Aproximaciones desde la arqueología, la etnohistoria y la etnografía a los petrograbados del sur de Sinaloa, México

Luis Alfonso Grave Tirado. Centro INAH Sinaloa. alfonsograve@gmail.com

 

Resumen

Aunque la gráfica rupestre es abundante en el sur de Sinaloa, México; son pocos los estudios que la han abordado y casi siempre ha sido por parte de aficionados. Hasta la fecha no ha habido un proyecto de investigación específico sobre los petrograbados de la región; sin embargo, a través de visitas de inspección y trabajos de rescate y salvamento arqueológicos he logrado registrar 12 sitios con más de 200 grabados. Ensayo su interpretación con base en los datos arqueológicos, etnohistóricos y etnográficos, considerando al sur de Sinaloa como parte de la extensa área cultural del Gran Nayar.

 

Quizá por la supuesta ausencia de pirámides, son los petrograbados los vestigios arqueológicos que más llaman la atención de los interesados en el pasado sinaloense e incluso han sido objeto de sesudos trabajos de algunos aficionados (Bonilla, 2009 [original 1942]; Ortiz de Zárate, 1976; Lizárraga, 1980); sin embargo, la verdad es que son pocas las investigaciones realizadas por arqueólogos, que entre sus objetivos hayan contemplado el estudio de las manifestaciones gráfico rupestres del sur del estado de Sinaloa, con la única excepción del proyecto que actualmente se desarrolla en Las Labradas, un sitio de petrograbados en el litoral del Océano Pacífico (Santos, 2006; 2009; Santos y Vicente, 2010), justo en los límites de lo qué, en otra parte, consideramos el sur de Sinaloa (Grave, 2012).

No obstante, como resultado de algunas inspecciones y rescates derivados de denuncias acerca de la destrucción inminente o a mediano plazo de los vestigios arqueológicos de la parte baja de la sierra en el sur de Sinaloa principalmente y algunos otros en la llanura costera e incluso al pie de la marisma (Figura 1), hemos detectado algunos sitios con petrograbados, los que describiremos, brevemente, de norte a sur. Por razones de espacio, únicamente ilustraremos aquellos petrograbados que son representativos de los diseños en la región y/o que son únicos.

 

Figura 1. Mapa con la ubicación aproximada de los sitios mencionados en el texto.

 

 

Hacienda del Carmen


Cerca de la pequeña población llamada Hacienda del Carmen, a la orilla de la carretera Coyotitán-San Ignacio hay dos piedras con grabados. La primera está en el paraje conocido como “El Cucharo” y tiene como diseño principal un sol (Grave y Nava, 2008). El sol se encuentra casi al centro de la piedra, cuyos grabados se ubican, todos, en su cara sur. Junto al sol, hay una larga línea sinuosa (¿una serpiente?) y varios pozos pequeños (Figura 2). Unos 300 metros al sureste se encuentra la otra piedra. En este caso se trata de cinco pozos u ollas. La principal, y que le da nombre a la piedra: “La olla”, es un enorme pozo de forma ovalada de 50 por 40 centímetros y casi 30 centímetros de profundidad, pero los otros cuatro son muy pequeños y apenas están esbozados.

 

Figura 2. La piedra con el sol en “El Cucharo”, Hacienda del Carmen, municipio de San Ignacio, Sinaloa.

 

 

El Limón de los Peraza


Otras piedras con grabados se localizan aproximadamente 1 kilómetro al oeste del pueblo El Limón de los Peraza (Grave, 2007b). En la misma orilla de una vereda hay una piedra de 1.5 metros de diámetro que cómo único elemento presenta un hoyuelo tallado en su parte central.

 

Sobre la ladera del cerro La Cantera hay otros dos bloques con grabados. El bloque del lado oeste es una piedra de forma casi triangular de aproximadamente 1.5 metros por lado, la cual presenta 16 pozuelos de diversas dimensiones: el que está en el punto central es el más grande y tiene forma oval, midiendo alrededor de 25 centímetros de largo por 18 de ancho. A su alrededor se distribuyen los otros 15 pozuelos; 8 del lado oeste y siete más del lado este. Los del lado oeste son dos de tamaño que podemos considerar mediano, pues miden unos 10 centímetros de diámetro y se ubican en sendas esquinas de la piedra; el resto son pequeños, ya que miden escasamente 3 centímetros de diámetro. Los siete pozuelos del lado este son todos pequeños, de un diámetro similar al de sus pares del oeste.

Unos 15 metros al este se localiza el otro bloque. La piedra es de forma rectangular y mide aproximadamente 2 metros de alta, por 1.70 metros de ancha y poco más de 1 metro de gruesa. En su parte superior hay una hendidura realizada mediante el tallado, la cual es apenas visible. Pero en su lado oriente están las representaciones bastante claras de dos soles (Figura 3). El del lado norte tiene 30 centímetros de diámetro aproximadamente y presenta un círculo de unos 4 centímetros de diámetro circundado por otro de unos 23 centímetros del cual salen 13 rayos luminosos. Por su parte, el del lado sur es un tanto más pequeño, pues sólo alcanza los 20 centímetros. Éste presenta algunas diferencias respecto del otro, pues en lugar de un círculo, su parte central está diseñada mediante un punto y el círculo que lo enmarca tendrá unos 15 centímetros de diámetro del que salen 10 rayos. Pero además tiene una larga cola de poco más de 50 centímetros de larga, por lo que más que el sol, quizá sea la representación de un cometa.

 

Figura 3. Representación de dos soles en El Limón de los Peraza, San Ignacio, Sinaloa.

 

 

El río Quelite

 

A orillas del río Quelite hay un risco con petrograbados conocido como Las Pintadas donde los diseños fueron grabados sobre un pequeño acantilado situado en su orilla norte. Hay poco más de 30 grabados, la mayor parte de los cuales se ubican unos 10 metros por encima del lecho del río.

