De los motivos rupestres a los paisajes.
Apuntes para la caraterización de los Sitios con Arte Rupestre (SAR) como categoría especial del patrimonio cultural y arqueológico colombiano

Diego Martínez Celis ciudadanomartinez@yahoo.com DG/UN. Magister en Patrimonio cultural y territorio / PUJ

Adaptación especial para Rupestreweb de un capítulo de la tesis“Lineamientos para la gestión patrimonial de sitios con arte rupestre en colombia -Como insumo para su apropiación social–”. Maestría en Patrimonio Cultural y Territorio, Pontificia Universidad Javeriana, 2012.

 

Resumen

Ante la creciente alteración y destrucción del arte rupestre en Colombia, debido especialmente a la interacción de múltiples agentes y dinámicas relacionadas con el desarrollo económico (ampliación de frentes urbanos y agrícolas, explotación de recursos naturales, etc.), surge la necesidad de diseñar e implementar herramientas de gestión de este patrimonio que aboguen por su efectiva protección. Por tal razón se hace necesario, en principio, concebir el arte rupestre bajo un concepto más amplio –como el que aquí se propone de Sitio con Arte Rupestre (SAR)– que implique su reconocimiento como elemento del patrimonio cultural y arqueológico en una dimensión integrada con su entorno y en general con el paisaje cultural y territorio en que yace, y mediante una articulación más armónica con las dinámicas sociales, culturales y económicas que confluyen en estos sitios. Se presenta una introducción al concepto de arte rupestre y algunos elementos para la caracterización de los SAR como expresión cultural material cuyas múltiples escalas (de los motivos rupestres a los paisajes) posibilitan su comprensión como un patrimonio cultural y arqueológico –mas que encajonado en las categorías mueble o inmueble– de carácter territorial, como verdaderos sitios de significación cultural.

 

Introducción

La cultura, entendida como el conjunto de relaciones mediante las cuales las comunidades interpretan el mundo que las rodea, se expresa a través de múltiples manifestaciones; dichas expresiones, resultado de la interacción del ser humano en un territorio a través del tiempo, constituyen el patrimonio cultural. De esta manera se puede articular el concepto de patrimonio cultural en tres dimensiones: Territorio (espacio), Memoria (tiempo) y Comunidad (ser humano).

El ser humano en su dimensión social –la comunidad–, es el gestor de la cultura, actor y espectador, su ejecutor e interprete, el cual se halla inexorablemente inmerso en dos dimensiones existenciales inseparables: el espacio y el tiempo. El territorio como escenario en que se manifiestan las expresiones culturales en su dimensión espacial, es la porción de terreno delimitada o caracterizada por su pertenencia o correspondencia con las comunidades que lo habitan o que interactuan en él. Esta interdependencia esta mediada por la dimensión temporal, que en su contínuo fluir imprime dinámica narrativa y variablilidad a las expresiones culturales que con el tiempo adquieren su dimensión histórica, manifestándose a través de la memoria (Fonseca et al, 2005).

En este sentido el patrimonio cultural se entiende como “el conjunto de bienes y manifestaciones culturales materiales e inmateriales, que se encuentra en permanente construcción sobre el territorio transformado por las comunidades. Dichos bienes y manifestaciones se constituyen en valores estimables que conforman sentidos y lazos de pertenencia, identidad y memoria para un grupo o colectivo humano” (Ministerio de Cultura, 2005).

Para su gestión, el patrimonio cultural se suele abordar de manera compartimentada en dos grandes grupos: bienes materiales (o tangibles) y manifestaciones de indole inmaterial (o intangibles). Los primeros a su vez se dividen en muebles e inmuebles y pueden correponder con diversas categorías temáticas (histórico, arquitectonico, industrial, arqueológico, etc.).

Además de bienes o manifestaciones particulares, el patrimonio cultural también se expresa y contiene en los denominados sitios de significación cultural (Carta de Burra, 1999), los cuales 

“enriquecen la vida de un pueblo, proveyendo a menudo un profundo e inspirador sentido de comunicación entre comunidad y paisaje, con el pasado y con experiencias vividas. Son referentes históricos, importantes como expresiones tangibles de la identidad y experiencia [...] reflejan la diversidad de nuestras comunidades, diciéndonos quienes somos y cúal es el pasado que nos ha formado tanto a nosotros como al paisaje [...]”(Carta de Burra, 1999)

Como una manera de integrar tanto los conceptos como los elementos constitutivos del patrimonio cultural y el natural surge la categoría de paisajes culturales, los cuales “representan la obra combinada de la naturaleza y el hombre [e] ilustran la evolución de la sociedad y los asentamientos humanos en el transcurso del tiempo, bajo la influencia de las restricciones físicas y/o las oportunidades presentadas por su ambiente natural y de las sucesivas fuerzas sociales, económicas y culturales, tanto internas como externas” (Rössler, 1998). En los paisajes culturales existe una indisoluble relación entre el territorio y el patrimonio cultural y natural “donde confluyen elementos del patrimonio cultural material e inmaterial. Son la muestra de que la interrelación del hombre con la naturaleza genera adaptación y expresiones autóctonas que afectan la forma como se va conformando el paisaje” (Ministerio de Cultura, 2010).

Es en este contexto de conceptualización para la gestión del patrimonio cultural donde surge la pregunta, ¿qué tipo de patrimonio es el arte rupestre? En primera instancia se puede inscribir dentro del universo de bienes materiales y en específico de aquellos de carácter histórico o arqueológico, pues se consideran obra de sociedades del pasado.

Se puede entender el arte rupestre como las pinturas y grabados plasmados sobre superficies rocosas, que no fueron canteadas (1) ni trasladas de su emplazamiento natural por sus artífices, los diversos grupos humanos que habitaron el territorio nacional durante el periodo precolombino –y que quizás continuaron con dicha tradición durante algún tiempo posterior a la invasión europea–. Como tal son consideradas parte constitutiva del patrimonio arqueológico colombiano (Art. 3, Ley 1185 de 2008), el cual está amparado por el Régimen Especial de Patrimonio Arqueológico (Art. 54 Ley 1185 de 2008) y se inscribe dentro de la política estatal en relación con el patrimonio cultural de la Nación que tiene como principales objetivos su salvaguarda, protección, recuperación, conservación, sostenibilidad y divulgación. (Ley 1185 de 2008, art.1 num. A).

1. Cantear hace referencia aquí a la labor de trabajar la piedra, a partir de su estado natural, para darle una forma definida. Esto implica modificar su configuración natural original para, por ejemplo, tallar relieves escultóricos, lajas, bloques, etc. Este concepto se introduce en esta definición de arte rupestre por aporte del investigador Patricio Bustamente Díaz (comunicación personal, 2012).

