Continente Americano que no han dejado las suficientes evidencias factuales en el área para permitir tomarlas en consideración.
  • Si asumimos como válida y totalizadora la información aportada por la Crónica, estaríamos sesgando la investigación al aceptar concluyentemente las referencias que desconocen lo que estaba sucediendo en la región occidental del país y la evidencia factual recuperada por la arqueología -las flechas de la Laguna de Malpotón en Pinar del Río y de la Laguna del Tesoro en Matanzas, las “puntas de proyectil” y el dibujo rupestre-.
  • Nos inclinamos por aceptar la propuesta sugerida por varios investigadores, para los cuales las grafías aquí estudiadas son de factura aborigen.
  • El deterioro y falta de protección de las estaciones rupestres y las grafías aquí estudiadas ponen en peligro este legado para futuros estudios, por lo que se hace imprescindible acometer con urgencia acciones que garanticen su conservación.

AGRADECIMIENTOS.

José Martínez, Elvis García y Omar Diepa, miembros del Grupo de Ecología “Jorge Ramón Cuevas” de la Sociedad Pronaturaleza (ONG); por su gentileza al poner en nuestras manos todos los resultados obtenidos por ellos en sus investigaciones de la Solapa del Arquero. Al Dr. Gabino La Rosa por la revisión del original y sus acertados comentarios, así como por su obra y dedicación, inspiradora de este trabajo; a la Lic. Aída Martínez, por sus enseñanzas y colaboración permanente. Al Dr. Abelardo Jiménez Lambertus, del Museo del Hombre Dominicano, por poner en nuestras manos todos los datos referentes al diseño de arquero en el dibujo rupestre de la hermana República Dominicana; a la Lic. Clenis Tabares, también del Museo del Hombre Dominicano y al Lic. Efrén Jaimez Salgado del Instituto de Geofísica y Astronomía del CITMA, por su amistad y estimulo diario a nuestro trabajo, a Ana María Hernández Abreu del Grupo Hotelero Gran Caribe, por facilitarnos el tiempo y los medios necesarios para la culminación de esta obra. Finalmente al Lic. Jorge Betancourt por la siempre valiosa revisión del original y sus acertadas correcciones, a todos, el permanente agradecimiento de los autores.

NOTAS

1. “El “motivo” es una abstracción y, como categoría, corresponde a la idea del hacedor dentro de la estética del grupo; representa la unidad básica del diseño” (Guarch, 1987:67); años más tarde Juan Guarch y Lourdes Pérez presentan una monografía donde adoptan, para los petroglifos, el concepto establecido por el Dr. Guarch para el estudio de las pictografías (Guarch y Pérez, 1994:10).

2. Los autores Arrazcaeta y García en su trabajo “Guara: Una región Pictográfica de Cuba” (1994:23) al referirse a la Cueva de Los Matojos o del Plátano exponen: “..la denominada Dolina Principal, que divide a la misma en dos sectores que se comunican a través de corredores y gateras, lo que hizo creer a Núñez Jiménez que los susodichos sectores eran tres cuevas independientes (Cueva de Los Matojos, de La Jía y del Toro)”; lo cual desde el punto de vista espeleológico es real, pero no inhabilita la propuesta ya comentada del Dr. Núñez.

3. Le cabe a éste autor el mérito no sólo de ser de sus descubridores, sino además, de haber escrito el artículo más completo relacionado con estas interesantes estaciones.

4. En nuestro país en la literatura especializada las puntas de proyectil de concha han recibido la clasificación apuntada según su morfología (Izquierdo y Argüelles 1988:225 y Dacal 1978:26 y 27; 1996:36) y según la tecnología para su producción en Punta: a- de strombus, b- de percusión de strombus,  c- triangular de manto de strombus, d- de manto, con parte de sutura, de strombus (Dacal 1996:36 y 38) y de la columela (Izquierdo y Argüelles 1988:225). En lo que corresponde a la piedra tallada las micropuntas en: a- simple tipo Canimar, b- doble tipo Canimar, c- microlítica triangular de base recta y d- microlítica triangular de base cóncava (Dacal 1983:51 y Febles 1987:127) y las puntas en: a- Yaguajay, b- Nibujón, c- Cuba y d- Levallois de la primera serie (Febles 1987:58, 59, 72 y 73; Febles et al 1995:8).

5. El paréntesis es nuestro

6. El día sábado 13 de octubre de 1492 comenta como llegaron a la playa muchos aborígenes llevando “ovillos de algodón filado y papagayos, y azagayas” (Colón 1961:51).