Se pudieron distinguir cuatro conjuntos. El conjunto que está en la parte más alta, a la derecha, se compone de cuatro elementos que semejan corazones y dos espirales. Unos metros más abajo están otros 11 grabados; entre ellos un aspa, un rostro antropomorfo del que parecen emerger rayos solares, tres cartuchos, dos círculos concéntricos con una cruz en su interior y un punto en cada uno de los ángulos de la cruz, del cual salen una serie de puntos hacia arriba (Figura 4). Hay también dos cartuchos, una cruz, una espiral y una posible serpiente. Hacia su izquierda está el otro conjunto, en el cual están muy erosionados los grabados, aun así es posible apreciar algunas espirales y una cruz. Más abajo están dos espirales, un cartucho enmarcando un aspa o cruz de San Andrés y una figura antropomorfa encerrada en un triángulo. Además, en una piedra sobre el lecho del río hay una espiral y otros dos diseños que no se alcanzan a distinguir.

 

Figura 4. Los petrograbados de “Las Pintadas”, a orillas del río Quelite, San Ignacio, Sinaloa.

 

 

La Noria

Situados alrededor de una poza del arroyo El Jagüey hay cinco piedras con grabados en el paraje conocido como La Ciudadela. En el lado poniente hay dos piedras con sendos cartuchos, aunque tan erosionados que no se alcanzan a distinguir con claridad los diseños; mientras que en otra piedra, hay una serie de puntos que parecen emerger directamente del agua.

En la orilla oriental están las otras dos piedras. La del lado norte tiene sólo uno, en lo que parecen dos serpientes frente a frente enmarcadas por un cartucho. La del lado sur es la piedra principal del sitio (Figura 5). Es un peñasco de 4.5 metros de largo por 2.65 metros de alto, al que se conoce como La Pintada. Se observaron 9 grabados bien definidos: 5 cartuchos, 3 soles y una figura zoomorfa, además de algunas rayas verticales entre ellos. Los cinco cartuchos presentan en su interior un diseño similar, al que podemos interpretar como aspas o cruces de San Andrés. Además, en la parte superior del bloque, hay dos pequeños pozuelos de forma ovalada.

 

Figura 5. Piedra principal de “La Ciudadela”, arroyo El Jagüey, en las cercanías de La Noria, Mazatlán, Sinaloa.

 

 

El cañon del Burro

 

Unos 5 kilómetros al norte del río Presidio se encuentra el paraje conocido como El Cañón del Burro (Grave, 2006). Ahí, sobre un paredón a cuyo pie corre el arroyo El Burro, se encuentran tres grabados que aunque fueron parcialmente cubiertos por una capa de pintura blanca, todavía son claramente visibles desde el camino (Figura 6).

 

Figura 6. Dos representaciones de Tláloc en El Cañón del Burro, paraje cercano al río Presidio, municipio de Mazatlán, Sinaloa.



Se trata de tres rostros antropomorfos. Los dos del lado izquierdo tienen los ojos rodeados por sendas anteojeras de las que salen dos líneas que forman la nariz y que semejan serpientes. De la boca sobresalen unos dientes afilados, 8 en el de la izquierda, diez en de al lado. Ambos llevan una especie de penacho formado por líneas iridiscentes. Sin duda, son dos representaciones, me parece que bastante claras, de Tláloc, tal y como fue representado en el Posclásico mesoamericano. Al lado de los dos tlálocs, hay otro rostro con los ojos bizcos.

 

El río Presidio

 

En el área donde se construyó la Cortina de la Presa Picachos, en el río Presidio, se encontraron 4 bloques de ignimbrita con grabados, los cuales estaban cubiertos por toneladas de aluvión. (1) Debido a que durante casi dos semanas, su rescate retrasó los trabajos de construcción; los trabajadores dieron en llamarles las piedras preciosas y con ese nombre fueron registradas (Grave, 2007a).

 

1. Cabe hacer mención que uno de los geólogos que apoyaba en la obra consideraba que el aluvión se había depositado alrededor de mil años atrás; sin embargo, el Ing. Amaral, el encargado de explosivos, y cuya opinión era respetada incluso por los otros geólogos, decía que el evento no tenía más de 400 años. A saber.



El bloque del lado norte, o número 1, tiene en su cara principal, la que da al norte, cinco representaciones grabadas (Figura 7): un círculo concéntrico, una espiral; la representación de un sol y dos rostros antropomorfos.

 

Figura 7. El bloque 1 de “Las Piedras Preciosas”. Cortina de la Presa Picachos, Sinaloa.



El bloque del lado central, o número 2, contenía seis grabados, aunque son los más erosionados de todos: los más claros son un cartucho con una especie de hélice en el centro y un círculo con puntos en su interior. De los otros cuatro no se determinó su forma.

Entre el bloque central y sur, se asomaba una protuberancia de la piedra del cerro en la que se alcanzó a apreciar otra imagen, que aun cuando está muy erosionada, pude ver, en campo, que se trata de la representación, bastante clara, de una estrella de cinco puntas, enmarcada por un óvalo; dentro del cual hay además, encima de la estrella, dos puntos anchos.

 

El bloque del lado sur, o número 4, es el que mayor número de manifestaciones grabadas presenta. En su cara principal, la que da hacia el norte hay tres “cartuchos” (Figura 8). El del lado este son dos espirales encontradas, o una hélice: los otros dos no se apreció la forma. En la cara del lado Noroeste hay otros dos grabados, el del lado derecho es una espiral; en tanto que el del lado izquierdo es un cartucho cuadrado con puntos y rayas en su interior, si un orden aparente.

 

Figura 8. El bloque 4 de “Las Piedras Preciosas”.

 

 

En las cercanías hay otros sitios con grabados: La primera es La piedra con hoyos y tiene varios metros de larga y en ella se conservan al menos seis grabados. El más destacado visualmente, ya que está ubicado sobre una saliente de la roca hacia su esquina suroeste, es una especie de cruz de San Andrés o aspa con sendos puntos en la terminación de cada uno de sus líneas; así como otra en la parte superior de donde confluyen ambas líneas (Figura 9).

 

Figura 9. Aspa o Cruz de San Andrés sobre un peñasco: “La Piedra con Hoyos”, situado no muy lejos del río Presidio, municipio de Concordia, Sinaloa.

 

 

En la parte de arriba de la piedra hay varios pozos realizados mediante el desgaste; el más grande es cuadrangular y mide aproximadamente 1.5 m de largo por 1 m de ancho y en su fondo presenta grabado un cuadrado en espiral. A un costado de ésta hay una especie de falo, cuyos testículos están formados también mediante espirales (Figura 10).

 

Figura 10. Falo con espirales. Diseño en “La Piedra con Hoyos”, en las cercanías de río Presidio, Sinaloa.

