Colombia


Arte rupestre, tradición textil y sincretismo en Sutatausa (Cundinamarca). Puntadas para el rescate de una identidad perdida.


Diego Martínez Celis rupestreweb@yahoo.com

Resumen: Sutatausa posee uno de los conjuntos de patrimonio cultural más ricos y desconocidos del departamento. Allí se conjugan vestigios de la época precolombina, la Conquista y la Colonia. Numerosas rocas con arte rupestre, un excepcional conjunto doctrinero y una antigua tradición cultural en torno a los tejidos, dejan entrever un transfondo cultural, cargado de sincretismo, que evidencia la complejidad del “encuentro de dos mundos”, como suele llamarse al proceso de invasión europea en América. De esta manera se articulan diversos aspectos históricos y culturales para intentar dotar de significado el inmenso corpus de arte rupestre de la región que, pese a su evidente presencia en el paisaje, aún sigue sin ofrecer interlocución en el diálogo con las comunidades, condición necesaria para promover su valoración y la necesidad de preservarlo para futuras generaciones.

Panorámica de Sutatausa, desde la vereda Palacio, vista hacia el valle de ubaté al norte. A la derecha los farallones.

Introducción

Sutatausa es un pequeño municipio de la provincia de Ubaté en el departamento de Cundinamarca. Se localiza a 88 km al norte de Bogotá, enclavado en un paisaje quebrado entre los valles de Ubaté y la sabana de Bogotá en el altiplano cundiboyacense. Su altitud promedio es de 2550 m.s.n.m.

El último censo de población (DANE, 2005) arrojó para Sutatausa, entre otros, los siguientes datos: El 1,9% de la población residente se autorreconoce como índígena, el 67,3% nació en otro municipio. Esto confirma el traumático y complejo proceso social que se ha dado en esta región desde el s. XVI., la cual ha sufrido de periodos de despoblamiento casi total, el último de los cuales se dió recién a mediados del s. XX. Esta evidente discontinuidad poblacional, implica igualmente discontinuidad cultural. En su casco urbano habitan menos de 1.500 personas y son pocas las viviendas con más de 50 años; sin embargo, posee uno de los complejos patrimoniales más ricos e interesantes del altiplano, al conjugar en pocos kilómetros imponentes paisajes y excepcionales vestigios de la época precolombina (arte rupestre), la Conquista y la Colonia.

Gracias a las recientes intervenciones en la restauración de su conjunto doctrinero y a la mejora en sus condiciones medioambientales, el municipio ha tomado un nuevo aire y empieza a reconocer en su patrimonio cultural y natural una oportunidad para recuperar su “identidad perdida”, al tiempo de vislumbrar el posible saldo económico que puede implicar su aprovechamiento como atracción y polo turístico de la región.

Este artículo pretende aportar elementos para reconocer la sutil conexión entre los diversos eventos y sitios con carácter histórico y patrimonial del municipio. Se propone como una herramienta narrativa para significar y reconocer en estos lugares la memoria interrumpida, mas no perdida, en más de quinientos años de arte rupestre, tradición textil y sincretismo.

Localización de Sutatausa y otras poblaciones referidas en este artículo. Google Earth.
Localización en el casco urbano de Sutatausa de los sitios referenciados en este artículo.

Poblamiento

Las evidencias más tempranas de poblamiento en esta región indican la permanencia de grupos de cazadores-recolectores. El hallazgo de material lítico tanto superficial como en excavaciones y sondeos, confirman la estadía de grupos con una misma tradición lítica similar a la de otras zonas del altiplano (Gutiérrez, 1985). Sin embargo, a juzgar por los registros históricos que se tienen desde el siglo XVI, esta región ha sido habitada de una manera intermitente y con muy baja densidad en los últimos 500 años.

Líticos: Lascas triangulares y perforadores . (Gutiérrez, 1985).
Cerámica: fragmentos del tipo suta naranja pulido con decoración pintada. (Gutiérrez, 1985).

Su población actual es de cerca de 5.000 habitantes. Al parecer la zona quedó casi despoblada luego de la matanza del peñón de Tausa en 1541. El pueblo de Sutatausa proviene de la fusión de dos aglomeraciones indígenas: Suta y Tausa, hacia 1.762, época en que ya no se fundaban pueblos de indios, sino que más bien se extinguían, y su iglesia se debe a la reunión de los vecinos hacendados para fundar parroquias o pueblos de blancos (ver fuente). A comienzos del siglo XX el pueblo era conocido como "Sutapelao" en clara referencia al alto grado de erosión e infertilidad de sus tierras, esto motivó que entre 1925 y 1955 el municipio se despoblara hasta casi desaparecer y ser anexado al Municipio de Ubaté. Gracias a la labor de diferentes lideres comunitarios se promovió la reforestación de la región y hoy día la zona es un inmenso bosque de eucalipto, pinos y acacias. A mediados de la década de 1990 se restauró su centro histórico, representado en el conjunto doctrinero San Juan Bautista, por lo que ahora acoge el nombre oficial de Sutatausa Monumento Nacional.

En el siglo XVI, los españoles encontraron en el altiplano diversos pueblos que denominaron muiscas, cuyo poblamiento en la región data aproximadamente del siglo VIII, y que se agrupaban bajo una compleja organización social y política. Las primeras referencias escritas sobre los pobladores de Sutatausa datan del periodo de la conquista (Aguado, ca. 1568, Fernández de Piedrahíta,1688), donde se hizo célebre el relato del brutal magnicidio de miles de indígenas muiscas por la resistencia frente al acoso español.

La matanza del peñon de Sutatausa

Hoy en día la tradición que se enseña en las escuelas, que promulga la Gobernación del departamento (ver fuente), la Alcaldía del municipio (ver fuente) y la que se imparte a los turistas que visitan la población cuenta que en el año 1541 los indígenas de la zona, ante el acoso de los conquistadores, se refugiaron en el peñón o farallones de Sutatausa e hicieron frente a una avanzada española, se dice que esto produjo "el suicidio de más de cinco mil indígenas de los grupos tausa, sutas y cucunubaes que perseguidos por las tropas españolas, prefirieron inmolarse arrojándose desde la cima del peñón para no caer en la esclavitud." (ver fuente).

Localización de Sutatausa y el peñón o farallones. Google Earth.
Panorámica del peñón o farallones al oriente del casco urbano de Sutatausa. (Fotografía, Diego Martínez C.).

En la versión mas antigua de este suceso (Aguado, ca. 1568), se describe la crueldad con que fueron pacificados los indígenas en el peñón "[...] donde en algunas rancherías bajas tomaron cantidad de indios e indias, a los cuales, por castigo de su alzamiento, con bárbara crueldad, les cortaban a unos la mano, a otros el pie, a otros las narices, a otros las orejas, y así los enviaban a que causasen más obstinación en los rebeldes" (libro IV Cap 7). Sin embargo, aquí no se hace mención alguna al supuesto suicidio colectivo ni a una determinada cantidad de víctimas.

Escenas de maltrato y exterminio fueron frecuentes durante la Conquista en toda América. Grabados de Theodore de Bry , S. XVI.

Lucas Fernández de Piedrahita, mas de un siglo después (1688) hace mención a la ocupación del peñón de Tausa "inexpugnable [...] dejando en su cumbre sitio espacioso y capaz para más de cinco mil indios de estas dos naciones vecinas, que se fortificaron en él con todas sus familias, víveres y pertrechos para muchos dias, fiados en que el sitio inaccesible de suyo los defenderia de cualquiera invasión enemiga" (Cap III). Si bien, se describen episodios de la muerte de algunos españoles y de mayor número de víctimas indígenas, tampoco aquí se da cuenta de suicidio. Al parecer, las versiones del genocidio indígena provienen de informaciones de Jerónimo Lebrón quien, según Piedrahíta, en declaración en contra de los conquistadores y "sentido de que no lo admitiesen al gobierno del Nuevo Reino, tiró a despicarse apasionado de lo que no pudo conseguir ambicioso", declaró:

" [...] consta que los Caciques de Suta y Tausa, engañados de las promesas y seguridades del Capitan Juan de Céspedes, le dieron lugar para que con su gente llegase a la cumbre, y que la correspondencia fue coger los pasos del peñol y pasar a filo de espada la mayor parte de indios que lo ocupaban, no conteniéndose solamente con semejante estrago, sino pasando a despeñar nubadas de a quinientos indios juntos” (Fernández de Piedrahíta, 1668, Cap III).

En 1961 Luis Duque Gómez reseña la publicación del volumen VI de la serie Documentos inéditos para la historia de Colombia en la que se da a conocer la requisitoria de Jerónimo Lebrón contra Juan de Arévalo (1541) y se relatan los hechos que propiciaron la matanza del peñón de Sutatausa. Entre los fragmentos se destaca:

"[...] Juan de Arevalo [...] metió y mandó a matar a cuchillo a toda la dicha gente, y así despeñados del dicho peñón como muertos a estocadas y cuchilladas, fue causa que muriesen allí tres o cuatro mil almas, chicos y grandes, hombres y mujeres y niños..."     

Versiones posteriores de finales del s. XIX (Acosta, 1901 [1848], Ancizar, 1853) derivaron en la exaltación del sacrificio (suicidio) indígena como un hecho político cuya ilustración, matizada con lirismo romántico, se ajustaba al proyecto republicano de construcción de la nación mediante la reafirmación de la crueldad del proceso de conquista europea en el territorio.

"Aquí se siguió una escena de sangre y de desolación imposible de describir: los que no morían a los filos de la cuchilla española, se precipitaban de tamaña altura; hombres, mujeres y niños se hacían pedazos al caer por entre aquellas rocas; Algunos se rindieron, y, amonestados, volvieron a sus pueblos a doblar la cerviz para pagar el duro tributo a sus amos. Por muchos días no se veía otra cosa en estos lugares de desolación, que bandadas de aves de rapiña que se cebaban en los cadáveres de aquellas inocentes criaturas” (Acosta,1901 [1848]) .

"El recuerdo del sangriento suceso me hizo pasar el desfiladero con cierta veneración por la memoria de los vencidos, defensores de su patria y hogares y de la santa libertad, por entonces perdida." (Ancízar 1853).

La versión popular que se maneja hoy día, da cuenta de "suicidio colectivo" de cerca de "5.000 indígenas", hechos y cifras que no corresponden con los consignados en las crónicas y que si bien parten de hechos registrados históricamente, han venido exagerándose como en respuesta a la reivindicación de un pasado indígena que, luego del abrupto despoblamiento, pareciera inconexo con el presente. Sin embargo, aún es posible encontar evidencias en el paisaje del municipio que dan luces de la presencia indígena antes y durante el periodo de contacto, estas reposan desperdigadas en cientos de rocas signadas con arte rupestre.

Arte rupestre

En esta región se encuentra gran profusión de rocas con arte rupestre, en la modalidad de pintura. La primera referencia conocida, a comienzos del siglo XX es de Miguel Triana, quien reseña la existencia de la "Piedra del diablo" muy cerca al casco urbano del municipio, y alrededor de la cual consigna una leyenda:

"Guerreaban los de allende con los de aquende el mencionado boquerón, y para ofrecer obstáculo infranqueable a la corriente invasora resolvieron éstos hacer al dios de las tinieblas un voto suplicatorio de alianza. Dormía el dios Fu durante el día en la contigua laguna de Fúquene y durante la noche andaba por los peñascos bramando por los desfiladeros. La melancólica divinidad escuchó la plegaria y resolvió trasladar a cuestas una piedra enorme para tapar con ella el boquerón de Tausa, pero el fulgor de la aurora lo sorprendió en la poderosa labor y tuvo que soltar su carga antes de llegar al sitio a la orilla del camino, temeroso de que el sol lo iluminara con sus rayos, y emprendió la fuga. El monolito está allí todavía para comprobar la ayuda milagrosa del diablo con las costillas pintadas en tinta roja en una de sus caras" (Triana, 1922)(1).

1. Esta leyenda conserva elementos comunes con otras en torno a sitios con arte rupestre en el altiplano. De las piedras de Facactativá, se dice que fueron traídas desde Tunja por un ejército de diablos que las dejaron abandonadas al romperse el pacto que un cura franciscano había hecho con el diablo para llevar material para la construcción de una iglesia en Quito. De las piedras de El helechal en Pandi igualmente se dice que fueron pateadas por el diablo por obstaculizar su paso en camino a Coyaima. (ver fuente)

Aún no se han realizado inventarios completos que den cuenta de la real cantidad de piedras pintadas en esta región, pero existen algunos informes que evidencian que se trata de una de las zonas con más densidad de pinturas rupestres en el altiplano (Triana, 1922; Pérez de Barradas,1941; Cabrera, 1966; Gutiérrez, 1985; Gómez y Guerrero, 1997; Botiva, 2000; Martínez y Botiva, 2002; Arguello y Martínez, 2004).

En 2004 Arguello y Martínez (ver fuente) dan a conocer nuevos sitios, reportan el hallazgo de pinturas blancas y negras y registran diversas técnicas de aplicación que no habían sido reportadas anteriormente. Se evidencia así el desconocimiento que aún se tiene sobre las particularidades del arte rupestre de la región y el inmenso potencial y necesidad de realizar estudios más detallados que sobrepasen la urgencias de los trabajos de rescate y los simples formatos de registro.

Los objetos de estudio de este artículo son dos rocas localizadas en pleno casco urbano del municipio, la "piedra de los tejidos" y la" piedra del cementerio", las cuales han resistido al avance de la frontera urbana.

Piedra del cementerio

Este bloque aislado se encuentra en medio del cementerio católico del pueblo. Tiene varios grupos pintados con diversos motivos en color rojo. Se destacan una serie de rectángulos con diseños lineales en su interior, "laberintos" y algunas figuras antropomorfas.

“Piedra del cementerio”, grupo principal. Fotografía resaltada digitalmente. (Fotografía, Diego Martínez C., 2008)
“Piedra del cementerio”, grupo principal. Registro de la capa pictórica logrado mediante el tratamiento digital de la fotografía. Este procedimiento resulta mucho más fiel y menos interpretativo e invasivo que los tradicionales calcos. (Transcripción, Diego Martínez C.).
“Piedra del cementerio”, grupo del costado sur. (Fotografía, Diego Martínez C., 2008).

A pesar de encontrarse en un entorno urbano, su estado de conservación es aceptable. Durante varios años existieron unos grafitis de símbolos esotéricos modernos sobre el mural principal que finalmente fueron eliminados por personal de la escuela del municipio mediante la aplicación de disolventes comerciales; a pesar de tratarse de una labor no profesional, el resultado fue óptimo, pues se removió totalmente la pintura vandálica sin alterar las pinturas rupestres. Esta piedra presenta otras intervenciones; en su techo ha sido empotrada una escultura de Cristo redentor y en su costado occidental hay una placa mortuoria en mármol con la leyenda "Pasó haciendo el bien Hermana Marianita y ella guardaba todas estas cosas en su corazón. (?)-22-1889 -X-1(?)-1989".

“Piedra del cementerio”. Esta roca acoje diversos elementos culturales y religiosos: 1. Estatua de Cristo redentor. 2. Placa mortuoria. 3.Mural con pintura rupestre precolombina. (Fotografía, Diego Martínez C., 2008).

No sabemos a ciencia cierta la época en que fue construído este cementerio. Las prácticas mortuorias campesinas anteriores al s.XX se caracterizaban por enterran a los muertos en el suelo bajo un montículo del que sobresalía una cruz en madera como símbolo de la religión cristiana (Villa, 1993). Aunque es probable que haya tumbas anteriores que no conservaron sus lápidas o cruces por ser de madera, las lápidas de piedra mas antiguas del cementerio datan de 1916. Visitando otros cementerios de la poblaciones cercanas (Cucunubá, Ubaté) se puede constatar que estos lugares fueron implementados solo hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX. (2)

2. Los cementerios son eventos relativamente recientes en nuestra cultura. Desde la colonia, se acostumbraba enterrar a los muertos en iglesias y capillas, práctica que se extendió hasta finales del siglo XVIII ."Tanto era el afán de tener como última morada la casa de Dios, que no importaban las consideraciones de salubridad pública" (Londoño V., 2007). A finales del siglo XVIII, el rey Carlos III ordenó desde España construir cementerios ubicados en las afueras de las poblaciones y prohibió las sepulturas en templos, pero la orden no fue acatada sino hasta ya entrado el s. XIX (Escovar, 2002).

El hecho de encontrarse una roca con arte rupestre indígena en medio de un cementerio católico es un evento excepcional, que bien puede replantear ciertos supuestos en torno al proceso de "extirpación de idolatrías" iniciado por los conquistadores desde el s. XVI y la supuesta condición “pagana” de estos sitios arqueológicos. Expondremos más adelante algunas consideraciones.

Piedra de los tejidos

Esta roca se encuentra a 150 metros al occidente del cementerio, en los límites del barrio Santa Bárbara. Su nombre refiere a la semejanza de sus motivos rupestres con tejidos. Por su configuración, es un panel muy particular pues todos sus trazos parecen hacer parte de una misma unidad compositiva.

“Piedra de los tejidos”. (Fotografía, Diego Martínez C.).

“Piedra de los tejidos ”, grupo principal. Registro de la capa pictórica logrado mediante el tratamiento digital de la fotografía. Este procedimiento resulta mucho más fiel y menos interpretativo e invasivo que los tradicionales calcos. (Transcripción, Diego Martínez C, 2008.).

Red sin nudo.
Trenzado del non.
Trenzado de hilos libres.
Diversas técnicas de tejido identificadas en los textiles precolombinos muiscas y guanes. (según, Tavera y Urbina, 1994).
Fragmento de tejido encontrado en la cueva El Duende, Santander (Foto: Rudolf en Cardale,1993). Nótese la sugestiva similitud entre los elementos gráficos (espiral cuadrada y líneas quebradas) de esta pieza y las del mural de la “piedra de los tejidos” (resaltados en en el cuadro amarillo).

Desde las primeras noticias que se tienen de la presencia de arte rupestre en el altiplano cundiboyacense, este ha sido asociado a la tradición de Bochica, dios civilizador de los muiscas. Diversos cronistas (Simón, Piedrahíta, Zamora, Vargas Machuca), consignaron apartes de mitos en que se relacionan sitios rupestres con la presencia de esta deidad o se le atribuye la elaboración de las pinturas. Entre estos llama la atención un relato que pareciera ajustarse a las características de la “piedra de los tejidos” de Sutatausa:

"Otros le llamaban a este hombre [Bochica] Nemterequeteba, otros le decian Xué. Este les enseño a hilar algodón y tejer mantas, por que antes de esto sólo se cubrían los indios con unas planchas que hacían de algodón en rama, atadas con unas cordezuelas de fique unas con otras, todo mal aliñado y aún como a gente ruda. Cuando salía de un pueblo les dejaba los telares pintados en alguna piedra liza y bruñida, como hoy se ven en algunas partes, por si se les olvidaba lo que les enseñaba [...].” (Simón, [1625] Tomo III: 374-376 en Correa, 2004).

Según González de Pérez (1987), la palabra Bochica estaría formada por los vocablos muiscas boi, manta y chihica, venado . Se muestra aquí una pieza de orfebrería que representa un venado sedente cuya piel aparece signada con motivos similares a los de las mantas muiscas. Procedente de Cármen de Carupa, población cercana a Sutatausa (Cortés,1990. Museo del Oro, Bogotá).

Aunque formalmente las pinturas rupestres del altiplano suelen presentar diseños "geométricos" o “abstractos”, pocas veces relacionados con objetos reconocibles de la cultura material precolombina o de la naturaleza, en Sutatausa son recurrentes los grafismos similares a tramas, urdimbres y diseños textiles enmarcados en cuadrángulos a manera de mantas. Si bien, no podemos tener certeza del significado original o los referentes de representación de estos grafismos, esta interpretación es una posiblilidad ineludible, siguiendo el principio de Ockham (3), teniendo en cuenta que al juzgar por el mito de Bochica, los indígenas del s. XVI atribuían este significado a algunas pinturas rupestres de la región. También cabe aclarar que esta explicación encierra un reconocimiento mítico del fenómeno rupestre, pues los indígenas de la época de la conquista no se atribuían su autoría (4), y quizás habían perdido hace tiempo la tradición de pintar piedras (5).

3. En su forma más simple, el principio de Ockham indica que las explicaciones nunca deben multiplicar las causas sin necesidad. Cuando dos explicaciones se ofrecen para un fenómeno, la explicación completa más simple es preferible. La explicación más simple y suficiente es la más probable —mas no necesariamente la verdadera— (Fuente).

4. Los habitantes (muiscas) que encontraron los españoles en el altiplano cundiboyacense en siglo XVI, negaban ser autores de las pinturas y grabados y más bien atribuían la elaboración de estas manifestaciones a sus antepasados o a seres míticos como Bochica. El cronista Bernardo Vargas Machuca consignó el siguiente suceso: «…como a dos leguas o menos de la ciudad de Veléz está un río, y en él está una peña …y en ella, esculpida y labrada, una cruz, y yo la he visto; y queriendo el dicho general (Jiménez de Quesada) saber este secreto de ella, maravillándose mucho de hallarla, le fue hecha relación por indios muy viejos, que de ello más que otros tenía noticias de sus padres y antepasados, que de mano en mano debía venir de más de mil quinientos años, conforme a la cuenta que daban por lunas, como si dijésemos meses…». (Citado en Los muiscas antes de la conquista. Pérez de Barradas, T.II, p.326)

5. Un caso similar se puede advertir en la investigación de Fernando Urbina respecto al arte rupestre del Caquetá, el cual, a pesar de no haber sido realizado por los indígenas actuales, estos lo interpretan con sus particulares significados míticos y rituales (Urbina,2000).

 

“Piedra de los candados”. Vereda El pedregal, Sutatausa.(Fotografía, Álvaro Botiva, 2000).

“Piedra de los micos”. Vereda Palacio, Sutatausa.(Fotografía, Diego Martínez C, 1999)

En el arte rupestre de la región andina colombiana son poco frecuentes las representaciones de estructuras u objetos de la cultura material precolombina. Un caso particular es la “Piedrapintada” de Aipe (Huila), en la cual es posible identificar diseños correspondientes con piezas de orfebrería (pectorales) de varias regiones del país (Reichel -Dolmatoff,1998; Falchetti, 1978). Miguel Triana (1922) cita que en esta región “se hacían contrataciones al contorno de una piedra sagrada, grabada en bajo relieves”. Al parecer, Aipe era un importante hito para el comercio e intercambio entre los muiscas y las tribus del Magdalena (Langebaek, 1987). Falchetti (1978) llama la atención sobre la posible relación de sitios con arte rupestre y centros de comercio prehispánico:“ Es curioso anotar la asociación de estos pectorales con los sitios de Pandi y Aipe, dos de los principales centros comerciales prehispánicos de la región, cuyo funcionamiento se prolonga hasta la época de la conquista española”.

Diseños de pectorales acorazonados en orfebrería. (Según Falchetti, 1978)

“Piedrapintada” de Aipe (Huila). (Fuente )

En el s. XVI los pueblos de Zipaquirá, Nemocón y Tausa (vecinos de la actual Sutatausa) eran reconocidos centros de producción de sal, la cual se intercambiaba por oro y mantas (Langebaek, 1996). Esto abre la posibilidad de considerar que las piedras pintadas de Sutatausa pudieran también significar hitos de comercio en que se representaran, entre otros temas, los tejidos en su proceso de hilado, confección y sus productos terminados (las mantas).

Un análisis formal entre los diseños rupestres de diversas piedras en Sutatausa permite advertir la existencia de patrones recurrentes. Como se observa en la gráfica de abajo, en la “piedra de los candados” hay ciertos grafismos que, comparados con los de la “piedra de los tejidos”, se muestran como unidades formales (técnicas de tejido?) que, mediante su modulación, forman diseños más complejos (tejidos terminados?). Esto evidencia que se trató de una realización conciente y hace posible la identificación de articulaciones sintácticas de un lenguaje gráfico que, a su vez, hace parte de un sistema de representación coherente con reglas concretas pero aún difíciles de discernir.

Se aprecian arriba tres diseños de la “piedra de los candados” que denominamos A) Espina de pescado, B) Zig-zag y C) Líneas punteadas. Estos aparecen también en la “piedra de los tejidos” en diseños más complejos formando modulos mediante repeticiones ”. (Transcripción, Diego Martínez C., 2008)

Entendemos que las posibilidades de interpretación de estos grafismos pueden ir más allá de simplemente intentar reconocer referentes de representación de objetos del mundo precolombino; no se anula con esto la posibilidad de considerar que dicha representación sea también el resultado de un proceso intelectual complejo y no necesariamente un simple automatismo de representación. (p.e. abstracciones de conceptos o diseños inducidos por fenómenos entópticos durante estados alterados de la conciencia). Como en la actualidad no es posible estabecer ningun nexo con los sistemas de percepción y representación de los artífices originales de estas manifestaciones, entendemos que este es un ejercicio puramente especulativo, en el que se pretenden barajar algunas hipótesis para, de alguna manera, intentar aproximaciones al complejo lenguaje signado en las piedras.

Tejidos precolombinos

Una de las principales motivaciones que tuvieron los conquistadores españoles en el s. XVI para adentrarse desde la costa caribe al difícil territorio de lo que hoy es Colombia, además del oro, fue la advertencia en su recorrido de mantas y textiles de buena calidad. Estos provenían de las tierras altas del altiplano cundiboyacense y eran motivo de trueque entre los diversos pueblos que habitaban las estribaciones de los andes nororientales (Cardale,1993; Langebaek, 1996). De esta manera llegaron al territorio habitado por los muiscas, quienes, junto con los guanes desarrollaron una rica industria y una compleja cultura en torno a la elaboración e intercambio de tejidos.

La fabricación, uso y comercio de mantas era para los muiscas eje fundamental de su cultura. El diseño de sus textiles no sólo tenía una función ornamental, según los cronistas, sólo los caciques, altos señores y sacerdotes podían llevarlos, pues poseían un valor jerárquico, simbólico o religioso. Los textiles muiscas eran elaborados en algodón y pintados con diversos pigmentos vegetales y minerales, se destacaban por la delicadeza y precisión de sus trazos, para lo cual utlilizaron instrumentos como compases y reglas (Cortés, 1990).

Reconstrucción de vestuario muisca. (Dibujo de la exposición del museo Casa de la Moneda del Banco de la República con base en Cortés, 1990)
Manta muisca "de la marca". Reconstrucción total a partir de los fragmentos T.M. l8 y T.M. 19 Museo del Oro - Bogotá. (Según Cortés, 1990)

Las mantas pintadas y de mayor calidad eran llamadas durante la Colonia "de la marca", y las de menor calidad "chinga" o "chingamanal", también se conocían las "pachacates", las blancas y las coloradas (Londoño,1990) estas eran usadas como tributos o unidades de intercambio en el trueque con otros productos o en el pago de servicios.

Son pocas y muy fragmentarias las muestras arqueológicas de tejidos que han podido ser documentadas. Las mejor preservadas pertenecen a la región guane en el departamento de Santander, pero también existen algunos ejemplos de Boyacá y Cundinamarca.

Textil muisca decorado. T.M. 17, Museo del Oro, Boyacá. (Cortés, 1990)

Fragmento de tejido de la Mesa de los Santos, Santander. (Fotografía de la exposición del museo Casa de la Moneda del Banco de la República )

Fragmento de tejido muisca, procedente de Belén, Boyacá. Museo arqueológico de Pasca. (Fotografía, Diego Martínez C.,1998)

Fragmento de tejido de la Mesa de los Santos, Santander. (Fotografía de Arturo Vargas en Cardale, 1993)

Pese a no haberse hallado aún ejemplares completos de mantas precolombinas ni de tener mayor información sobre los contenidos simbólicos de sus diseños, algunas evidencias recientes pueden darnos luces sobre la tradición textil en Sutatausa y permite arriesgar interpretaciones sobre los posibles referentes de representación de algunas de las pinturas rupestres de la zona.

Retomamos nuestro recorrido urbano desde la llamada "piedra de los tejidos" y lanzamos ahora la madeja 350 metros al sur hasta el templo doctrinero de Sutatausa.

"La cacica"

Durante la restauración del conjunto doctrinero de San Juan Bautista en Sutatausa, a mediados de la década de 1990, se descubrió bajo varias capas de cal y pañete la que quizás sea la "mas importante evidencia pictórica de la presencia muisca en el periodo colonial"(Escovar, 1998).

Conjunto doctrinero de Sutatausa (Fotografía, Diego Martínez C.).
Interior del templo doctrinero de Sutatausa. Se muestra la localización del mural de “la cacica” muy cerca al arco toral. (Fotografía, Diego Martínez C. 2008)

Se trata de un mural barroco en que se representa una mujer en actitud piadosa (llamada hoy en día "la cacica"), con un rosario entre las manos y ataviada con una manta y una especie de estola finamente pintadas con diseños indígenas. Esta aparece pintada a un costado del arco toral, junto con otros tres personajes que parecen ser las autoridades indígenas que patrocinaron la elaboración del mural del juicio final en el costado norte del templo. Al respecto se puede leer la inscripción: Pintose este juicio a devocion del pueblo de Suta. Siendo cacique don Domingo y capitanes don Lazaro, don J(?) Neateraquia, Don J(?) Corula y don andres[...] en el año de 16[...].

Sector de pintura mural en que se registra el nombre de los donantes y la fecha de elaboración.(Fotografía, Diego Martínez C.).

Detalle de manta muisca con diseños similares a los de la manta de “la cacica”. Pieza M.O.T.M. 24 - Museo del Oro, Bogotá. (Cortés, 1990)

“La cacica” Personaje desconocido representado en la pintura mural del templo de Sutatausa. (Fotografía, Diego Martínez C., 2008).

 

Como bien lo anota Rodolfo Vallin (1998) esta representación constituye un ejemplo único dentro de la iconografía de retratos civiles de la Colonia y corrobora la existencia, aún en el siglo XVII, del vestuario prehispánico. Arriesgamos aquí una reconstrucción digital de la apariencia que pudo tener la manta extendida de “la cacica".

Posible reconstrucción de la manta muisca del “la cacica” (Diego Martínez C., 2008)

Este descubrimiento permite advertir sobre la importancia que pudieron tener los tejidos en la región y se constituye en evidencia de una tradición que, incluso tardíamente durante Colonia, seguía siendo parte integral de las concepciones simbólicas y de identificación con personajes de alta jerarquía entre la sociedad indígena reducida en los pueblos de indios fundados por los españoles.

Algunas fuentes apuntan que para el s. XVII ya no se elaboraban mantas pintadas, pues la reducción de los indígenas trajo como consecuencia la normatización en todos los ámbitos de su cultura, y las mantas terminaron perdiendo los diseños precolombinos originales (Montaña, 1993). Quizás la manta y la "estola" (¿chumbe?) que viste “la cacica" fueran objetos heredados por sus ancestros, como parte del ajuar propio de su jerarquía social.

Indios de la Sabana de Bogotá. Grabado de Désiré Roulin. Siglo XIX.

Lo excepcional de la imagen de “la cacica”, además de la fiel descripción gráfica de este tipo de material del cual no se han hallado muestras arqueológicas completas y del que sólo se tenían descripciones literarias, es que aparece plasmada en un sitio relevante en el templo, en medio de una compleja iconografía católica barroca, que se supone, fue elaborada como apoyo didáctico para el proceso de evangelización, extirpación de idolatrias y erradicación de las antiguas costumbres y creencias de los indígenas del altiplano.    

Arcángel Barachiel, Sopó, Cundinamarca. Otro ejemplo excepcional de posible ilustración de indumentaria indígena presente en el arte barroco colombiano se puede apreciar en esta pintura. Se trata de una especie de faja o chumbe con diseños lineales de posible origen indígena.
La famosa imagen de la virgen de Chiquinquirá, patrona de Colombia, parece tener origen en el pueblo de Sutamarchán (aunque otras versiones apuntan a que puede tratarse del pueblo de Sutatausa). Se cuenta que la imagen fue pintada sobre una tela indígena para la capilla de los Aposentos de Suta, pero que por estar en mal estado fue trasladada a una capilla en los Aposentos de Chiquinquirá donde en 1586 se produjo el milagro de su Renovación.

Sincretismo

Los diversos eventos, lugares y objetos presentados en este artículo tienen como común denominador la conjugada presencia indígena y española, la amalgama de dos culturas cuyo contacto derivó en el complejo presente que nos configura hoy como nación. Se puede entender por sincretismo el fenómeno de conciliación entre dos doctrinas diferentes (DRAE). En términos culturales, el sincretismo se manifestó en el altiplano cundiboyacense en la transculturación y mestizaje, entre el bagaje cultural indígena autóctono y el europeo, desde mediados del siglo XVI. Sin embargo este proceso se dio de manera desigual, pues primaron los intereses del conquistador quien, mediante el uso de la fuerza, en nombre de la religión católica y de su Rey, y aprovechando su ventaja militar, logró reducir a pueblos muiscas que habían habitado el territorio por más de ochocientos años.

Como parte de su estrategia de dominación, los europeos trajeron la religión católica con el fin de imponer control ideológico. La iglesia católica al mismo tiempo que combatió las imágenes sagradas aborígenes, impuso el culto a sus propias imágenes, como lo anota Héctor Llanos (2007):

"Los misioneros sabían muy bien que al derrumbar los templos y los ídolos indígenas estaban destruyendo los pensamientos mitopoéticos de las religiones americanas porque para ellos se trataba de la expansión universal del cristianismo, como la única religión verdadera. La llegada del cristianismo inició un proceso doloroso y cruel para las comunidades indígenas, lo que traería como consecuencia la destrucción de muchas de ellas".

La extirpación de idolatrías fue concebida como una cruzada por las autoridades políticas y eclesiásticas, mediante la implementación de un conjunto de actos de violencia con los que se cimentó el principio de autoridad política, jurídica y religiosa de la sociedad colonial (Llanos, 2007).

La fundación de pueblos de indios y parroquias se contituyó en estrategia para asegurar la dominación y reducción de los indígenas. El conjunto doctrinero de Sutatausa (6) es un buen ejemplo de la planeación urbana en torno a este nuevo orden social. Mediante la catequesis como práctica de adoctrinamiento, se recurrió al poder de las imágenes religiosas católicas para “encausar los sentidos y los deseos hacia la espiritualidad del adoctrinado" (Llanos, 2007). Así se da inicio a la persecución sobre las prácticas religiosas aborígenes, sus imágenes fueron resignificadas como ídolos y sus religiones como idolatrías o adoración a falsos dioses.

6. El conjunto doctrinero consta del templo, la casa cural y cuatro capillas posas que circundan la plaza principal del pueblo, ejemplo único en Colombia de este tipo de arquitectura religiosa.

De esta manera se ha considerado que durante los periodos de la Conquista y la Colonia, se ejerció un férreo control sobre todas las expresiones culturales y religiosas, anulando casi por completo cualquier asomo de "idolatría" representado especialmente en las creencias, ritos y manifestaciones estéticas indígenas. Muchas de los sitios con arte rupestre fueron relacionados con la presencia del demonio (ver nota 1), los símbolos representados en la cerámica, orfebrería o piezas textiles fueron poco a poco cayendo en desuso y en significación.

Por estas razones, no deja de sorprender que en un entorno urbano como Sutatausa, de cuya conquista y reducción se tiene noticia desde la misma llegada de los españoles a mediados del s. XVI, hayan sobrevivido y coexistido vestigios de la cultura simbólica indígena en medio de un conjunto doctrinero y de hechos como la matanza del peñón en que se evidenció la crueldad de este proceso.

Instrumento de tortura hallado bajo una de las naves laterales del templo doctrinero de Sutatausa. (Fotografía, Diego Martínez C., 1998).
Grabado que ilustra las prácticas de tortura durante la inquisición.

A pesar del posible despoblamiento de la región, luego de la matanza en 1541 en la construcción y decoración interior del templo es evidente la presencia de mano de obra indígena y de la representación de elementos de su cultura material.