7. En el original este espacio permanece vacío.

8. Los galeses inventaron el “arco largo” hacia el 1200. Tenía más de 1,80 m de longitud y disparaba flechas de 0.90 m. un hábil arquero podía lanzar una flecha a 230 m, y a un máximo de 300 m. Su gran eficacia lo hacia más ventajoso que la ballesta, el arco largo podía disparar hasta 10 flechas por minuto. Además, como se podía disparar de perfil, el número de arqueros podía ser muy grande en una extensión pequeña de terreno. El tensado del arco largo requería gran fuerza y un gran entrenamiento, ya que se le debía aplicar una fuerza de 40 a 45 kg. para tensarlo. Estos arcos le dieron una gran ventaja a Inglaterra sobre las otras naciones durante el siglo y medio que siguió, ya que ninguna otra nación adoptó esta arma.

9. El paréntesis es nuestro

10. Un grupo de muestras de pigmentos de las pictografías de las cuevas de la zona de Guara fueron sometidas a análisis por microscopía electrónica de barrido, microfluorescencia de rayos X, saponificación microscópica y cromatografía gaseosa acoplada a un espectrómetro de gases lo que dio como resultado la presencia de carbón de leña mezclado con un aglutinante orgánico de origen vegetal (Arrazcaeta y García 1994:30).

11. El paréntesis es nuestro

12. Ya en la década de los ochenta de la pasada centuria en la estación se practicaron algunas excavaciones arqueológicas en las que participaron los especialistas del Departamento de Arqueología del Centro de Antropología apoyados por miembros de los grupos de la Sociedad Espeleológica de Cuba, Combate de Moralitos y Alejandría, que arrojaron al menos dos niveles con presencia antrópica. El más temprano con evidencias aborígenes y el tardío con elementos culturales propios de la ocupación por cimarrones de origen africano.

13. Por acuerdo de la reunión del Ayuntamiento de la Villa de San Cristóbal de La Habana, efectuada el 12 de junio de 1554 se decide agrupar, en Guanabacoa, a todos los aborígenes que habían sido liberados al ser suprimidas las leyes que amparaban las encomiendas y su esclavitud; los que hasta ese entonces se encontraban deambulando por la ciudad.

14. El término “apaches” no se corresponde con la denominación de ningún grupo cultural pero fue acuñado por los misioneros franciscanos italianos que se asentaron en la Gran Chichimeca o Nueva España y proviene de la expresión con que ellos denominaban a los indígenas que no les daban descanso nocturno por lo cual no tenían paz; estos aborígenes por el día realizaban sus labores diarias en las misiones y por las noches vestían sus atuendos típicos y le hacían la guerra a los colonizadores, de ahí la expresión “a paz” (sin paz) – “apache” (Domínguez y Merrill 1992a:3).

15. Chichimecos: Las culturas chichimecas se desarrollaron en el altiplano potosino, en el territorio conocido como el Gran Tunal (zacatecos, copuces, guamares, jonaces, huachichiles, etc). Tarahumaras: Este grupo habitaba en el suroeste del estado de Chihuahua y forman parte del grupo opata-cahita. Chizos: Los Chizos probablemente vivieron a lo largo de la rivera del Río Grande y cerca de donde se une con el Río Concho. Cocoyones: Indígenas que poblaron la parte oriental de la antigua provincia de la Nueva Vizcaya, hoy extremo norte del estado de Durango, también se denominaba “Mapemes”.

16. En la primavera de 1711 fueron transportados a San Cristóbal de La Habana unos 270 indígenas Calusa que fueron asentados en las áreas que hoy ocupa la fortaleza de San Carlos de La Cabaña y que más tarde pasaron a Guanabacoa; a lo largo de todo el siglo XVIII se trasladaron 500 aborígenes de éste grupo cultural hacia la Villa de La Habana (Tamayo 2004:8).

17. Calusa: Poderoso grupo pretribal que habitaba al suroeste de la Florida, basaba su economía en el marisqueo y la pesca; Timucuanos: Habitaron el norte de la Florida permaneciendo bajo dominio español hasta 1760; Yamasees: pertenecientes a la rama de la lengua de Muskogean del tronco lingüístico Hokan-Siouan, habitaron al S de Georgia y al N de la Florida; Guales: Habitaron la costa de Georgia permanecieron bajo dominio español hasta 1760.

18. Las leyendas de “Indio Grande e Indio Chico”, en alusión directa a las características físicas de estos aborígenes, podría en alguna medida reforzar nuestra propuesta pues la estatura es un indicador antropológico para diferenciar los grupos culturales. Recordemos también al “Indio Bravo”, que según la tradición provenía de Pinar de Río, considerado un diestro arquero que sembró el terror en la jurisdicción de Puerto Príncipe iniciado el siglo XIX según las crónicas de la época.

19. El subrayado es nuestro

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Gutiérrez Calvache, Divaldo, Fernández Ortega, Racso y
Gonzàlez Tendero, José B.
Notas sobre la presencia de figuras
antropomorfas de arqueros en el Arte rupestre cubano.

En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/arqueros.html

2008

 

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