Estas expresiones materiales se constituyen hoy en día en objetos arqueológicos susceptibles de brindar información sobre las sociedades del pasado (Withley, 2005, Arguello y Martínez, 2012), pero además en importantes referentes de identidad de comunidades indígenas, rurales y urbanas que encuentran en algunos de los sitios donde se emplazan, espacios idóneos para la representación identitaria, desarrollo, cohesión social, y aprovechamiento como recursos culturales para usos de investigación, turísticos o pedagógicos, entre otros. Como tal se están viendo abocados a diversos agentes y dinámicas (Martínez, 2010) –producto a su vez de la ampliación de las fronteras urbanas y agrícolas y los cambios de uso del suelo en que yacen–, que están poniendo en riesgo su conservación a futuro. Esta situación se manifiesta especialmente en alteraciones y deterioros de origen antrópico (graffiti, rayado, explotación del material pétreo, quemas, depósito de basuras, guaquería, etc.) que no solo están afectando las pinturas y grabados sino sus entornos que le brindan contexto y significación.

Imagen 1. El estado actual de la ”Piedra del cementerio” en Sutatausa ejemplifica múltiples tipos afectaciones de origen antrópico que ponen en riesgo al arte rupestre en Colombia: graffiti, presión urbana, alteración del entorno y remoción del suelo circundante y su posible contexto arqueológico. Diego Martínez C. 2012

Con base en lo anterior, se reconoce la necesidad de tomar medidas urgentes para, por medio de estrategias de gestión patrimonial, minimizar los impactos negativos que están generando las dinámicas del desarrollo económico y mediar entre la necesidad de preservar la memoria que estos espacios representan y los diversos usos que están dando y expectativas que manifiestan las comunidades frente a la necesidad de apropiarlos y aprovecharlos como recursos culturales.

Para tal fin se requiere del diseño de estrategias y la formulación de acciones de gestión patrimonial que estén debidamente articuladas con las políticas públicas, legislación, normativa, instrumentos y procedimientos que, tanto a nivel nacional como internacional, se han desarrollado para la gestión y protección del patrimonio cultural y arqueológico en general y su debida adaptación a la particular naturaleza del arte rupestre. Para lograr esto en principio se requiere el replanteo de su categorización dentro del patrimonio cultural (considerado en algunas instancias como de carácter mueble) y del patrimonio arqueológico colombiano donde no se le ha considerado suficientemente como objeto que aporta al conocimiento científico del pasado (2) ni trasciende su gestión al reconocimiento y protección de su contexto, es decir bajo su concepción como sitio con arte rupestre.

2. Históricamente la arqueología colombiana ha menospreciado el estudio del arte rupestre (Arguello, 2004), debido en parte a que su particular naturaleza condiciona y dificulta su abordaje a partir de los métodos arqueológicos convencionales (p.ej. estratigrafía, seriación, datación radiocarbónica, etc.).

 

1. Patrimonio arqueológico mueble e inmueble

Dentro del universo del patrimonio cultural, los bienes del patrimonio arqueológico representan “la parte de nuestro patrimonio material para la cual los métodos de la arqueología nos proporcionan la información básica. Engloba todas las huellas de la existencia del hombre y se refiere a los lugares donde se ha practicado cualquier tipo de actividad humana, a las estructuras y los vestigios abandonados de cualquier índole, tanto en la superficie, como enterrados, o bajo las aguas, así como al material relacionado con los mismos” (ICOMOS, 1990). De acuerdo con la legislación colombiana el patrimonio arqueológico “comprende aquellos vestigios producto de la actividad humana y aquellos restos orgánicos e inorgánicos que, mediante los métodos y técnicas propios de la arqueología y otras ciencias afines, permiten reconstruir y dar a conocer los orígenes y las trayectorias socioculturales pasadas y garantizan su conservación y restauración” (Art. 6°. Ley 1185 de 2008).

En Colombia aún es posible encontrar huellas del pasado de sus antiguos habitantes que han logrado preservarse gracias a la coincidencia de diversos factores; muchos de estos vestigios han hecho parte de contextos funerarios o permanecido enterrados conservándose por cientos o miles de años y han venido saliendo a la luz de manera accidental, debido a estudios arqueológicos, o por efectos de la práctica de guaquería. Muchos de ellos son considerados como una mercancía cuyo valor económico promueve un tráfico que en la actualidad es ilegal; otros permanecen en colecciones particulares o instituciones y solo una pequeña proporción es destinada a su exhibición pública en museos. Por lo general se tiende considerar que estos objetos muebles de orfebrería, cerámica, textiles, hueso o piedra son lo que constituye el patrimonio arqueológico; también existen algunas áreas protegidas que por poseer estos vestigios in situ, en una extensión de terreno más o menos delimitada, se conservan en lo que se conoce como Parques Arqueológicos (p.ej. San Agustín, Tierradentro, Teyuna, Facatativá) o en Áreas Arqueológicas Protegidas.

Imagen 2. Bienes muebles del patrimonio arqueológico colombiano. Diego Martínez C. 2012
De izq. a der. : Piezas de orfebrería (Museo del oro), cerámica (ICANH), textil y hueso (Museo del Oro) y restos humanos momificados (Museo Nacional). Fotos: Foto: Diego Martínez C. 2010-2011


Sin embargo, en el territorio colombiano existen, además de estos, otro inmenso corpus de evidencias arqueológicas de carácter inmueble que no pueden ser trasladadas por estar estrechamente ligadas al terreno; entre estas se pueden considerar aquellas áreas que contienen concheros, basureros, vestigios de talleres o de antiguas áreas productivas, túmulos, tumbas, hipogeos, modificaciones del terreno para adecuarlo a labores agrícolas (camellones, canales, terrazas), caminos, plantas de habitación, plataformas, edificaciones, abrigos rocosos, arte rupestre, etc.

Imagen 3. Bienes muebles del patrimonio arqueológico colombiano. Diego Martínez C. 2012
De izq. a der.: Túmulo funerario (San Agustín), basurero (Salina de Nemocón) y ruinas de templo doctrinero (Gachantivá). Diego Martínez C. 2010-2011

La catagorización diferenciada entre patrimonio arqueológico mueble e inmueble no es una condición intrínseca a este, sino solo un aspecto instrumental que refiere a cierta condición en que se inscriben estos bienes para su manejo. Sin embargo esta es una apreciación relativa que parece referir más al contexto en que se requiere que reposen para su protección o gestión –ya sea en museos, laboratorios y colecciones particulares– o, por el contrario, in situ debido a la complejidad de su traslado o a ciertas condiciones para su investigación, conservación, exhibición, etc.

Desde el punto de vista de la significación del patrimonio arqueológico esta categorización parecería irrelevante, puesto que se considera que lo que en verdad brinda posibilidades para la comprensión de estos objetos o lugares es su contexto, es decir su relación con otros vestigios y con el entorno en que se inscribe, por lo que todo patrimonio arqueológico, en principio, debería mantenerse inmueble; pero la realidad de su investigación, manejo y conservación requiere que sean trasladados, archivados o expuestos públicamente en lugares diferentes a su depósito original. Esto lleva a considerar que todo bien arqueológico debería ser manejado como inmueble, pero al momento de su traslado (por excavación arqueológica, salvamento, guaquería, etc.) se tornaría mueble, condición que termina afectando su significación.

Esta diferenciación no solo incide en el potencial de significación de los vestigios arqueológicos sino que además redunda en aspectos instrumentales que condicionan su manejo y protección: por ejemplo para ambas categorías se han desarrollado herramientas diferenciadas de manejo (protocolos, formatos de registro, abordajes disciplinares) e incluso políticas públicas específicas (Ministerio de Cultura, 2010), lo cual termina generando incongruencias que dificultan un manejo integral de este patrimonio. Quizás el ejemplo más evidente y que aquí nos atañe sea el de la clasificación del arte rupestre en Colombia como patrimonio mueble (Ministerio de Cultura, 2005), lo cual pareciera dar por hecho que pueden ser trasladadas de su soporte y que son solo las pinturas o grabados los que se valoran o requieren manejo, obviando su soporte rocoso, entorno y en general su contexto de significación (3). Lo anterior ha contribuido en parte a la indefinición y falta de aplicación de instrumentos normativos y técnicos específicos que redunden en la correcta gestión integral y preservación del patrimonio reprentado no solo en las pinturas y grabados rupestres sino en todo su contexto espacial y de significación.

3. A la luz de una revisión bibliográfica se puede inferir que desde las instituciones del Estado encargadas del manejo y protección de los bienes culturales, no hay un criterio claro sobre el carácter de las expresiones rupestres respecto a la tradicional clasificación del patrimonio cultural material; por ejemplo, en la Guía para reconocer los objetos del patrimonio Arqueológico (Ministerio de Cultura- ICANH, 2007) se incluye al arte rupestre como parte del patrimonio arqueológico mueble, enfatizando que “fragmentos de estas [piedras] han sido fracturados y extraídos ilícitamente de muchas partes del país”. Esta misma consideración de caracterizar el arte rupestre como Bien Cultural Mueble se retoma en los Manuales para Inventario de Bienes Culturales Muebles (Ministerio de Cultura, 2005) donde aparece clasificado en el Grupo: De Carácter arqueológico, Subgrupo: Arte rupestre, Categorías: Pictografías y Petroglifos.

Por tal razón se hace necesario concebir el arte rupestre bajo un concepto más amplio –como el que aquí se propone de Sitio con Arte Rupestre (SAR)– que implique su reconocimiento como elemento del patrimonio cultural y arqueológico en una dimensión integrada con su entorno y en general con el paisaje cultural y dimensión territorial en que yace, y mediante una articulación más armónica con las dinámicas sociales, culturales y económicas que confluyen en estos sitios.

A Continuación se presenta una introducción al concepto de arte rupestre y algunos elementos para su caraterización como expresión cultural material cuyas múltiples escalas (de los motivos rupestres a los paisajes) posibilitan su comprensión como un patrimonio cultural y arqueológico, mas que encajonado en las categorías mueble o inmueble, de verdadero carácter territorial.

 

2. La memoria pétrea del paisaje.
Introducción al concepto de Sitio con Arte Rupestre (SAR)

2.1. La piedra como presencia eterna


El hombre tierra fue, vasija,
párpado del barro trémulo, forma de la arcilla;
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Pablo Neruda, Amor América (Fragmento)

En contraste con la fragilidad y lo perecedero de la vida, las piedras parecen poseer una naturaleza eterna. El material pétreo trasciende en el tiempo gracias a su dureza y resistencia ante los fenómenos transformadores de la naturaleza. La mayor parte de las evidencias de la historia natural y humana que conservamos hoy día reposa en piedras: formaciones geológicas, fósiles, herramientas líticas, estatuas, edificaciones, templos, pirámides o ciudades enteras, han trascendido en el tiempo, despojadas de todo su contexto perecedero pero aún resguardando en su materialidad parte de la memoria de lo que les otorgó forma y sentido. El hombre se ha valido de las rocas como materia prima para la fabricación de las herramientas que le dieron poder y alcance para asegurar su supervivencia; desde la simple utilización de un canto usado como proyectil, hasta las tallas más complejas donde se aprovecharon sus bordes para rasgar, cortar o pulir. El uso de la piedra parece haber marcado un hito en su evolución, ejemplificado en la especie Homo Habilis, considerada una de las más antiguas del género humano y denominada así por considerarse la artífice de los instrumentos líticos asociados al yacimiento en que fue encontrado (imagen 5). Al reiterado uso de la piedra como instrumento o a la utilización de grandes rocas y cuevas como abrigo siguió su aprovechamiento como materia prima, para tallar esculturas y monolitos, labrar o pintar signos y jeroglíficos, trazar caminos, erigir edificaciones o monumentos funerarios, y en general, para modificar o dotar de significado el entorno de manera durable y trascendente de acuerdo a las necesidades de supervivencia, económicas, o sociales de los diversos grupos humanos.

Imagen 4. Fósil. Colección de Peter Creutzberg, Nemocón. Foto: Diego Martínez C. 2009
Imagen 5. Herramientas
líticas de Olduvai
.
Fuente: delamagente.wordpress.com
Imagen 6. Templete
funerario
. San Agustín, Huila.
Foto: Diego Martínez C. 2009
Imagen 7. Ciudad perdida. Teyuna, Magdalena.
Fuente: www.rutacol.com


Pero no sólo cuenta su aprovechamiento como recurso material, la piedra también ha tenido importancia como depositaria de contenidos simbólicos. Gracias a su perdurabilidad representa lo divino y lo inmutable, y está presente en el pensamiento mítico de muchas sociedades a lo largo y ancho del mundo y a través de toda su historia (Eliade, 1964).

En el altiplano cundiboyacense, por ejemplo, los cronistas españoles de los siglos XVI y XVII, consignaron diversos mitos de los indígenas muiscas, en que se relaciona a las piedras con lugares de especial significación: el dios o héroe civilizador Bochica inició su periplo por el territorio desde el suroccidente hasta la región Guane al nororiente, dejando tras de si diversas pruebas de su paso; se cuenta que dejó pintadas sobre muchas rocas sus enseñanzas y las maneras de elaborar los tejidos, y que fue retratado “muy a lo tosco” en algunas rocas cercanas a Sogamoso; una huella de su pie tallada en una roca, de cuya raspadura bebían las mujeres preñadas para tener buen parto, era venerada en la población de Iza (4); o que fue al retirar una inmensa roca en el salto de Tequendama como logró desaguar la sabana de Bogotá que se encontraba inundada (5) (Correa, 2004) .

4. Otra version similar de fray Alonso Zamora, indica que “en el valle de Ubaque [...] se halla en una piedra estampado un pie humano [cuyos milagros] dice han obrado los polvos de aquella piedra que los indios dan de beber a los enfermos” (Correa, 2004).

5. Otros mitos del altiplano cuentan que el sobrino del Sol, también denominado Hunza, se enamoró de una hermana a quien preñó burlando la vigilancia de su madre, huyeron a Susa en donde ella parió un niño que se convirtió en piedra en una cueva. Cansados de huir, quedaron transformados en piedras en mitad del río abajo del Salto de Tequendama, como perenne testimonio que recuerda la prohibición de dicho casamiento.(Correa, 2004) .

Es en roca en lo que se transformaron los seres sobrenaturales, donde se registraron los acontecimientos del pasado, donde moraban los espíritus de los ancestros. Estas cualidades la erigen como el material y el lugar idóneo donde es posible la mediación y el vínculo entre lo sagrado y lo profano, dotando a los paisajes en que yacen de especiales significaciones.

Imagen 8. La huella del diablo, Sutatausa. Esta piedra posee una oquedad natural que los habitantes de la zona, incluidos los niños, interpretan como la huella del diablo. Forma parte de un conjunto de piedras que poseen pinturas precolombinas.
Foto: Diego Martínez C. 2009
Imagen 9. Habitante de Villavieja (Huila) posa junto con sus “descubrimientos”. Las piedras modificadas, tanto por la naturaleza (fósil) como por el hombre (talla), poseen especial significación y valoración cultural.
Foto: Diego Martínez C. 2009

 

2.2. La piedra signada: el paisaje humanizado

De acuerdo con Milton Santos (en Busquets, 2004), el paisaje se puede entender como “la realidad perceptible visualmente desde un cierto punto de observación, y está integrado por elementos naturales y humanos, presenta un carácter dinámico y es el producto de la historia y del trabajo humano; [es] un conjunto heterogéneo de formas naturales y artificiales [...] formado por fracciones de ambas”. Este concepto implica que la noción del paisaje encierra una dicotomía: lo natural y su contraparte lo artificial o humano; no necesariamente diferenciadas estas dos categorías, pero si articuladas de manera íntima desde la particularidades de sus características intrínsecas. Esta oposición entre lo natural y lo artificial, no puede interpretarse como una forma de categorización que excluye a la una de la otra, pues en cierto sentido podría considerarse que todo paisaje es artificial en la medida en que gran parte de los territorios del planeta ya han sido intervenidos y transformados por la acción humana desde hace miles de años.

Entre los muchos elementos naturales que pueden encontrarse en un paisaje las piedras pueden resaltar por su notoriedad, material, tamaño, forma, distribución, etc. Se presenta a continuación un breve ejercicio de observación sobre la piedra como elemento constitutivo del paisaje:

Estos elementos naturales yacen bajo tierra o afloran sobre la superficie a manera de cantos rodados, bloques erráticos o paredes rocosas; constituyen la materia “dura” y compacta de la naturaleza, en contraste con lo “blando” de la materia orgánica. Una piedra en medio del paisaje puede ser objeto de múltiples connotaciones para quien se relaciona con ella: hito geográfico, evento geológico, mojón o punto de referencia o encuentro, delimitación de un territorio, obstáculo en un camino o para la siembra de un terreno, recurso y materia prima para explotación, abrigo temporal, sitio sagrado, lugar de la memoria, etc. (Imagen 10)

Imagen 10. Roca en el paisaje. Cucunubá.
Foto: Diego Martínez C. 2009


Es decir, a pesar de ser un objeto natural, el solo hecho de observarla, pensarla o usarla, le otorga atribuciones y valoraciones mediadas por el intelecto del espectador. La roca no reposa simplemente en la naturaleza, la roca se inserta y se explica por medio del lenguaje y del bagaje cultural de quien se relaciona con ella.

Si la misma piedra es marcada por el hombre, por medio de algún tipo de signo, esta adquiere nuevas connotaciones: humanización, presencia de otro, apropiación del territorio, pertenencia, comunicación, sacralización, etc. (Imagen 11)

Imagen 11. Roca en el paisaje con pintura rupestre prehispánica. Montaje fotográfico con base en paisaje de Cucunubá y pintura rupestre de Soacha. Foto: Diego Martínez C. 2009

Si dichas marcas fueron realizadas por seres humanos que habitaron el territorio mucho tiempo antes de quien las observa en la actualidad, de tal manera que no queda memoria de su significado original –como el caso de las pinturas y grabados rupestres prehispánicos– estas pueden además evocar: asentamiento, memoria, paso, trashumancia, vestigio, guaca, misterio, tiempo, antigüedad, ancestro, herencia, patrimonio, etc.


2.3. Arte rupestre

Con el anterior ejercicio se introduce aquí el concepto de arte rupestre, entendido como los grabados o petroglifos (imagen 12) y las pinturas o pictografías (imagen 13) realizados sobre superficies rocosas en emplazamientos naturales. En cuevas, piedras, paredes y abrigos rocosos, la humanidad ha consignado de una manera gráfica y sintética innumerables representaciones de animales, plantas u objetos, escenas de la vida cotidiana, signos y figuras geométricas, etc. Aunque estas evidencias se pueden también encontrar en otros soportes pétreos de carácter mueble como cantos rodados, fragmentos líticos y tallas o haciendo parte de lajas, estelas, esculturas, muros o edificaciones en piedra, la denominación arte rupestre hace especial referencia a aquellos motivos, trazos o marcas que han sido plasmados sobre superficies pétreas naturales (Whitley, 2005), las cuales se han mantenido in situ en el mismo emplazamiento original donde fueron signadas (6).

6. Esta definición no excluye muestras de arte rupestre que han sido extraídas de su soporte original por acciones vandálicas o por medidas urgentes de salvamento arqueológico que han obligado su traslado.

 

Imagen 12.
Grabado y sitio con arte rupestre en San Jacinto,Bolívar.
Foto: Diego Martínez C. 2009
Imagen 13.
Pintura y sitio con arte rupestre en Chivonegro, Bojacá.
Foto: Diego Martínez C. 2009

Pintar o grabar sobre rocas es una expresión cultural común a toda la humanidad que se remonta a más de 40.000 años. Hasta hace pocos años sobrevivieron grupos que lo practicaban (en Australia y el sur de África principalmente) como medio de comunicación de saberes (Bednarik, en línea; Clottes y Lewis-Williams, 2001); incluso en Colombia se tienen noticias recientes de comunidades indígenas (Tukano, Murui-Muinane, Arawak-Maipure, Curripaco) que se relacionan con los sitios rupestres como lugares tradicionales, parte de su sistema de creencias, mitos, expresiones rituales o manifestaciones culturales de diversa índole (Reichel-Dolmatoff, 1978, Urbina, 2000; Romero, 2003; Ortiz y Pradilla, 2003).

Imagen 13. Aborigen australiano pintando una roca
Foto: Cortesia de Gabriella Brusa-Zappellini.
Imagen 14. Indígena tukano de la amazonía colombiana junto a un petroglifo. Foto: Richard Evans Schultes, 1943

A lo largo y ancho de nuestro país, desde los litorales hasta las alturas andinas, en valles y laderas o en el lecho de los ríos, es posible encontrar arte rupestre. Muchos de estos sitios permanecen aún sin descubrir entre la espesa vegetación o en medio de cultivos o potreros de ganadería, semienterrados bajo una capa de suelo o intencionalmente ocultos con basuras y desechos por los habitantes próximos. Otros están siendo destruidos por picapedreros o han desaparecido ante el avance de los crecientes perímetros urbanos. Algunos son encontrados al abrirse el paso para una nueva carretera o embalse, o al limpiar un terreno para la siembra.

A pesar de que parece existir a nivel internacional cierto consenso en torno a lo que denota el término “arte rupestre” (a juzgar por la extensa producción bibliográfica, eventos de carácter académico, asociaciones de investigadores, etc.)(7), aún son imprecisos los límites de su caracterización como elemento particular dentro del corpus de objetos y sitios arqueológicos o del patrimonio cultural. En algunos casos se considera dentro de esta categoría a dólmenes, geoglifos, alineamientos de piedras, grabados escultóricos o construcciones arquitectónicas realizadas en la roca viva (ver Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO) o a ciertos vestigios de carácter portable (arte mobiliar) cuyas carecterísticas estéticas o funcionales parecen corresponder a lo que se denomina “tradición rupestre”(8). Al respecto Sanz (2008) anota que “la formulación de una clara definición de arte rupestre es tan problemática, intrincada y ardua como la datación de sus manifestaciones”.

7. Publicaciones periódicas: Rock Art Research (AURA), Boletín SIARB, Rock Art News of the World (Oxbow books), Rupestreweb (www.rupestreweb.info). Eventos a nivel mundial: Rock art Congress (IFRAO), UISPP World Congress. Organizaciones: IFRAO (International Federation of Rock Art Organizations), AURA (Australian Rock Art Association), ARARA (American Rock art Research Association). SIARB (Sociedad de Investigadores de Arte Rupestre de Bolivia.

8. Se podría plantear que las manifestaciones estéticas materiales o plásticas de las sociedades indígenas corresponden todas a un intrincado sistema de representación que no puede ser compartimentado en corpus de objetos diferenciados (P. ej. cerámica, orfebrería, textiles, arte rupestre, etc.)

 

Imagen 15. Mapa ideográfico con localización de sitios rupestres en el mundo y en Colombia.
Foto: Diego Martínez C. 2009

 

3. Sitios con Arte Rupestre (SAR): de los motivos a los paisajes

Hasta aquí se ha hecho referencia al término arte rupestre, por ser el que convencionalmente tiene más uso en diferentes instancias (científica, normativa, coloquial, etc.), sin embargo, para efectos de guiar su gestión patrimonial, motivar un alcance más amplio y una relación más integral con su entorno y su contexto medioambiental, social y cultural, se propone aplicar aquí el concepto de sitio con arte rupestre.


En términos generales el arte rupestre se encuentra grabado o pintado sobre superficies rocosas naturales de carácter inmueble, ya sean bloques erráticos, abrigos y paredes rocosas, cuevas o afloramientos superficiales. Estas manifestaciones y las superficies que las soportan se encuentran, la mayoría de las veces, fijas en el mismo emplazamiento en que fueron realizadas por sus artífices originales –quienes debieron utilizar y escoger estos sitios de manera intencional y con propósitos específicos– , y de cuyas prácticas pudieron también quedar otro tipo de evidencias en el registro arqueológico o etnográfico de su entorno. Por tal razón no son simplemente las pinturas o grabados mismos los que permitirían aproximarse a comprender el sentido, función o significación de estas manifestaciones (y por extensión su valoración patrimonial) sino también sus contextos arqueológico, espacial, social o simbólico, los cuales se encuentran comprendidos en los sitios.


Desde el punto de vista arqueológico, es amplia la bibliografía a nivel internacional donde se ejemplifica que la aplicación de métodos arqueológicos en el estudio del arte rupestre ha arrojado luces sobre, por ejemplo, su cronología o atribución cultural (p. ej. Chippindale y Tacon, eds. 1998; Whitley, 2005). Por el contrario, en Colombia han sido pocos los casos donde investigaciones arqueológicas hayan dado algún resultado positivo (Martínez, 2009; Arguello y Martínez, 2012); entre estas se pueden resaltar los recientes estudios de Castaño-Uribe y van der Hammen (1998, 2006) en los abrigos rocosos de Chiribiquete donde, excavaciones realizadas en su entorno inmediato, arrojaron una cronología relativa para el arte rupestre –asociado a posibles prácticas rituales– de entre 450 AD y 1450 AD (imagen 17). Por otra parte, Arguello (2009) en excavaciones junto a una piedra con petroglifos en el municipio de El Colegio, halló evidencias de uso doméstico y ritual del sitio con fechas de entre 2100 y 1100 AP (imagen 18). Estos casos demuestran el potencial de información arqueológica que guardan los entornos del arte rupestre, lo cual justifica la necesidad de abordar la investigación, gestión y protección del arte rupestre desde el concepto más amplio de sitio con arte rupestre.

Imagen 17.
Corte esquemático del abrigo del arco, Chiribiquete.
Fuente: Castaño y van der Hammen, 1998.
Imagen 18 . Localización de posible área doméstica relacionada con la distribución de fragmentos cerámicos cerca a una roca con petroglifos en el municipio de El Colegio.
Fuente: Pedro Arguello, 2008.

Desde el punto de vista simbólico, la importancia de abordar el arte rupestre en su condición de sitio puede ilustrarse con el caso de la llamada “piedra de Nyi”, uno de los pocos sitios con arte rupestre en Colombia del que se ha podido consignar su significación tradicional por parte de comunidades indígenas:


Se trata de un petroglifo grabado en una roca que yace en la orilla izquierda del Pira-Paraná, cerca del punto donde cruza la línea ecuatorial, el cual marca un lugar sagrado para las tribus tukano del Vaupés pues conmemora el origen mítico de la humanidad, nacida de la unión del cielo y la tierra (Reichel-Dolmatoff, 1991) (Imagen 19). La relación espacial y simbólica de esta piedra con el territorio tukano se puede ilustrar con un diagrama (Imagen 20) donde se localizan las cataratas del Ipanoré –punto de origen de los tukano– y las cataratas del Jirijirimo –las más grandes en el territorio–; el centro del prisma es la roca de Nyi; el hexágono es también un mapa territorial y social tukano que se divide en seis segmentos tribales, unidos por tres pares de segmentos de clanes que se relacionan por vinculos matrimoniales, que están geográficamente dispuestos en un patrón hexagonal y asociados con estrellas específicas (Reichel Dolmatoff, 1982 en Whitehead, 1998). Todo este conjunto forma un gran modelo cartográfico y cosmológico mediante el cual la comunidad indígena comprende y da sentido a su lugar en el mundo, es decir, el sitio con arte rupestre se constituye en un potente referente simbólico y cultural (o cronotopo, de acuerdo con Piazzini, 2008) ligado estrechamente a su territorio y componente de primer orden de su cosmovisión.

Imagen 19. La piedra de Nyi. El petroglifo inscrito muestra el mítico palo sonajero en la forma de un falo alado con los puntos en el extremo superior junto a una cara triangular, que algunos ven como una vagina. La forma de la roca y la imagen de la vara sonajera marcan el eje central del cosmos, y alude al papel de los chamanes en la vinculación de los seres de la tierra a las actividades celestiales de los héroes míticos y los dioses.
Fuente: Reichel-Dolmatoff, 1987 (en Whitehead, 1998)

Imagen 20.
Esquema cosmológico exagonal
que relaciona la tierra con el cielo según los tukano.
Como eje, en el centro abajo, se localiza
la piedra de Nyi.
Fuente: Reichel-Dolmatoff, 1987 (en Whitehead, 1998)

 

Sin el conocimiento de este contexto etnográfico serían pocos los elementos que un observador contemporáneo podría inferir sobre el sentido y función de este petroglifo, y quizás su estudio interpretativo –como en la mayoría de casos– se reduciría a meras especulaciones. Sin embargo este caso ejemplifica la importancia que pudo tener para las comunidades indígenas en el pasado la elección de su locación, cuya permanencia en la actualidad posibilita comprender la estrecha relación espacial y simbólica que guardan estos sitios con el territorio en que se insertan.


Este emplazamiento fijo implica además una relación íntima con el medioambiente circundante, su entorno y en general con el paisaje en que se inscribe, que no solo manifiesta la condición física del entorno como contenedor del soporte pétreo sino que, dadas las características simbólicas del arte rupestre, implica también una relación estrecha con la significación que de este entorno debieron tener sus artífices. El significado original de estas manifestaciones no solo está implícito en las pinturas o grabados mismos sino que también hacen parte integral de esta significación las relaciones entre motivos (como composición gráfica en un mismo conjunto o panel), su posición en el muro o totalidad de la roca, la forma de esta, su emplazamiento en un entorno natural y las relaciones de este con un territorio ya sea geográfico (material) o simbólico (inmaterial) más amplio.


Con el término sitio con arte rupestre (también entendido como yacimiento) se suelen nominar los lugares donde se encuentran las pinturas o grabados rupestres (Sanz, 2008; Clottes, 2008; ICOMOS, 2009, Bednarik, 2010); sin embargo, se utiliza indiscriminadamente para referir desde un abrigo, pared, cueva o roca individual (p.e. Abrigo de los jaguares, Cueva de las manos, Piedra de Aipe, etc.) hasta un conjunto amplio de estos (p.e. Piedras de Chivonegro, Sierra de San Francisco, Arte rupestre del arco mediterráneo, etc.). En este sentido el término sitio parece definir unidades que han sido diferenciadas con propósitos de investigación o de manejo y gestión de estos lugares como patrimonio cultural (9).

9. Clottes (2008), a pesar de aceptar la problemática de la definición de sitio con arte rupestre (rock art site), en un análisis cuantitativo del arte rupestre mundial se aventura a dar la cifra de 400.000 sitios; lo cual le sirve de base para argumentar que la cifra de solo 43 que integran la Lista de Patrimonio Mundial no hace justicia a la representatividad que debieran tener estas manifestaciones en el contexto del patrimonio mundial. Dada la relatividad con que se maneja el concepto de sitio con arte rupestre en este tipo de análisis, la conclusión de este autor se podría interpretar como tendenciosa.


La necesidad de precisar el concepto de sitio con arte rupestre no es simplemente un asunto nominal o formal, por cuanto el término encierra en sí mismo la noción de extensión de terreno (superficial y subterráneo) que contiene o esta relacionado con el emplazamiento rocoso que posee los motivos rupestres; lo cual, desde el ámbito de su gestión patrimonial o su protección normativa, sería la clave para la futura definición de sus áreas de conservación, protección, amortiguamiento o influencia, y para su comprensión como evidencia o fenómeno que significa culturalmente a un territorio, aspecto crucial para su valoración patrimonial.


Se expone a continuación la caracterización de los elementos constitutivos, a manera de escalas de análisis, que aportan a la definición de lo que puede considerarse como un sitio con arte rupestre:

Escala 1. Motivo rupestre: son las marcas de origen antrópico, pintadas o grabadas, que son percibidas por el hombre contemporáneo como formas o diseños rupestres singulares (IFRAO, en línea).

Imagen 21. Motivo rupestre del sitio No. 33 o “Piedra grande”. Sutatausa.
Foto: Diego Martínez C. 2010

Escala 2. El panel: Es la sección, cara o pared de una superficie o emplazamiento rocoso en que se encuentran plasmados los motivos pintados o grabados.

Imagen 22. Panel rupestre del sitio No. 33 o “Piedra grande”. Sutatausa..Foto: Diego Martínez C. 2010

Escala 3. Soporte rocoso: es la entidad pétrea o superficie rocosa que soporta los motivos o paneles rupestres. Este puede ser un bloque errático, un abrigo, una pared rocosa o un afloramiento superficial.

Imagen 23. Soporte rocoso. Bloque errático del sitio No. 33 o “Piedra grande”, Sutatausa.
Foto: Diego Martínez C. 2010

Escala 4. El entorno: Entendido como el conjunto de todo aquello que rodea al emplazamiento rocoso, puede ser caracterizado por sus condiciones físicas naturales (geográficas o medioambientales) o socio-culturales (usos del suelo actual o en el pasado. P. ej. refugio, asentamiento, entorno urbano o rural, agrícola, de explotación minera, vía de comunicación, parque arqueológico, etc.). En este aspecto, Bustamante (2005b) propone que el concepto entorno se puede inscribir además dentro de un sistema de coordenadas de espacio y tiempo:


“Las coordenadas espaciales definen relaciones con: superficie de la roca en que están inscritas, las otras obras rupestres, sitios habitacionales, restos en el subsuelo, accidentes del paisaje, ecología y astronomía. Las coordenadas temporales definen relaciones con: otros sitios cercanos, contexto cultural, evolución histórica, contactos interculturales, desplazamientos intersitios, etc.” (Bustamante, 2005b).


Desde el ámbito del patrimonio cultural, el entorno se concibe como el área alrededor de un sitio que puede incluir la captación de las visuales (ICOMOS - Australia, 1999). El entorno de una estructura, un sitio o un área patrimonial se puede definir también como “el medio característico, ya sea de naturaleza reducida o extensa, que forma parte de –o contribuye a– su significado y carácter distintivo” (ICOMOS, 2005). Se estima como un atributo de la autenticidad que requiere protección mediante la delimitación de zonas de respeto (ibídem).


“Más allá de los aspectos físicos y visuales, el entorno supone una interacción con el ambiente natural; prácticas sociales o espirituales pasadas o presentes, costumbres, conocimientos tradicionales, usos o actividades, y otros aspectos del patrimonio cultural intangible, que crearon y formaron el espacio, así como el contexto actual y dinámico de índole cultural, social y económica” (Declaración de Xi´an, ICOMOS, 2005).

Imagen 24. Entorno próximo al sitio No. 33 o “Piedra grande”, Sutatausa. Foto: Diego Martínez C. 2010

Escala 5. El paisaje: El arte rupestre, como huella o vestigio del paso o establecimiento del hombre en el pasado se encuentra hoy día inscrito en un territorio que se reconoce cambiante, esto es, que ha estado expuesto a múltiples transformaciones tanto por procesos naturales como por la intervención del hombre. En dicho territorio confluyen de manera integrada los eventos naturales y la acción que el hombre ha ejercido sobre éste. La identificación del territorio, es decir la mirada o la interpretación que se hace sobre este constituye el paisaje. Este se puede entender como “la síntesis entre lo físico, lo biológico y lo cultural, como una manifestación de la diversidad del espacio geográfico que se constituye en elemento de identidad territorial y el resultado de la relación sensible del individuo con su entorno percibido” (Mata, 2006 en Biel, 2009).


El Convenio Europeo del Paisaje (Florencia, 2000) define paisaje como “cualquier parte del territorio tal como lo percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”; de esta manera se puede entender el territorio como una unidad que es el resultado de la convivencia entre lo natural y lo humano, esto implica una concepción dinámica del paisaje, donde su situación actual es la síntesis de la superposición de los diversos momentos históricos que se han vivido en él. Esta lectura amplía la capacidad simbólica del paisaje ya que lo interpreta desde sus valores naturalistas pero también desde su entendimiento como documento histórico (Biel, 2009).

Imagen 25. Paisaje contenedor del sitio No. 33 o “Piedra grande, Sutatausa. Foto: Diego Martínez C. 2010

Los sitios con arte rupestre en el presente permiten vislumbrar las capas del tiempo en la superpuesta estratigrafía de la memoria de los territorios; como huella y evidencia material del pasado humano plasmado en la roca, relacionados con un entorno (natural y/o humanizado) y enclavados en un territorio particular, pueden constituirse en elementos de primer orden de los paisajes culturales. Este concepto implica que estos sitios no se pueden seguir viendo como simples eventos aislados sin conexión con el presente, como simples rarezas u objetos arqueológicos carentes de sentido y de contexto. Su calidad inmueble y su emplazamiento in situ (que la mayoría de las veces coincide con el original en el que se plasmaron las pinturas y grabados), lo constituye en hitos geográficos, históricos y culturales que dan cuenta de las relaciones que con el territorio tuvo el hombre del pasado y que, en el presente, nos indica las dinámicas cambiantes que han configurado el paisaje tal como lo percibimos hoy.

Imagen 26. Paisaje cultural contenedor del sitio No. 33 o “Piedra grande”, Sutatausa.
Foto: Diego Martínez C. 2010

Esto implica que cualquier iniciativa tendiente a la comprensión del arte rupestre como objeto histórico o arqueológico o a su manejo como patrimonio cultural, no puede estar circunscrita a las pinturas o grabados mismos, sino que debe incorporar y reconocer sus múltiples escalas (de los motivos rupestres a los paisajes), las diversas relaciones que se dan con las comunidades que los usan, reconocen o valoran, y el contexto de los territorios que estos sitios dotan de significación. Por lo tanto, la espacialidad o dimensión física concreta de un sitio con arte rupestre, con miras a su gestión o protección, solo puede definirse una vez sean reconocidos, analizados y articulados los aspectos relacionados a la memoria (dimensión de significado) y a la comunidad (dimensión social) que se identifiquen y se inscriban en un territorio (dimensión física) en particular (ver: Martínez, 2010).


3.1. Los sitios con arte rupestre como “cronotopos”


Como una manera de complementar e ilustrar el concepto de sitio con arte rupestre, se propone asociarlo aquí con el término cronotopo (del griego kronos, tiempo y topos, espacio, lugar), el cual ha sido adoptado desde el ámbito literario (Bajtin, 1989) y propuesto por Piazzini (2008) con el fin de comprender la manera en que los bienes patrimoniales logran “la condensación en el espacio de las huellas del paso del tiempo”, al “condensar el tiempo” y al “hacerlo visible en el espacio”.

“Los patrimonios funcionan a la manera de cronotopos en la medida en que efectúan articulaciones inextricables entre memorias, identidades y lugares, historias y territorios, habilitando prácticas discursivas y no discursivas que fortalecen o ponen en entredicho determinadas formas de concebir y experimentar la situación de los sujetos y los grupos sociales en el espacio y el tiempo”. (Piazzini, 2008)

Interesa aquí el potencial que representa este concepto al momento de construir significados para los sitios con arte rupestre para, por medio de su interpretación, incentivar su valoración positiva, especialmente entre las comunidades urbanas y rurales actuales que han perdido nexos con las tradiciones culturales que pudieron ofrecerle algún sentido y significado a estos lugares.

Concebir los sitios con arte rupestre como cronotopos, significa interpretarlos como hitos del paisaje que resguardan y condensan la memoria del paso del hombre, en nuestro contexto, el índígena prehispánico. De esta manera se hace posible vincularlos a las múltiples lecturas y valoraciones patrimoniales de los territorios.

Para ilustrar de manera didáctica lo anterior, se muestra a continuación una recreación gráfica de la evolución del paisaje de Sutatausa (Cundinamarca), donde sus imponentes farallones y la llamada “piedra del cementerio” se presentan como protagonistas y testigos inmutables, en torno a los cuales es posible interpretar ciertos hitos de su devenir histórico, constituyendo este conjunto y su entorno (el sitio y el paisaje) en potencial cronotopo y por lo tanto del patrimonio cultural.

Imagen 27.
10.000 a.C.
Periodo precerámico.

Restos de herramientas líticas y huesos de especies animales hoy extintas dan cuenta de la presencia de los primeros pobladores, cazadores -recolectores que aprovecharon las piedras y abrigos rocosos como refugios.

Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Imagen 28.
2.000 a.C.- siglo XVI
Periodo prehispánico

(Herrera - Muisca)
El desarrollo de la agricultura propició el establecimiento sedentario en poblados y el desarrollo de nuevas tecnologías como la cerámica.
Probablemente en este periodo se inició o se dió el auge de plasmar sobre las piedras un lenguaje con propósitos que aún desconocemos.


Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Imagen 29.
Siglo XVI
Invasión europea.

La abrupta irrupción de
invasores europeos trastornó
drásticamente todos lo ámbitos
de la cultura indígena. Particularmente en Sutatausa quedó el registro del genocidio del farallón en que se dió muerte a miles de indígenas a manos
de españoles.

Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Imagen 30.
Siglos XVII al XIX
Periodo colonial.

Se introduce la religión católica y nuevas formas de producción agrícola (monocultivos); que se funden con la tradición indígena, generando formas de hibridación cultural patentes en nuevos modo de poblar, la erección del pueblo de indios, su capilla doctrinera (y sus pinturas murales) y manifestaciones de la vida rural que permanecerían hasta ya entrado el siglo XX.

Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Imagen 31.
Siglos XIX y XX.
Periodo republicano
.
El agotamiento del suelo, quizás debido al excesivo monocultivo del trigo y la cebada, provocó el casi completo despoblamiento de la región, la cual fue conocida como “sutapelao”.
En torno a esta piedra se estableció el cementerio municipal.

Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Imagen 32.
Siglo XXI
El presente.

Hoy día la piedra y los farallones se insertan en un paisaje reforestado, con nuevas dinámicas de uso del suelo, urbanización creciente, turismo y otras manifestaciones del llamado “desarrollo”.

Fotomontaje: Diego Martínez C. 2011

Así, los sitios con arte rupestre se constituyen en componentes naturales y culturales claves de los paisajes que, interpretados a partir de su condición de cronotopo, pueden insertarse en las dinámicas de poblamiento y ordenamiento territorial ejerciendo un rol efectivo en pro del bienestar y desarrollo de las comunidades mediante su aprovechamiento como recurso cultural.

“El paisaje ha pasado de ser concebido como la simple imagen estática del territorio o como un escenario bello para la contemplación a ser considerado un recurso de interés educativo y social. [...] La valorización del paisaje como recurso económico y social es el resultado de la confluencia de dos procesos. Desde el punto de vista económico, algunos paisajes se han convertido en un bien escaso, adquiriendo el valor de patrimonio, y además constituyen un recurso importante para el desarrollo de formas emergentes de turismo y de ocio (turismo verde, agroturismo, turismo cultural, etc.), alternativas a las formas convencionales del turismo de masas. Desde el punto de vista social, el paisaje se manifiesta como un recurso de gran interés para el ocio y para la formación ambiental de las personas en general y, en particular, para la educación de la población en edad escolar. Así pues, diversos factores convergen para hacer del paisaje un concepto de actualidad y de utilidad social”. (Busquets, 2004)

 

Conclusión


El concepto de Sitio con Arte Rupestre (SAR) se puede definir entonces como: la extensión de terreno (superficial y subterráneo) que contiene o esta relacionado con el emplazamiento rocoso en que se inscriben los motivos rupestres –pintados o grabados– constitutivos del patrimonio arqueológico y como tal declarados Bienes de interés cultural de la Nación; reconocimiento que permite la definición de sus áreas de conservación, protección, amortiguamiento o influencia, para la preservación y gestión de los diversos elementos contextuales –claves para su comprensión como evidencia arqueológica– y en torno al cual se identifican, representan o expresan social y culturalmente las comunidades relacionadas con el mismo.

Asi, bajo el concepto de SAR puede caracterizarse desde una sola piedra pintada o grabada, hasta una agrupación de estas localizadas en un territorio particular. Lo importante es que la definición de su área de influencia (con miras a su manejo y protección) trascienda la superficie pétrea signada e incluya elementos del entorno y el paisaje (geográficos, bióticos, arqueológicos, etnográficos, sociales, etc.) que se consideren imprescindibles para mantener su integridad y que sean suceptibles de dotar o enriquecer su significación como bien del patrimonio cultural y arqueológico.

Imagen 33 . Componentes de un Sitio con Arte Rupestre. Ilustración: Diego Martínez C. 2011

Además del carácter de los SAR como patrimonio cultural y arqueológico -objeto y marco de referencia de esta propuesta-, para terminar valdría evocar otra dimensión y potencial que representan estos sitios en el contexto, quizás más amplio, apremiante y vital, de la conservación del medio ambiente.

Los SAR que podemos reconocer hoy en día, han logrado conservarse por siglos, en gran parte debido al equilibrio y las estrechas relaciones que mantienen con su medio natural. Un SAR bien conservado implica un medio ambiente conservado, mientras que un SAR alterado, fragmentado, desplazado, etc., implica un medio ambiente igualmente deteriorado. Por tal razón el estado de conservación de un SAR puede ser índice del “estado de salud” del medio natural y cultural en que yace.

Imagen 34. Sitio con arte rupestre “Piedras de Usca” (Mosquera, Cundinamarca).
Al fondo, el avance de la explotación de la cantera contigua.
Foto: Diego Martínez C. 2009

Gestionar un SAR de manera integral implica, además de abogar por la conservación de su materialidad o significación cultural, adelantar acciones en pro de la preservación de su entorno. Por tal razón estos sitios se deben empezar a ver, más que como anécdotas del pasado, como verdaderos relictos donde es posible reconocer, en la dicotomía cultura-naturaleza, potentes hitos de la conservación y referentes simbólicos siniguales en torno a los cuales se puedan adelantar acciones de “resistencia”(8) ante el avance del denominado “desarrollo” y sus dinámicas depredadoras. De allí la importancia de integrar su gestión a instancias superiores de planeación y ordenamiento territorial, y en especial su reconocimiento como áreas protegidas.

8. Casos de “resistencia” a la destrucción o alteración de SAR en el mundo han llevado implícito, no solo la defensa patrimonial cultural sino la del medio ambiente, entre estos: Foz Coa (Portugal), Dampier (Australia) y El Mauro (Chile)

Cuando protegemos un SAR, no solo protegemos el pasado, el legado de nuestros ancestros, protegemos el presente y el futuro de nuestros hijos y las generaciones por venir. Reconocer, gestionar y proteger un SAR debe ser en sí misma una medida para la preservación de la vida.

Imagen 35. Sitios con arte rupestre “Piedras de Usca” y uno de los últimos relictos de vegetación subxerofítica del contorno del Humedal de La Herrera, rodeados por el avance de la explotación de canteras en el parque minero e industrial de Mosquera (Cundinamarca). Base fotografía aérea Google Earth. 2009

Imagen 36. Sitios con arte rupestre del Cerro de San Mateo (Soacha). Uno de los últimos relictos verdes al occidente de Soacha. Nótese la expansión de la frontera urbana y de las áreas de explotación minera que lo circundan. Base fotografía aérea Google Earth. 2009

 

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Martínez Celis, Diego. De los motivos rupestres a los paisajes: Sitios con Arte Rupestre (SAR) como categoría especial del patrimonio cultural y arqueológico colombiano
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/sar.html

2012

 

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