Representación de un recipiente cerámico indígena. Detalle del mural del juicio final del templo doctrinero de Sutatausa. (Fotografía, Diego Martínez C.).
Son evidentes las facciones indígenas de este personaje que al parecer es uno de los capitanes donantes del mural. Detalle del arco toral del templo doctrinero de Sutatausa. (Fotografía, Diego Martínez C.).

En el trazado del cementerio católico de Sutatausa, a finales del siglo XIX o comienzos del XX, no se excluyó la presencia de una roca con arte rupestre. Quizás pervivía (o pervive aún) algún tipo de implicación sagrada, como un remanente de la tradición indígena frente a estos sitios. Incluso, esta fue aprovechada como elemento central para acoger una estatua de Cristo y una placa mortuoria de una monja. Las pinturas indígenas no han sido alteradas, con excepción de un grafiti que ya fue removido, en el que estaban plasmados algunos símbolos esotéricos modernos, entre ellos la esvástica, una estrella de seis puntas y una trinaquia de origen celta; esto puede evidenciar la reutilización de las piedras con arte rupestre como sitios sagrados o de especial significación mística y ritual.

Grafitis en la “piedra del cementerio” Símbolos de tradición esotérica moderna fueron pintados sobre las pinturas rupestres. Ya fueron eliminados en la actualidad. (Fotografía, Diego Martínez C.,1998).

Tradición textil

En toda la provincia de Ubaté, en especial en el municipio de Cucunubá vecino a Sutatausa, perviven aún las prácticas artesanales en torno al la elaboración de tejidos. Hoy día es posible encontrarse en cualquier vereda con ancianos campesinos hilando, a la usanza tradicional, para vender las madejas en los mercados de los pueblos de la zona. Pervive además una industria organizada donde familias enteras, con tradición ancestral, participan en la recolección, preparación y fabricación de tejidos de reconocida calidad para ofrecerlos tanto en el comercio local como a nivel nacional (Fuente).

Campesina en la labor de hilado de lana virgen.
Catálogo comercial de tejidos artesanales de Cucunubá.

Aunque no se han encontrado mayores vestigios arqueológicos que corroboren que la profundidad temporal de la tradición textil en la región se remonta a la época precolombina; evidencias como el mito de Bochica, recopilado por los primeros cronistas en el s. XVI; la sugestiva correspondencia de algunas pinturas rupestres con la representación de tejidos; el lugar preponderante que ocupa en el templo católico la representación de la manta de la "cacica"; la tela indígena que soporta la pintura de la virgen de Chiquiquirá y las prácticas artesanales en torno a la fabricación de tejidos que aún perviven en la región, dejan entrever un transfondo cultural, cargado también de sincretismo, en el que la tradición indígena precolombina parece haberse resistido a desaparecer aún en medio de la violenta campaña de extirpación de idolatrías y dominio adelantada por los españoles durante es establecimiento del régimen colonial.

La revisión de fuentes bibliográficas originales y el reconocimiento in situ de los diferentes sitios, se constituye en una labor imprescindible en la recontrucción de la memoria de este municipio. No basta con reproducir acríticamente las versiones que durante años se han promocionado. Los documentos y sus discursos encuentran correlatos en los objetos y sitios patrimoniales que aún perviven. Las piedras con arte rupestre se constituyen, de esta manera, en verdaderos “documentos pétreos” donde aún es posible interpretar los rastros del pasado. Si bien, aquí se hizo énfasis en la posiblidad de atribuir a los muiscas (S.VIII al XVI) la elaboración de estas pinturas, cabe aclarar que el territorio ha sido poblado desde hace más de 12.000 años, por lo que no se puede descartar la autoría de otros grupos anteriores. Sólo estudios más especializados y la decidida participación e interacción entre diversas disciplinas (arqueología, etnohistoria, restauración, etc.) logrará aportar elementos más firmes sobre los que apoyar, o refutar, nuestras hipótesis.

Los casos expuestos se pueden entónces interpretar, más que como hilos sueltos, como fragmentos de un tramado homogéneo en que se vislumbra el complejo tejido del tiempo de quinientos y mas años de enredada mixtura indígena y europea.

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Nota final: La idea de realizar este artículo, cuyo primer esbozo se publicó hace 10 años (Martínez, 1998), surgió durante una visita al conjunto doctrinero y a las piedras del área urbana de Sutatausa en julio de 2008. Gracias a la entusiasta guía de Aleida Melendez, joven miembro de la Corporación Tundama, pudimos tener conocimiento de las actividades que lleva a cabo este grupo, el cual ofrece diversos paquetes turísticos en torno a los sitios de interés natural y cultural del municipio. La Corporación busca contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de Sutatausa a través de programas que orienten a los jóvenes a la construcción de un proyecto de vida, de la apropiación de los bienes turísticos, ambientales, culturales y aprovechamiento del tiempo libre.

Estas líneas estan dedicadas especialmente a las nuevas generaciones que, mediante el aprovechamiento sostenible del recurso medioambiental y de la memoria histórica de los municipios, se proyectan como hacedores de nuevas y más armónicas relaciones entre la gente, su entorno y su herencia patrimonial.

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Martínez Celis, Diego. Arte rupestre, tradición textil y sincretismo en Sutatausa (Cundinamarca)
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/sutatextil
.html

2008

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