Perú


Los petroglifos en monticulos de Torrekunka (Caycay, Paucartambo), Cusco

Raúl Carreño Collatupa raulcarreno@ayar.org.pe Grupo AYAR - Cusco

 

Resumen

En Torrekunka, sitio que con una ocupación que comprende desde el Formativo hasta el período Inka, se encuentran una serie de grandes petroglifos cuyo estilo resulta poco frecuente en la región del Cusco. Los más antiguos y peculiares son grabados de carácter esencialmente escultórico, de surco ancho, profundo y más o menos pulido. Otra característica resaltante y muy particular (tal vez el único caso conocido de este tipo para la región) es el hecho de que los bloques grabados, fueron rotos, transportados y acomodados para conforman montículos, lo cual indicaría que los petroglifos atravesaron por dos etapas de funcionalidad posiblemente diferenciada, ambas difíciles de precisar. Además de una espiral y varias series de tacitas y algunos surcos serpentiformes, las figuras acanaladas presentan figuraciones abstractas, existiendo también una “maqueta” con andenes.

Otro grupo de petroglifos más recientes, y de estilo completamente distinto al anterior, fue identificado en otro montículo; se observan allí un puma, una serpiente y trazos lineales en zigzag y cuadros.

El sitio está amenazado por la explotación de canteras y por un intenso huaqueo.

Palabras clave: arte rupestre, petroglifos escultóricos, Torrekunka / Torrecunca, Cusco

 

INTRODUCCIÓN

Cerca de la ruta Cusco-Huambutío-Paucartambo-Atalaya, sobre la margen derecha del río Vilcanota, se encuentra el conjunto arqueológico de Torrekunka, de data probablemente inka (aunque una presencia continua desde el Formativo está probada, como veremos más adelante), que consta de algunos muros de contención y recintos de mampostería rústica. Al costado sur de este conjunto subsisten varios montículos, de los cuales cuatro albergan grupos de petroglifos; hay además bloques sueltos también grabados, la mayoría de un estilo escultórico muy peculiar y quizás único en Cusco. De igual modo se hallan algunos grabados más recientes de un estilo muy diferente.

Torrekunka está en terrenos de la ex-hacienda Ceravilla, expropiada en 1968 durante la Reforma Agraria del Gral. Juan Velasco, y adjudicada a la comunidad campesina del mismo nombre, que luego se convirtió en cooperativa. Políticamente pertenece al distrito de Caycay, provincia de Paucartambo. Se encuentra al norte de Huambut’ío y noreste de la capital de distrito de Caycay, en la prolongación sud-occidental del cerro que los lugareños llaman T’oqoyoq y que en la mapa IGN 28-2 (2543),  aparece como Carnicero. El conjunto, cuya altitud aproximada varía entre 3190 y 3200 msnm, se sitúa en la margen derecha de la cuenca Ubiskancha-Qerapujyo, hoy conocida como quebrada Sierra Bella o Pitukancha, tributaria de la margen derecha del río Vilcanota, frente a la confluencia con el río Huatanay. Se ubica casi a la vera de la mencionada carretera a Paucartambo, a una distancia de 6.5 km desde el desvío de la carretera Cusco-Puno-Arequipa, a la altura de Huacarpay. Hay un pequeño ramal que sirve de acceso a las canteras del lugar.

   

Fig. 1 Ubicación de Torrekunka y los cuatro montículos con petroglifos (base: fotografía aérea SAN)

El sitio se encuentra muy cerca del límite del señorío Pinagua, cuyas raíces se remontan a la época pre-Inka. Espinoza Soriano (1974: 158) da cuenta de lo dicho por Guaman Poma en el sentido de que los pinagua “fueron los primeros incas en la zona del Cusco, que estaban reputados como hijos del Sol y que su paqarina o lugar de origen la tenían fijada de igual manera en Tamputoco”. Rostworowski determinó que constituían la mitad urinsaya del reino de los Ayarmacas. Los pinagua se rebelaron contra los cusqueños bajo los reinados de Inka Roqa, Yahuar Huakaq, Huiraqocha, siendo finalmente sometidos por el gran Pachakúteq. Su territorio comprendía el tramo inferior del valle del Huatanay, desde Angostura (límite de los actuales distritos de San Jerónimo y Saylla), hasta Huambutío, como lo confirma la reconstrucción del “área nuclear de la etnia pinagua” que plantea Espinoza Soriano (1974: 160) a partir de la información del Visitador don Diego de Porres en 1571.

Tras perder sus tierras durante la Conquista y mucho litigar para recuperarlas, los pinagua se dispersaron con las reducciones de Toledo. En 1689, las haciendas cercanas al sitio rupestre tenían muy poca población; así, don Gerónimo Zapata de Cárdenas “cura propio de este pueblo de Oropesa” informaba al Obispo del Cusco, don Manuel de Mollinedo y Angulo, sobre la población de su doctrina: “y en la ultima nombrada Guanbutio […] abra diez o doce personas…” (Villanueva, 1982: 156-157). Andrés de Santisteban y Aguilar, párroco de Caycay, doctrina a la que pertenecía Torrekunka, es muy parco en su reporte y sólo indica que su doctrina abarcaba hasta un “anejo distante uno de otro legua y media llamado S. Fran.co de Guasac”, que habían “tres hasiendas de españoles” y que “En los dos pueblos no ay español alguno” (op. cit.: 259).  

La posición de Torrekunka es muy estratégica, por cuanto permite vigilar el valle del Vilcanota, aguas arriba y abajo, la quebrada de Huambutío, que conecta con la aduana o puesto de control de Rumicolca, camino al Qollasuyu, y toda la cuenca de Sierra Bella, por donde se va a Paucartambo, es decir al Antisuyu. Esto explicaría la existencia del conjunto arqueológico y, tal vez, en cierto modo, de los petroglifos.


GEOLOGÍA

Se trata de una acumulación de lava andesítica que forma parte de un conjunto de antiguos volcanes tanto de carácter central como fisural(1), por lo general monogénicos(2), que erupcionaron durante el Plio-Pleistoceno (Audebaud, 1973: 44; Mendívil & Dávila, 1978: 65) y que conforman el conjunto litológico conocido como formación Rumicolca, que se encuentra desde Anta (abra de Silque) hasta Sicuani. Al parecer, junto a otros cuatro volcanes cercanos (los de Huaqoto, Rajch’i-Oropesa, Rumilcolca y Cruzmoqo-Tipón(3)), corresponden a erupciones aproximadamente coetáneas.

Las efusiones volcánicas dieron lugar a una meseta casi cilíndrica delimitada por acantilados verticales a subverticales (de allí el moderno nombre de Torrekunka) en cuyo extremo noroeste se observan disyunciones columnares(4) bien definidas, formando los farallones que se conocen como P’asñahuarkuna (donde se cuelga a la india o doncella).

Fig. 2 Extremo oriental de un antiguo volcán fisural, cuya forma debió inspirar el vigente nombre de Torrekunka;
al fondo, a la derecha, se ubican el conjunto arqueológico y los petroglifos

La roca involucrada es una andesita shoshonítica de color gris claro, de textura predominantemente microlítica, con abundancia de micas del tipo biotita y flogopita y una proporción menor de hornblendas. Se nota una delgada pátina de intemperismo por oxidación de hornblendas y algo de cloritización, por alteración de las biotitas.

 

TOPONIMIA

Aunque el nombre de Torrekunka (Torrecunca) es el más común, se usa también Torreqaqa. Ambos topónimos asocian un término kechua (kunka = cuello, abra, geoforma cilíndrica; qaqa = peñón o breña) con el español torre, el mismo que en los Andes es usado con frecuencia para denominar a pequeñas mesetas de forma prismática, a formaciones de paredes muy empinadas y con forma de pináculos o, como su nombre lo indica, de torres y “castillos” o “paredones”, derivadas de la erosión glaciar y/o eólica. Es evidente que éste no es el nombre original del sitio, el mismo que parece haber sido olvidado.  

 

ANTECEDENTES

En febrero de 2008, con el “objetivo de dar a conocer la existencia de este importante sitio arqueológico con presencia de Arte Rupestre”, Valencia publicó un “pequeño reporte” intitulado “Petroglifos de Torrecunca” en el website de la APAR, cuyo editor afirmaba entonces que “El arqueólogo Jhon Valencia, de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, nos esta presentando un nuevo sitio con arte rupestre”. La verdad es que el lugar no era nuevo en términos científicos sino conocido ya desde buen tiempo atrás(5), como lo prueba el informe de evaluación del arqueólogo Octavio Fernández Carrasco, presentado al antiguo Instituto Nacional de Cultura (INC) del Cusco en el año 2001, como reacción al petitorio minero interpuesto en 1997 para explotar canteras de andesita. En el 2005, Hostnig produjo un breve e inédito documento de visita con algunos datos y comentarios que han servido como punto de partida para este artículo.

Visitamos el lugar con Rainer Hostnig el 2 y el 10 de julio del 2005 y el 5 de febrero del 2006. Una última visita en compañía de la Ing. Geóloga Susana Kalafatovich fue realizada el 13 de julio del 2011, con el fin de completar una documentación fotográfica exhaustiva de los petrograbados.

 

ARQUEOLOGÍA DE TORREKUNKA

Torrekunka es un importante complejo arqueológico con una larga ocupación desde el Formativo hasta el período Inka. Consta de edificios, canteras, caminos, muros de contención, tumbas, rocas talladas, cerámica de estilos Chanapata e Inka, artefactos líticos (raederas, cuchillos y puntas de obsidiana) y los petroglifos objeto de este trabajo. En la superficie se observan fragmentos de cerámica Qaluyo, lo que, según Fernández (2001), indicaría la existencia de relaciones socioeconómicas con el altiplano. De ser cierta tal constatación, la ocupación de lugar se remontaría a más de 2500 años, considerando que la cultura Qaluyo, descubierta por Manuel Chávez Ballón, se habría desarrollado entre 1800 aC y 500 aC. Entre los siglos X y VIII aC, los Qaluyo experimentaron un importante avance tecnológico y, al parecer, también espacial, que quizá los habría traído hasta el Cusco. Se dice que “de este periodo son los monolitos que representan peces, batracios y serpientes, acompañados de círculos; también serian las representaciones humanas con los brazos sobre el tórax”.

La existencia de grabados serpentiformes, tacitas y figuras circulares permitiría suponer que, tal vez, estos grabados correspondan a esa etapa. Pero, sabiendo que tales elementos pueden pertenecer a cualquier otra época precolombina, por ahora los elementos de juicio son insuficientes como para arribar a una conclusión válida al respecto. Subsiste, sin embargo, la posibilidad de que la cerámica observada por Fernández tenga algo que ver con una etapa inmediata posterior, la fase Kusipata (cuyo auge se habría dado entre los siglos V y II a.C.), que tuvo un centro de irradiación algo más cercano a la zona que el alejado núcleo de la cultura Qaluyo, situado en Puno.

Siguiendo la cronología establecida por Chávez Ballón y Barreda (Barreda, 1995: 48-52) lo anterior nos remite al tiempo de los Chanapata e, incluso, de los Marcavalle, sin que se pueda precisar cuándo estuvieron allí los Qaluyo o los Kusipata y cuándo los Chanapata.

Un camino inka (Ñan) hacia el Antisuyu pasa por el sitio, teniendo además conexión con el cercano gran Ñan que, pasando por Tipón, Rajch’i y Rumicolca, iba al Qollasuyu.

Fernández señalaba que en los alrededores de los promontorios con petroglifos se encontraba gran cantidad de fragmentos de cerámica roja; diez años después, tales restos se han hecho raros.

El conjunto de edificaciones de la época inka está asentado sobre una plataforma parcialmente rellenada, con un muro de contención en la parte oriental. Consta de un vasto recinto rectangular dividido en cruz y otros menores de planta cuadrada y rectangular, algunos también divididos en dos. Su mampostería es rústica con algo de mortero de barro. Las puertas son rectangulares y no trapezoidales. En algunas paredes se notan restos de revoque de barro, sin que sea posible saber si el mismo es original o posterior. Da la impresión de que las habitaciones no contaban con ventanas; en cambio, en las caras interiores existen pequeñas hornacinas en diferentes niveles.

 

Fig. 3 Vistas del conjunto arqueológico de Torrekunka, con la ubicación de los tres primeros montículos con petroglifos

Fig. 4 Construcción circular que podría ser una ch’ullpa (mausoleo) o un silo.

El t’oqo o nicho ceremonial

En el límite oriental del conjunto, en la línea de cambio de pendiente entre la meseta y la ladera, existe un nicho de sección rectangular algo deforme, orientado más o menos hacia el poniente, con dimensiones aproximadas de 1.0 x 0.5 m; en su hastial sur se ve una profunda muesca en forma de cuña o prisma triangular, cuya finalidad resulta desconocida. Hacia el lado norte queda un resto de muro rústico circular. Al parecer, el bloque fue enterrado; esto y la rotura de su arista norte inducirían a pensar que hubo aquí alguna intervención de los extirpadores de idolatrías. El bloque está rodeado por profundos hoyos de huaqueo. El nicho de Torrekunka, poco relevante en lo topográfico, está en un promontorio redondeado y cercano a túmulos, no sabemos si naturales o artificiales.

 

Fig. 5 El nicho de Torrekunka y la supuesta chinkana adyacente (fotos: R. Hostnig)

Zecenarro (2001: 144-147) hace una disquisición sobre este tipo de nichos, distinguiendo entre nichos arquitectónicos y los in situ, como éste. Piensa que “en la arquitectura inka aparecen otro tipo de nichos, que sí debieron tener como punto base de origen conceptual las vinculaciones con las paqarinas y los mach’ays […] El nicho labrado directamente en la afloración rocosa, correspondiendo al elemento más cercano al principio generador: la cueva o mach’ay. