Toponimias de las comunidades campesinas, derivadas de los actos hipostáticos y pareidólicos sobre arte rupestre Guane. Diario de campo

Alejandro Navas Corona, alejandro.navas@syc.com.co Investigador. Gerente, Fundación El libro Total

Ver Comentario de Patricio Bustamante D.

El ser humano, precisamente en la búsqueda de sentido vital, para que la cotidianidad sea objeto de su “razón” y su “percepción” de tal forma que le lleven a entenderse a sí mismo y todo lo que le rodea, realiza procesos mentales complejos, conexiones, deducciones, inferencias lógicas, comparaciones y demás, todo ello fruto del acto racional que le caracteriza. Lo que percibimos forma parte de un constructo mental, y dada la limitación de nuestros sentidos y la conversión del registro a través del raciocinio, la representación visual del entorno no es una muestra fiel o idéntica del mismo. Pues bien, este acto racional, más no siempre razonable al ser una forma de percepción engañosa parte de las ilusiones, es el que llamamos pareidolia y con el cual algunos científicos modernos explican la producción del arte rupestre en varios lugares del planeta. La palabra pareidolia proviene etimológicamente del griego eidolon: figura o imagen –y el prefijo par: junto a, o adjunta–, y se emplea en rupestrología para signar aquel acto racional mediante el cual el cerebro humano realiza un proceso de asimilación de las imágenes percibidas, a otras ya existentes en su memoria y que hacen de las primeras situaciones objetos entendibles, asimilables o identificables.

El término pareidolia es el que mejor designa las alteraciones perceptivas en las que, a partir de un campo real de percepción escasamente estructurado, el individuo cree percibir algo distinto, mezclando lo percibido con lo fantaseado (1). En este sentido es una forma de ilusión o percepción engañosa que se diferencia claramente de las alucinaciones, seudo-alucinaciones, alucinosis o metamorfopcias. Sería entonces un asunto de metamorfopcia autoprovocada, pero su aparición involuntaria y la adición de un componente irreal al objeto percibido establece la diferencia(2).

Si no fuera por este, digamos instinto de correlación, el ser humano posiblemente entraría en una especie de vacío conceptual que podría llevarlo al existencialismo extremo, a la paranoia perceptiva, a la desidia vivencial, u otro fenómeno por fuera de los parámetros de comportamiento humano y social que solemos conocer y aceptar como válidos.

Esta es la función de la pereidolia, así como también en cierto sentido, la función de la unión hipostática, que se deriva de una tendencia del ser humano a buscar correlación entre su ser y existencia, y el de los dioses o creadores, que de acuerdo con cada cultura y religión, adquieren diferentes visos y manifestaciones. En la unión hipostática las personas fusionan o mezclan la divinidad con la naturaleza humana, el Verbo con el Hombre, como es el caso de “Cristo”, porqué no el de muchos personajes de la mitología

Griega (hijos de hombres y dioses), y porqué no, el mismo concepto de la Santísima Trinidad con sus tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

Pues, bien, durante la investigación que efectuamos en la Mesa de los Santos o Meseta de Xérira (Santander - Colombia) entre los años 2005 y 2010, en la cual hicimos un registro de más de cinco mil fotografías y videos de conjuntos rupestres emplazados en su gran mayoría sobre las majestuosas paredes del Cañón del Chicamocha o del Gallinazo, pudimos encontrar varios ejemplos de estos fenómenos humanos, pareidólicos e hipostáticos, llevados sociológicamente a la toponimia que aún existe en la geopolítica municipal.

Los dos primeros encuentros están relacionados con toponimias, es decir, nombres de lugares (en este caso veredas), que en principio no nos brindaban pistas para una explicación a quienes los visitábamos ocasionalmente, ni por las personas que en estos parajes viven de tiempo atrás. Fue precisamente cuando fuimos encontrando los conjuntos rupestres, que entendimos la magia sociológica que se había gestado y mantenido oculta por tantos años; el paso del tiempo había borrado las ocurrencias de quienes en actos interpretativos e imaginativos, bautizaron seguramente con buen ánimo cada lugar; pero lo interesante no estaba sólo en el acto de inspiración propiamente dicho, sino en aquello que produjo aquel, que en este caso se develaba ante nuestros ojos en los pictogramas indígenas dispuestos como por encanto en las bermejas rocas del cañón.

“El Diamante” fue nuestro primer ejemplo, y es el nombre que se nos hizo saber por los vecinos de la vereda que nos acogía, llevados por informes de que en ella habían visto pinturas al parecer indígenas. Una vez allí, sobre una gran roca que llamaban la “piedra del diamante”, encontramos una “virgen”, o lo que quedaba de ella: según nuestro guía (lugareño que de la guaquería pasó a servir legal y adecuadamente a nuestra investigación), tiempo atrás el dueño del predio dónde nos encontrábamos había intentado estallar la piedra dinamitándola, para destinar el espacio a la siembra de tabaco, pero que luego de fundir varias brocas por la dureza de la misma, decidieron abandonar la empresa: de ahí en adelante se llamó de la manera como en ese momento se nos presentaba. Sin demeritar el encanto de la historia, para nosotros las cosas no podían ser tan sencillas; el nombre de la vereda se reportaba con fecha bastante anterior a este suceso de taladros y explosivos.

Entonces empezamos un estudio minucioso del gran bloque, y detrás de unos matorrales que la ocultaban, surgió lo que dio por fin una respuesta más sólida a lo que indagábamos: una pictografía, que dada su forma, parecía un diamante tallado con muchas caras, aunque en realidad no fuera la intención de quienes lo elaboraron. Seguramente aquel pictograma, ubicado sobre el bloque de roca, había dado el nombre a toda la vereda, y el ícono religioso ya abandonado, se nos presentaba como una forma más de constatar que aquel era un lugar especial para las gentes, quizás pensándolo lugar sagrado.

El otro dibujo rupestre, emplazado en una vereda llamada “La Mojarra”, fue más dificultoso respecto del anterior, ya que no era tan evidente la inferencia lógica, si no se conocía a profundidad el contexto histórico del cual había surgido, y especialmente si no se había estudiado el arte rupestre de los Guanes; afortunadamente ya llevábamos varios años en lo uno y en lo otro. En principio, al preguntado sobre la significación del nombre dado a la vereda, los campesinos jóvenes asestaron a decir que el “boquete” formado por las montañas tenía forma de una “mojarra” (especie de pez) y que a ello se debía el nombre; sin embargo, algo no encajaba, y menos sí la forma relatada solamente era divisable desde una perspectiva aérea, que estábamos seguros no era posible para los muchachos ni para sus antepasados que bautizaron así el sector; de todas formas intentamos hallar la forma desde tierra y luego desde las modernas fotografías digitales, y el resultado fue negativo.

Entonces, y echando mano de la investigación realizada de nuestra parte con antelación, identificamos en las pinturas multitud de “puntos” y “líneas” que contrastadas con el paisaje conformaban un “mapa”; e voilá, los “puntos”, como habíamos podido colegir de tiempo atrás, hacían referencia al principal medio de subsistencia para los Guanes: la pesca, que practicaban en el río Saravita (luego Suárez), Chicamocha, y su juntura en el Sogamoso que desemboca en el Magdalena. Vino a nuestra mente entonces un recuerdo lejano, que ya corría el riesgo de olvidarse, en el que nos habían referido cómo por la cañada al fondo del boquete, en épocas de subienda, algunos especímenes remontaban las aguas hasta los pozos superiores, y que incluso en una de nuestras incursiones, dimos cuenta cómo un campesino tenía criadero de peces (mojarras curiosamente). Así, “La Mojarra” como toponímico, habría nacido seguramente de una mezcla entre la particularidad pictografiada por los indígenas, de que en esta quebrada secundaria hubiese peces, y la idea de las gentes que repoblarían luego esta región frente a tal suceso.

Como puede apreciar el lector, en las dos muestras anteriores se constata: primero un redimensionamiento del imaginario colectivo, y segundo una idea pareidólica en donde el cerebro humano, a falta de indicadores y memoria de imágenes que permitiesen la comprensión de las pictografías, permitió la entrada de interpretaciones adecuadas a la realidad de cada momento.

Pero las dos experiencias que relataremos a continuación son más dicientes aún sobre los fenómenos que aquí tratamos, y esta vez relativos a los enfoques hipostáticos, que como dijimos confunden o fusionan la Divinidad con la Humanidad; en este caso la unión hipostática la hemos asumido en una línea especial dónde el humano, mediante un acto pareidólico, retoma su imaginario devoto y lo emplea para interpretar dentro del contexto socio-religioso moderno, una figura rupestre de tiempos en que aquello era totalmente diverso. Venga entonces el asunto:

El primer dibujo, de un conjunto más amplio y la verdad espectacular, se nos ofreció a la vista maravillosamente y de primera mano, luego de haber visto cientos de figuras en nuestras travesías, como una composición de alcances cósmicos, en donde de una u otra forma acertábamos ver figuras celestes, como el sol y la luna; no en vano pensábamos y aún lo hacemos para dejar abiertas las posibilidades investigativas, que “cada quien ve lo que quiere ver”; pero en este caso el asunto se complicó cuando preguntamos a la propietaria del lugar en la cual se encontraba el abrigo rocoso, cómo se llamaba su heredad: finca y vereda tienen el mismo nombre de “La Custodia”, acertó a contestar el capataz que la acompañaba.

¿Porqué emplearían en este caso el nombre de un objeto religioso con el que se expone el Santísimo Sacramento a la pública veneración?; el pensamiento de quienes nos declaramos lejanos a cualquier credo o tendencia religiosa, nos había hecho olvidar de la influencia que había tenido sobre la región el adoctrinamiento cristiano; error que sería un acierto cuando volvimos sobre nuestros pasos e inspeccionamos nuevamente el conjunto pictográfico, ya que resaltando como un verdadero “sol”, la “custodia” saltaba a la vista. Quizás nos dejamos influenciar por el preconcepto recibido al enterarnos del nombre, pero es muy posible que quienes bautizaron la vereda, como sucedió en muchas partes del país, creyeron firmemente en la idea de que los Guanes habían pictografiado el artefacto del culto cristiano y no otra cosa, mereciendo el bautizo del sector conforme esta interpretación.

En última instancia, siendo el caso más emblemático que nos haya sucedido en todos estos años de trabajo, vamos a referir la historia relativa al nombre del “Pueblo de los Santos”.

Siempre que visitamos Los Santos, nos preguntamos sobre la razón de su nombre, y como Don Quijote: siempre terminábamos en la razón de la sinrazón que a nuestra razón se hacía, de tal manera que nuestra razón poco o más o menos quedaba flaca. Y pensábamos entonces que el motivo del nombre, estaba relacionado por alguna tendencia religiosa, pero nunca se nos daba razón, ni del nombre ni de la sinrazón. Pues, bien, quizás por la tantas andanzas que tuvimos en el quehacer rupestrológico, terminamos en un lugar que los santeros (3) llaman “La Quebrada del Santo”: todos los años, desde tiempos inmemoriales, los habitantes del pueblo, en semana santa, realizan una peregrinación por el lugar en donde se “revela” un santo, nos dijo nuestro guía mientras apuntaba con su mano en dirección a un abrigo rocoso. Por mi parte no veía nada, así que nuestro guía se dispuso a arrojarle agua a la pared desde un pequeño pozo de la quebrada inmediata, porque según los habitantes, así había que hacerlo para que se revelase. Igual, seguimos sin observar nada, pero era evidente que quien nos acompañaba sí guardaba en su mente las figuras, y por un juego pareidólico, de una u otra forma las veía. Con la duda que siempre me acompaña, aunque poco menos que una idea preconcebida, escalé como pude la gran piedra, en la parte superior me aferré a una grieta ancha y horizontal de unos noventa centímetros de profundidad, y nuevamente como el Quijote, la divinidad divinamente nos hizo merecedores del merecimiento que merece la grandeza de la historia: emplazados en el fondo, escondidos del agua y de las procesiones, estaban una figuras pictográficas, que aunque pequeñas, desentrañaban el asunto; entendimos entonces lo que había sucedido: las gentes confundieron una figura rupestre con una develación de un santo, y poco a poco fue creciendo el fervor, a tal punto que la romería acudió religiosamente a la quebrada del santo, que le dio entonces el nombre al pueblo de Los Santos.

La figura principal había desaparecido, porque aunque las hematites que empleaban los naturales americanos para fabricar las pinturas rupestres se “resaltan” con el agua, la acción termina por afectar el material y hacerlo desaparecer. Poco tiempo después, en el proyecto del Libro Total (4) dedicada a la recuperación de patrimonio cultural, en este caso las crónicas de indias, hallaríamos la siguiente nota que podría ser la confirmación de esta bella experiencia; fue en la obra “Historia de la Provincia de San Antonio del Nuevo Reino de Granada”, de Fray Alonso de Zamora (1691), que ubicamos este pasaje: “De las serranías fronteras de este pueblo desciende la quebrada, que llaman de Tocaregua, llamada también de los Santos; porque (como se ha referido) está muy cerca de ella aquella piedra sagrada, donde el glorioso apóstol, que predicó en este Reino, dejó su imagen impresa de medio relieve, vestido al uso de los indios o apóstoles. Tiene barbas, sandalias y un libro en la mano; y a sus pies cinco renglones de caracteres tan incógnitos, que no se ha podido entender su significado. Están a su lado dos compañeros con el mismo género de vestido y la tradición es, que fueron dos indios sus discípulos, que lo acompañaron en toda su peregrinación. Estando descubiertas estas imágenes a las inclemencias del tiempo permanecen sin borrarse desde el de los santos apóstoles” (5). Quizás tenga imprecisiones de diferentes clases el documento referido (entre otras cosas porque muchos cronistas escribieron de oídas) como podrían ser la ubicación del abrigo, la descripción de las imágenes, la clase de arte rupestre, y otras tantas; sin embargo, el teles del asunto se mantiene incólume, en la medida que expone de manera clara el cambio de interpretación, o acomodamiento doctrinal, que hicieron los frailes de la orden de predicadores sobre los imaginarios sociales, dándole otro sentido a lo que los indígenas habían elaborado en sus pinturas, petroglifos, cerámica, tótems, tejidos y demás. Muchos religiosos, en una suerte de inteligencia para el adoctrinamiento de los pueblos amerindios, inventaron historias que relataban el paso de apóstoles y santos católicos con anterioridad a la incursión de Cristóbal Colón, de tal forma que se apropiaron de muchos mitos indígenas (como el de Bochica) y de manifestaciones como las del arte rupestre, arrancándole su significado verdadero para sustituirlo por el cristiano. Afortunadamente hoy esta historia se reescribe y se dignifica el sentido que les es connatural, reconociendo su validez y valor a sus autores, nuestros antepasados.

¡Grata sorpresa! nos llevamos, cuando los amigos de Rupestreweb, y en especial el Dr. Diego Martínez Celis quien nos refirió haber encontrado igualmente esta cita del cronista, y bueno, aquí estamos escribiendo y reescribiendo estas singulares historias que alegran el corazón desde el arte y la memoria. El Pueblo de Los Santos, entonces, recibe con agrado hoy la historia nunca contada del nacimiento de su nombre y algunas de sus veredas del círculo municipal, y orgullosas estarán sus gentes al saber que aquellos nombres se encuentran enraizados en las costumbres de los naturales Guanes que poblaron el territorio por aquellas pacíficas épocas precolombinas.

 

NOTAS

1. Ver: Los Guanes y el Arte Rupestre Xerirense – Alejandro Navas Corona y Erika Marcela Angulo Moreno – (Sic) editorial, 2010. También en www.ellibrototal.com, ibídem, página 425-426.

2. Ver: A. Grau Fernández y J. Peña Casanova, “Alucinaciones e Ilusiones”, Barraquer Bordas I.L. editores. Neuropsicología. Barcelona: Toray, 1983; páginas 316-334.

3. Gentilicio de los habitantes del pueblo de Los Santos.

4. www.ellibrototal.com

5. Ver pasaje del cronista en: http://www.ellibrototal.com/ltotal/ficha.jsp?t_item=4&id_item=3945&id_filter=1087

 

Pareidolia y Toponimia

Comentario al articulo Toponimias de las comunidades campesinas, derivadas de los actos hipostáticos y pareidólicos sobre arte rupestre Guane.

Por Patricio Bustamante D. Investigador en Arqueoastronomía

La construcción del primer telescopio permitió a la humanidad examinar con nuevos detalles aquello que estaba a grandes distancias en el espacio. El primer microscopio hizo posible apreciar objetos y seres tan pequeños imposibles de ver a simple vista. Estas herramientas cambiaron nuestra visión del Universo.

La pareidolia, aplicada como herramienta de observación y análisis, a los estudios de las culturas del pasado y sus obras, nos permite dar una mirada en la mente de sus constructores, que nos precedieron por cientos o miles de años y comprender en parte sus posibles motivaciones.

La aplicación de la pareidolia a la toponimia, es decir al nombre que nuestros antepasados daban a los accidentes del paisaje, nos permite comprender como se humanizaba el Entorno, como se interpretaba el lenguaje del paisaje (cielo - tierra).

Al ser la pareidolia un fenómeno inherente a los seres humanos, independiente de la raza o la época en que vivió, califica como fenómeno ubicuo. Nos permite examinar, interpretar y contrastar con los mismos parámetros, obras, sitios y entornos pertenecientes a culturas de los cinco continentes y desde los albores de la humanidad, abarcando el más amplio espectro espacio - temporal.

El artículo del investigador Alejandro Navas, Toponimias de las comunidades campesinas, derivadas de los actos hipostáticos y pareidólicos sobre arte rupestre Guane, es un buen ejemplo de ello.

A mi juicio, es un gran aporte en el intento por comprender la epopeya humana por explorar, humanizar y habitar el planeta. Patricio Bustamante D. Investigador en Arqueoastronomía.

 

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Navas Corona, Alejandro.Toponimias de las comunidades campesinas, derivadas
de los actos hipostáticos y pareidólicos sobre arte rupestre Guane. Diario de campo
.

En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/toponimias.html

2012


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