 

Finalmente en la parte norte de la piedra hay otros tres grabados, pero están tan erosionados que no es posible apreciar su diseño.

 

No muy lejos está La piedra del sol. La piedra presenta un único grabado que parece no haber dudas en que se trata de la representación del sol. Es muy similar al diseño del Bloque 1 rescatado en la cortina de la Presa Picachos; esto es, de un pequeño círculo salen las líneas, las cuales son interceptadas por otro círculo mayor que las encierra. Curiosamente, tanto al grabado del Bloque 1 de la cortina como al de este caso, la gente opina que también puede representar una especie de penacho; de hecho esta piedra, además de la piedra del sol, es también conocida como “El Penacho del Indio”.

           

En la misma zona está La piedra de la panocha. Como único grabado tiene la representación de una vulva femenina (Figura 11); de ahí el nombre de la piedra, pues en Sinaloa: “panocha” es uno de los nombres con que se designa a la vulva femenina.

 

Figura 11. “La Piedra de la Panocha”, situada no muy lejos del río Presidio, Concordia Sinaloa.

 

           

Finalmente está La piedra del mono. Conocida así, porque entre sus grabados tiene representado una figura antropomorfa. La piedra sobresale poco del terreno por lo que todos los grabados están sobre la parte superior. Casi en el centro hay algunos pozuelos chicos y en las cercanías de ellos está la representación de una estrella, muy probablemente se corresponda con Venus o un cometa, pues parece tener una cola o cauda (Figura 12). Cerca de ésta y, al parecer asociados directamente, están las representaciones de tres vulvas femeninas. Hacia su lado norte hay una pequeña espiral ya bastante erosionada y hacia el costado este hay otros dos grabados, uno de los cuales es de difícil identificación, quizá corresponda a un rostro humano con especie de anteojeras y colmillos sobresaliendo de su boca ¿Otra representación de Tláloc? A un costado están varias rayas que parecen salir de un pequeño círculo y que se extienden hasta el pie de la roca.

 

Figura 12. Probable representación de Venus en “La Piedra del Mono”, paraje situado en las cercanías del río Presidio, Sinaloa.

 

 

Por último, en el extremo suroeste de la piedra está la representación antropomorfa arriba mencionada. Aunque bastante erosionada, es posible apreciar que es una figura humana de cuerpo completo; la cual tiene los brazos y piernas flexionados. ¿Está bailando? Los ojos y la boca están también representados.

 

El cerro Zacanta

 

En el puerto entre el cerro Zacanta y el cerro El Naco, a medio camino entre las comunidades de El Chapote, municipio de Concordia y El Bajío, en el municipio de Mazatlán, hay otra serie de piedras con grabados (Grave, 2008b).

 

Se les conoce como “Las Piedras Figuradas” y al menos 6 piedras presentan diseños. Al este hay dos piedras con espirales. Una tiene dos espirales de unos 25 centímetros de diámetro cada una (Figura 13). Una de las espirales tiene una especie de cola. La otra piedra tiene sólo una espiral de casi 1 metro de diámetro.

 

Figura 13. Espirales en “Las Piedras Pintadas”, sitio ubicado en el cerro Zacanta, Sinaloa.

 

Hacia el oeste se encuentran otras tres piedras. Una de ellas es conocida como “la piedra de las panochas”, ya que tiene representadas, en su lado noreste, más de 20 vulvas femeninas enmarcando unas espirales, un círculo concéntrico y un probable falo (Figura 14). En la parte de abajo de la piedra hay otra espiral y tres vulvas a su lado.

 

Figura 14. “La piedra de las panochas”, peñasco principal de las que se encuentran en el cerro Zacanta.

 

 

La piedra de al lado tiene, en su cara este, 6 vulvas y una espiral, mientras que del lado oeste, casi en la parte superior tiene un cartucho rectangular con la decoración interior en forma de cruz y unas líneas en su parte inferior como una especie de barbas, similares a los de los cartuchos de La Ciudadela, en la cercanías de La Noria (ver Figura 5). Más abajo, del mismo lado, hay otra vulva femenina y una espiral.

 

En una piedra contigua, en su parte superior está la representación del sol pero con el núcleo cuadrado y con un rostro; y al lado tiene una vulva y un círculo con un punto en el centro.

 

Finalmente, hacia el oeste hay otra piedra con un grabado en su cara oeste, pero ya prácticamente borrado por la erosión.

 

En total estamos hablando de al menos 45 grabados en 6 piedras; de los cuales la mayoría corresponde a vulvas femeninas: 25. 9 son espirales y el resto diseños diversos, como círculos concéntricos, el probable falo, el sol y el cartucho con la cruz. En suma, diseños que nos remiten a la fertilidad.

 

Además en la plazuela de Malpica hay una piedra llamada “La Curiosa”, y que al parecer fue encontrada en un arroyo cerca del pie del cerro Zacanta.

 

La piedra es de forma ovalada y mide como 1 metro y medio de larga por 80 centímetros de ancha y la parte de abajo está erosionada por la acción del agua del arroyo a la que estuvo expuesta; pero en la parte de arriba tiene grabados al menos 12 vulvas femeninas, y este es el único diseño que presenta.

 

El río Baluarte

 

En las cercanías de la población Santa María, en la margen sur del río Baluarte, en el paraje conocido como Los Otates, se encuentra una piedra conocida como “La Piedra del Danzante” (Grave, 2008c). La piedra tiene forma piramidal y tiene grabados en tres de sus caras; en dos de las cuales se parecen representar escenas donde el que lleva el papel principal es un personaje con cuernos que está practicando una danza (Figura 15). A su lado se encuentran los otros diseños: espirales, círculos concéntricos y soles. Por sus atributos, pareciera ser que estamos ante la representación de un chamán u oficiante en medio de una ceremonia. La otra cara de la piedra tiene grabada sólo una espiral.

 

Figura 15. “La piedra del danzante”, ubicada en las cercanías del río Baluarte, municipio de Rosario, Sinaloa.

 

 

Por su parte, en la cuenca baja del propio río Baluarte hemos registrado varias piedras con hoyos, las llamadas “jícaras pétreas”. Hasta el momento, dentro de los trabajos del Proyecto Arqueológico río Baluarte, hemos detectado seis sitios con elementos de este tipo –Las Ollitas, Las Ollitas II, Las Tinajitas, La Iglesia de Chametla, La casa del Kikín, Loma de Ramírez–. (Grave y Nava, 2010; 2012). Los cinco primeros se localizan en la parte baja del cerro del Nanche, en el lado que da hacia el río; pero tienen diferencias entre ellos, pues mientras los tres primeros se componen de varios pozuelos, hasta 26, en un sólo peñasco (Figura 16), los otros dos sólo tienen una “jícara pétrea”.

 

Figura 16. “Las Ollitas I”, piedra con más de 30 “jícaras pétreas”, situada al pie del cerro de Chametla en la cuenca baja del río Baluarte, Sinaloa.

 

 

Por su parte, La Loma de Ramírez es un edificio monumental construido aprovechando una loma natural con varios afloramientos rocosos. Varias de las piedras que se observan en la parte alta de la estructura arquitectónica, tienen excavados varios pozuelos (Figura 17). En total, registramos 6 piedras con estas características. Vale la pena señalar que Loma de Ramírez fue construida tomando como referencia hacia el este el cerro del Yauco y hacia el norte, el cerro San Isidro, dos de los cerros importantes en el imaginario regional desde la época prehispánica e incluso en la actualidad (Grave, 2011). Recientes trabajos de excavación nos permitieron situar el inicio de la ocupación en el sitio en el Preclásico terminal (200 a.C.-250 d.C.) y abandono hacia el 600 d.C.

 

Figura 17. Piedras con pocitos en la parte alta de la Loma de Ramírez, una estructura de carácter ceremonial del Clásico temprano en la cuenca baja del río Baluarte.

 

 

Juana Goméz

 

En Juana Gómez, un asentamiento también del periodo Clásico (250-750 d.C.), conformado por varios montículos de tierra, localizamos, al pie de uno de los basamentos, una piedra con una “jícara pétrea” muy bien marcada.

 

Los Fortines

 

Unos 8 kilómetros al sur de Juana Gómez están Los Fortines, una loma que se destaca claramente en el paisaje de la zona, pues marca la transición entre la serranía y las marismas. Ahí, sobre la falda suroeste, hay una piedra de más de 8 metros de largo por casi 4 metros de ancho, cuya parte superior está cubierta por pozuelos de diversos tamaños hasta alcanzar un total de 35 (Figura 18).

 

Figura 18. “La piedra con hoyos” de la Loma de Los Fortines, situada a orillas de la marisma de Escuinapa, Sinaloa.

 

 

El hoyo más grande mide 23 centímetros de diámetro, en tanto que el más pequeño no sobrepasa siquiera los tres centímetros. Pareciera que los hoyos no guardan ninguna simetría, pues junto al más grande está uno de los más pequeños. En una zona hay una ligera concentración y otra carece de cualquier intento de horadación. Sin embargo, sí dan la apariencia de un conjunto; esto es, que cada pozo está ahí porque cumple una función dentro del diseño general.

 

El río de la Cañas

 

Finalmente, casi en los límites con el estado de Nayarit, sobre la margen norte del arroyo Canelas, se destaca al pie mismo del arroyo un enorme peñasco de piedra caliza con una pared en talud hacia el agua (Grave y Peña, 2004). Ahí se tallaron 19 grabados. Los diseños más recurrentes son las espirales, ya sea sencillas o formando una especie de doble hélice, hay también diseños naturalistas y culturales. De los primeros destacan algunos soles y de los segundos las escaleras (Figura 19). Hay además otros diseños como cuadros con líneas curvas y círculos en su interior.

 

Figura 19. Petrograbados a orillas del arroyo Canelas en los límites entre Sinaloa y Nayarit

 

 

 

Filiación cultural y ubicación cronológica.

 

Los más de 200 grabados en piedra registrados hasta ahora en la parte baja de la sierra del sur de Sinaloa parecen corresponder a una misma tradición cultural que se extiende sobre la mitad sur de los estados de Sinaloa y Durango y al menos la parte norte del estado de Nayarit y el poniente de Zacatecas.

 

En efecto, petrograbados de las zonas vecinas como las márgenes del río San Lorenzo e incluso más al norte, son del todo similares a los reportados aquí. Especial atención merecen las cruces, las flores o cometas y sobre todo algunos cartuchos, los cuales son idénticos a los del río Presidio (Ortiz de Zárate 1976). Del otro lado, en Huajicori, Nayarit, hay también presencia de cartuchos similares a los de las “Piedras Preciosas” y los de las “Piedras Figuradas”. Asimismo, los grabados de Los Otates y el arroyo Canelas tienen estrechas afinidades con los de La Pila de los Monos, uno de los sitios paradigmáticos de la tradición de grabados en la sierra del Nayar (Furst y Scott 1975; Samaniega 1999), e incluso con los de Atotonilco y Las Adjuntas, a orillas del río Chapalagana, en Zacatecas (Hers 2001; Fauconnier y Faba 2008).

 

¿Y la cronología? Sin duda, uno de los puntos más controvertidos en la investigación de los petrograbados y que incluso ha llevado a más de un arqueólogo “serio” a decir que no sirve de nada estudiar los petrograbados, ya que no se pueden fechar (Cf. Ortega 2012). De hecho, la mayor parte de los investigadores que han tratado de abordar la investigación del arte rupestre achacan el desinterés de sus colegas a la falta de fechamientos confiables (González 1987; 2000; Mendiola 1999; Meighan 1990; Mountjoy 1990; Ortega 2012; Viramontes 1999; por mencionar algunos).

 

En zonas cercanas a nuestra región de estudio se han hecho intentos de situar cronológicamente, ya sea por estilo o por asociación de materiales cerámicos, a las manifestaciones gráfico rupestres, abracando un amplio espacio temporal que va desde el Arcaico hasta nuestros días.

 

Detengámonos un poco en San Blas, Nayarit, donde J. Mountjoy ha tratado sistemáticamente de ubicar temporalmente los petrograbados e incluso ha intentado establecer una secuencia estilística de los diseños más recurrentes. Aunque supone que la mayor parte de los grabados en piedra de San Blas son posteriores al 900 d.C.; en dos sitios, por asociación de materiales cerámicos, establece una mayor antigüedad. Así, sugiere que los petrogabados de El Conchal, los cuales corresponden en su absoluta mayoría a pocitos, corresponden al periodo Formativo terminal (300 a.C.-200 d.C.); en tanto que los del sitio arqueológico La Coba, que se caracterizan por una abrumadora presencia de espirales, son del Clásico temprano (200-600 d.C.). Por lo que concluye: “La secuencia tentativa podría comenzar con un temprano énfasis en los pocitos, después del cual se produce un cambio con énfasis en la espiral. Por último, cerca del final de la secuencia prehispánica los dibujos comienzan a incluir variedad de representaciones naturalistas” (Mountjoy 1990: 507).

 

Si bien como sugerencia resulta tentadora y ha resultado exitosa entre algunos arqueólogos que estudian el occidente de México (por ejemplo Faugere 2005; González Barajas y Beltrán 2006) e incluso pareciera que nuestros datos la apoyan en parte, ya que hemos encontrado pocitos o jícaras pétreas en sitios con ocupación del periodo Clásico (Loma de Ramírez y Juana Gómez); si aplicamos el criterio de falsificabilidad (2) (Cf. Popper 1980; Ricoeur 2001), como hipótesis se cae rápidamente, pues en otros sitios (por ejemplo, El Limón de los Peraza, es clara la asociación de pocitos y representaciones naturalistas), además de que tanto los pocitos como las espirales siguen siendo grabadas por los actuales grupos indígenas de la sierra del Nayar (Ver más adelante). Es decir, estamos en condiciones de establecer la temporalidad de algunos grabados, pero sólo por asociación con otros materiales y de ninguna manera por evolución estilística. Por tanto, no podemos tomar los diseños grabados en piedra a la manera de los tipos cerámicos. Al menos no con la información que contamos hasta ahora en el sur de Sinaloa. E incluso si los comparamos con los diseños de la cerámica se vuelve todavía más endeble, ya que, si bien los diseños naturalistas son más comunes en el periodo Posclásico están presentes también en el Clásico; la espiral, por su parte, si bien es un motivo recurrente entre los tipos diagnósticos del Clásico tardío, es aún más conspicuo en las vasijas cerámicas del Horizonte Aztatlán (800-1300 d.C.) y los pocitos son el elemento prácticamente monotípico en la decoración de pipas, figurillas y malacates de la última etapa de ocupación prehispánica de la región (Grave 2012).

 

2. “Mostrar que una interpretación es más probable a la luz de lo que conocemos es algo distinto a mostrar que una conclusión es verdadera. Así que, en un sentido estricto, la validación no es la verificación” (Ricoeur 2001: 90). “Una interpretación debe ser no solamente probable, sino más probable que otra interpretación” (Ibíd: 91).

 

 

Una interpretación de los petrograbados del sur de Sinaloa

 

Comenzando por la premisa de que el arte rupestre tiene un significado, parece que la única forma que podemos vislumbrar lo que fue dicho significado es por referencia al sistema básico de creencias de nuestra región (C. Meighan 1990: 196)

 

 

Así las cosas, podemos ensayar una interpretación de los grabados del sur de Sinaloa, apelando a los datos etnográficos y las fuentes etnohistóricas de este espacio mayor conocido como El Nayar, particularmente en lo que se refiere a sus mitos y rituales; es decir, las consideramos manifestaciones extraterrenas, que no extraterrestres y míticas, no semíticas.

 

Parece evidente que muchos de los diseños están relacionados con la fertilidad; al menos, visto desde mis prejuicios sobre ello. Los grabados más conspicuos, por su abundancia y fácil interpretación, son las vulvas, casi siempre asociadas a soles y falos. Difícilmente alguien podrá negar la estrecha relación de estos elementos con la fertilidad. No obstante, echemos un vistazo un poco más de cerca.

 

En el “Informe del padre Antonio Arias y Saavedra acerca del estado de la sierra de Nayarit y sobre culto idolátrico, gobierno y costumbres primitivas de los coras”; se afirma que éstos tenían como dioses principales a Pilzintli, Narama y Uxuu, a los cuales, y de acuerdo también con la estampa que acompaña la relación, podemos agregar a Nicanori, diosa de los pescadores, Naicuru, dios Cangrejo, creador del peyote, y Tzotonaric, un dios viejo que adquiría la forma de serpiente, creador del tapat.

 

Centrémonos primero en Piltzintli y Uxuu. Al primero lo identificaban con el sol y la segunda la podemos considerar como una diosa madre, pues es la encargada de que a través “del rocío y las neblinas se disponga la tierra para crear los frutos y semillas…” dice Arias y Saavedra (1990: 300); y tiene el “patrocinio de todas la semillas y frutas de verano” (Ibíd.: 299).

           

Eran estos dos, Pilzintli y Uxuu, los dioses más adorados y les ofrecían los frutos de sus tierras “…dándole el primer lugar al sol porque dá las aguas y humedad de la tierra y después de él a la Uxuu porque acabándola de dar el sol, la conserva la Uxuu con sus rocíos dándolos todo el tiempo de la seca”, nos remarca Arias y Saavedra (ibíd.: 300).

 

El primero, de acuerdo con el mismo informe, era adorado “… en cualquier parte que se hallan reconocidas las entradas del sol, todos los cerros que están en el punto de la entrada del Pilzintli adoran por estatuas y la variedad de formas de barro, madera, piedra o cruz o forma de aspa, mira su culto a los tiempos del año, [en cambio] porque ídolo en forma de mujer es adoración a la Uxuu…” (Ibíd.: 301). Así entonces, quizá podamos considerar algunos de los sitios de petrograbados del sur de Sinaloa como lugares de culto de Pilzintli y Uxuu, los dos dioses principales de los habitantes de la serranía en los siglos posteriores a la irrupción europea. La asociación de soles, falos y vulvas, así nos lo dejan entrever. Los pocitos, que en muchas ocasiones están también presentes, sería para la colocación de las ofrendas, pues a todos ellos les ofrecían “los frutos que les pertenecen” (Ibíd.: 301). Razón por la que también se les conoce como “jícaras pétreas”.

 

En territorio huichol, de acuerdo con Robert Zingg (apud López Austin 1994: 149), hay muchas representaciones de vulvas, las cuales hacen referencia al agua, la tierra, el crecimiento, la fertilidad, la procreación y la multiplicación. Más todavía, en el ritual queda, o quedaba, constancia de la importancia de la cópula para la regeneración de la naturaleza. Konrad Preuss relata cómo, durante la celebración de la Semana Santa: “El Jueves Santo aparecieron unos cuarenta coras, todos prácticamente desnudos ya que solamente llevaban taparrabos, y todos pintados de rayas negras y blancas (…) siempre bailaron con la cabeza inclinada hacia adelante, como si fueran a caerse, y febrilmente imitaban los movimientos del coito” (Preuss 1998: 117). “Se dice que todavía hace unos cuantos años bailaban sin taparrabo… Los judíos eran las estrellas blancas de la noche oscura que se dejan caer de las alturas y bajan a la tierra en forma de espíritus primaverales, fecundando la tierra por medio del coito y procurando así el crecimiento de las plantas y animales” (Preuss 1998: 133).

 

Asimismo, en la fiesta de La Limpia de los Campos o La Lavada de las Jícaras, la cual se celebra después de haber brotado la simiente. De hecho: “La fiesta es una preparación para la cosecha, y por este motivo se deben limpiar las jícaras en honor de Tátex. Las jícaras significan las partes ocultas de la mujer –siendo aquellas entre los coras, el símbolo de la tierra- y es seguro que el crecimiento de la raza humana se relaciona  con las primeras, pues una gran parte, e importante, de la fiesta de la siembra consiste en las cópulas” (Preuss 1998: 233).

 

Otro símbolo recurrente entre los grabados en piedra del sur de Sinaloa son las cruces de San Andrés o, más propiamente, aspas, las cuales, ya lo vimos, estaban relacionadas con Piltzintli; y así, durante las guerras, los coras llevaban “…como por su capitán la imagen del Nayarit o Pylzintli, que es lo mismo en forma de cruz o aspa, en quien confían la victoria de su suerte…”, dice Arias y Saavedra (op. cit.: 293). La cruz de San Andrés se relaciona tradicionalmente con Venus y en los los mitos de los mexicaneros recogidos por Preuss, Venus es el Piltonte, esto es, el dios Pilzintli de los coras del siglo XVII y ambos personajes, como Venus, tienen estrecha relación con las lluvias (Sprajc 1998; Preuss 1982; Arias y Saavedra op. cit.)

 

De hecho, si interpretamos el cuerpo celeste de la Piedra del Mono, situada en las cercanías del río Presidio como la representación de Venus; y su asociación con vulvas se abre una posibilidad sugerente (Ver Figura 12). Entre los mitos recopilados por Preuss entre los coras se narra cómo, en un principio, los dos personajes que representan a Venus, uno como estrella de la mañana, el otro como estrella de la tarde, hacían su recorrido diario junto al sol, o bien este último, Sautari, tenía la primicia al ser el hermano mayor, pero en cierta ocasión, éste se entretuvo copulando con una mujer y por eso se convirtió en la estrella vespertina y ahora tiene que hacer su recorrido después del sol (Cf. Preuss 1998: 210; Guzmán 2002: 91).

 

Otro de los elementos abundantes son, por supuesto, las espirales. La espiral se ha interpretado siempre, o casi siempre, en relación con el agua, (3) o bien como una representación de la concha (p. ej. Amador 2010); esto es, otra vez el agua, más específicamente el mar, o sea la fertilidad. La fertilidad de la tierra es cíclica. Prolífica durante la temporada de lluvias; se agota en las secas. La espiral puede representar entonces la imagen de “la temporalidad, de la permanencia del ser a través de las fluctuaciones del cambio” (Durand 2004: 323).

 

3. Aunque hay quien las interpreta como la representación del sol (Mountjoy 1984; 1990).

 

 

Los propios huicholes interpretan los petrograbados en espiral como la matriz de la tierra y los emparejan con los teparite, el lugar del nacimiento de los antepasados y “la raíz de donde salió todo lo que hizo Nakawe (Nuestra Abuela Crecimiento)”, la diosa de la fertilidad per excellence entre los huicholes (Faba 2006; Fauconnier y Faba 2008). Es de hecho la espiral, un motivo recurrente en las piedras tepari. Así pues, de acuerdo con Paulina Faba (2006: 195 y 201), la espiral en la cosmovisión de los indígenas del Nayar, representa la renovación periódica del mundo, tanto natural como social (Ver también Fresán 2002).

 

Y ello se pone de manifiesto también en el ritual más importante de estos grupos. Durante las fiestas de mitote, en las que el propósito manifiesto es “buscar el favor de los dioses para que envíen lluvias abundantes y faciliten el crecimiento del maíz” (Preuss 1998: 154). Durante el mitote se baila, y se baila mucho, y la danza es, casi siempre, haciendo un movimiento en espiral (Gutiérrez 2006; Guzmán 2002; Neurath 2002). “Se podría afirmar, dice Arturo Gutiérrez, que en la concepción indígena el universo sigue en movimiento por el efecto que las danzas producen, entendidas éstas como la vía mediante la cual la fertilidad se garantiza, adquiriendo un estricto sentido regenerativo: danzar y hacer lluvia pertenecen a un mismo esquema del pensamiento…” (Gutiérrez 2006: 179).

 

La importancia de las fiestas de mitote a lo largo de la historia cora, se refleja en el Informe de Fray Francisco del Barrio, quien nos dejó constancia de que a principios del siglo XVII, se congregaba gran cantidad de personas para su celebración, todos si fuera posible: “Todos se juntavan a hacer su mitote o borrachera” dice del Barrio (1990: 261). “Mas, quando a sus ritos y quando an de yr de guerra, todos ellos acuden al pueblo de Anyari, adonde esta su templo y el demonio al que adoran” (Ibíd.: 270). (4)

 

4. Por su parte Arias y Saavedra (1990: 289): “He sabido de personas que se ha hallado en sus fiestas, que en la Provincia de Huahuanyca se junta en el principal baile más de mil personas varones sin las mujeres y muchachos y en la Chimaltytecos de cuatrocientos a quinientos varones y en la Tzacaymuta más de mil y quinientos y en la de Mymbre de trescientos a cuatrocientos”

 

 

La danza que ejecutan los dos personajes de la bien llamada “piedra del danzante” (Ver Figura 15), en la que se encuentran rodeados de motivos en espiral podemos interpretarla entonces como la escenificación de un mitote, así como el personaje principal de “la piedra del mono”, en la cuenca del río Presidio. Regresando al informe del padre franciscano Arias y Saavedra, éste agrega, respecto a los lugares de adoración de Tzotonaric o Chebyma, el creador del tapat: “…y para el reconocimiento de lugares de adoración se reconocerán en ellos formas viriles de barro y de serpiente y piedras informes o cuevas donde ofrecen peyotes, semillas del Tapat, Xihuites y se hallarán en las cuevas o piedras cerros donde ofrecen esto, pintadas naturas de mujer y efigies de demonio…” (Ibíd.: 302).

 

El tapat es una planta psicoactiva, cuyo equivalente actual entre los huicholes es el kieri (Fauconnier y Faba 2008), y cuyos dominios son la noche, la locura, el erotismo, la fertilidad, la muerte, la música y el viento (Aedo 2006). Los ojos abiertos desmesuradamente como es el caso de las figuras de “la piedra del Danzante”, y las de “la piedra del Mono”, se han relacionado con ingestión de datura y solandra (A. Gutiérrez, com. personal, noviembre de 2010), precisamente dos de las especies que son kieri (Aedo op. cit.).

           

Así pues, es factible que en los lugares de culto se adorara a varios dioses; de hecho, muchos de los grabados son simples horadaciones en la roca y a los cuales se les conoce popularmente como pocitos, ollitas, tinajitas, metates, etcétera. Ya dejamos entrever que en la actualidad sirven como depósitos de ofrendas. Por ejemplo, entre los tepehuanes de Santa María de Ocotán, Durango, durante el mitote de petición de lluvias entre las paradas que hacen en los lugares de los antepasados, en la última, según la descripción de Antonio Reyes:

 

Ahí hay una formación rocosa en el piso, con algunas cavidades poco profundas y de forma irregular. De los agujeros destacan cuatro de alrededor de 30 cm de diámetro. Dos de ellos permanecen tapados con piedras, mientras que los otros dos están descubiertos. En los dos primeros, los mayores esparcen el pinole que sobró del recorrido. Después destapan las cavidades que estaban tapadas y las limpian de desechos de ofrendas anteriores. Estos agujeros guardan una relación entre sí en eje oriente-poniente. En la cavidad oriental introducen la piel del animal [que previamente se sacrificó], mientras que en la del poniente, los huesos (Reyes 2006: 146-148).

 

Esa misma función pudieron tener los múltiples pozuelos que se  encuentran entre los petrograbados del sur de Sinaloa. Sin embargo, hay algunos que parecen formar conjuntos definidos como es el caso de los ubicados al pie del cerro de Chametla en la cuenca baja del río Baluarte (ver Figura 17) y sobre todo el que se localiza en la Loma de Los Fortines (Ver Figura 18).

 

A riesgo de sonar descabellado, me atrevo a proponer que, dada la forma en que están distribuidos los hoyos, sin un patrón definido, pero sí formando un conjunto, en donde los hoyos grandes resaltan claramente de los otros; podría tratarse de la representación de una constelación, en la que los hoyos grandes marcan el lugar de las estrellas más brillantes y los pequeños las de las menos visibles. Pero, ¿cuál constelación? En realidad, más que una constelación, sería un cúmulo, pues el candidato más probable son las Pléyades (Figura 20); el grupo de estrellas más destacados por los antiguos astrónomos mesoamericanos, lo que se debió, sin duda, a la coincidencia de su primera aparición precrepuscular con el inicio de la temporada de lluvias (Aveni 1991: 44). Es decir, si así fuera, hay también una estrecha relación con el tema de la fertilidad.

 

Figura 20. Dibujo de la piedra con hoyos y su comparación con Las Pléyades.

 

 

Quedan, sin embargo, algunos otros diseños pendientes. Los corazones de Las Pintadas en el río Quelite, por ejemplo, si es que son corazones. Entre los huicholes y en general en Mesoamérica, el corazón representa la esencia, lo que da origen a la vida. “El ‘corazón’ debe entenderse no sólo como la esencia que da su naturaleza a las cosas, sino como la fuerza que los antepasados –los que transitaron de la naturaleza mundana en los orígenes del tiempo- dan a los seres de este mundo para que crezcan y se reproduzcan” (López Austin 1994: 170).

          

Otro es el quincunce, la representación del mundo, uno de los símbolos mesoamericanos más importantes a lo largo de su historia y relacionado estrechamente con el Tlalocan, el lugar de los mantenimientos y hogar de los dioses del agua.

 

Sí, ¿y Tláloc? En fechas tan recientes como 2008, B. Braniff afirmó que en el occidente de México no hay representaciones del dios de la lluvia (Braniff 2008: 94). Pero sí hay, pocas, pero hay. Desde 1974 O. Schondube reportó vasijas Tláloc en el sur de Jalisco (ver Gómez Gastelum 2008) y M. Covarrubias, en 1961, ilustra una imagen de Tláloc proveniente del Occidente (ver López Austin 1994). (5) La escultura publicada por Covarrubias está formada con serpientes, como parece ser el caso de los dos rostros del Cañón del Burro (Ver Figura 6). De sus ojos salen dos serpientes. La serpiente es el símbolo de la transformación temporal, de la fecundidad y también de la perpetuidad ancestral (Durand op. cit.: 325); por tanto es el símbolo arquetípico de la fertilidad, de la renovación de la capa de vegetación sobre la tierra causada por la lluvia.

 

5. Asimismo, en el Museo Arqueológico de Mazatlán está expuesta una pequeña escultura de piedra, proveniente de algún lugar de la sierra baja del sur de Sinaloa, que representa sin duda a Tláloc.

 

 

Entre los huicholes, dice E. Seler (1998: 83), lo que “hoy se imaginan respecto del dios de la sierra del Nayarit, Sakaimoka, parece referirse más bien a un dios de las Montañas, aglomerador de las nubes, a una especie del dios de la Lluvia, del Rayo y de la Tempestad, comparable al mexicano Tláloc; a un dios de la abundancia de Agua, al par que (sic) de la vegetación”.

 

Los mexicaneros de principios del siglo XX, todavía tenían entre sus mitos un personaje al que se denomina Tahualílok y que era considerado el señor de la muerte. Elsa Ziehm, en su introducción a los Mitos y cuentos nahuas de la Sierra Madre Occidental de Konrad Preuss, comenta: “El nombre de Tahualílok tiene cierta semejanza fonética con el de Tláloc”, y agrega: “El reino de Tláloc estaba bajo el agua. Es indudable que Tláloc, el señor del agua y de la fertilidad, era al mismo tiempo señor de uno de los reinos de los muertos [el Tlalocan]. Los nahuas de San Pedro [Jícoras] no conocían otro dios de la muerte” (Ziehm 1982: 15). Quizá entonces, podamos rastrear hasta la época prehispánica en la sierra del sur de Sinaloa la presencia del Tahualílok, el señor de la muerte, pero también regente de la lluvia y de la fertilidad.

 

Inclusive en el nombre de uno de los cerros más destacados de la parte baja de la sierra del sur de Sinaloa podemos rastrear la presencia del dios de la lluvia (Grave 2011). Nos referimos al cerro del Yauco. Aunque se ha traducido como “el lugar de las ofrendas”, me parece que es un tanto forzado, ya que se hace derivar de iyahua “ofrecer sacrificio” (Navidad 2007), a menos que en el cambio a nombre de lugar haya perdido la i, me parece más factible que provenga de yauhtli, el nombre de la planta conocida en español como pericón (Tagetes lucida) y que se relacionaba con Tláloc y específicamente los tlaloque (de la Garza 1990: 82; Sierra 2007: 26-32); e incluso uno de los tlaloque se llamaba Yauhqueme, “el vestido de yauhtli” (de la Garza, idem). En el Códice Florentino (Lib. VI, cap. viii, fol. 28v) se dice hablando de los tlaloque en general: “…que en verdad ahora los dioses, los tlamacazque, los que son de hule, los que son de yauhtli, los que son de copal, nuestros señores, han ido a llenar la bolsa, han ido a llenar el cofre” (citado en López Austin y López Luján 2009: 54). Los que son de yauhtli, es pues uno de los nombres de los tlaloque, los habitantes del monte sagrado, el cerro del oriente. Yauco entonces significa: “el lugar de los que son de yauhtli”: El Talocan. (6)

 

6. Yauco, por cierto, es uno de los nombres que se repite entre las rancherías de las que dejó constancia Arias y Saavedra en la serranía (op. cit: 288).

 

 

También el nombre de otro cerro: Zacanta, lo podemos relacionar con el cerro de los mantenimientos, pues “el cerro del zacate” es otro de los nombres del Tlalocan (A. López Austin, com. personal, 2003); esto es, el lugar de donde mana la abundancia, la fertilidad; lo cual se confirma con la presencia en él de petrograbados que aluden con claridad a ello, como es el caso de “La Curiosa” y “Las Piedras Figuradas”, en los que el motivo principal, y a veces único, es la vulva femenina (Ver Figura 14).

 

Es pues la fertilidad, o sus númenes, el tema principal de los grabados en piedra del sur de Sinaloa. Aunque no puedo dejar de recordar aquella sentencia de Roberto Calasso: “A la ‘fertilidad’ es fácil asociar, si se quiere, cualquier fenómeno religioso y cualquier dios del mundo antiguo” (R. Calasso 2004: 22-23.) Y agrega más adelante: “Siendo la naturaleza el referente último del mundo antiguo, como para nosotros la sociedad en su demoníaca autosuficiencia, está claro que cualquier dios puede ser vestido a la fuerza con uno de esos ‘hábitos de confección’ de la fertilidad, como una vez los llamó Georges Dumézil. Pero todo esto no nos ayudará mucho a entender la peculiaridad de aquellos dioses. Y nos podemos imaginar la sonrisa que, de lo alto, ellos dedicarán a esos tontos devotos suyos” (Ibíd: 23).


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Cómo citar este artículo:

Grave Tirado, Luis Alfonso. Aproximaciones desde la arqueología, la etnohistoria y la etnografía a los petrograbados del sur de Sinaloa, México.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/surdesinaloa.html

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2009. “Informe Técnico de la Primera Temporada del Proyecto Arqueológico Las Labradas”, Culiacán, Sinaloa, Archivo Técnico del Centro INAH Sinaloa, mecanoescrito.

 

SANTOS Ramírez, Víctor Joel y Julio César Vicente López

2010 “Informe del Proyecto Arqueológico Las Labradas, Sinaloa. Temporada II-2010”, Culiacán, Sinaloa, Archivo Técnico del Centro INAH Sinaloa, mecanoescrito.

 

SAUER, Carl y Donald Brand

1998. “Aztatlán: frontera prehispánica mesoamericana en la costa del Pacífico”, en Carl Sauer Aztatlán. Recopilación, traducción y prólogo de Ignacio Guzmán Betancourt. México, Siglo XXI Editores, (edición original: 1932). Pp. 1-94.

 

SCOTT, Stuart D.

1968. “Sierra Madre sites”, en Stuart Scott (ed.) Archaeological reconnaissance and excavations in the Marismas Nacionales,, Sinaloa and Nayarit, México. West Mexican prehistory, part 2. State University of New York at Buffalo.

 

SELER, Eduard

1998. “Indios huicholes del estado de Jalisco” en Fiesta, literatura y magia en el Nayarit. Ensayos sobre coras, huicholes y mexicaneros de Konrad Theodor Preuss, Jesús Jáuregui y Johannes Neurath (comps.), México, INI/CEMCA, pp. 63-102.

 

SPRAJC, Iván

1988. Venus, lluvia y maíz, Simbolismo y astronomía en la cosmovisión mesoamericana, México, INAH (Colección Científica 318).

 

TÉLLEZ, Bernardo

2008. “Los petroglifos del Tecomate”, ponencia presentada en el Cuarto Seminario de Petrograbados del Norte de México, Museo Arqueológico de Mazatlán, Diciembre de 2008.

 

VIRAMONTES Anzures, Carlos

1999. “Las manifestaciones gráficas rupestres. Una búsqueda metodológica”, en Carlos Viramontes Anzures y Ana María Crespo Oviedo (coordinadores), Expresión y memoria. Pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del norte de México, México, INAH (Colección Científica 385), pp. 27-42.

 

ZIEHM, Elsa

1982. “Introducción”, a Konrad T, Preuss, Mitos y cuentos nahuas de la Sierra Madre Occidental, edición e introducción de Elsa Ziehm, traducción de Mariana Frenk-Westheim, México, INI (Clásicos de la Antropología 14), pp. 9-72.



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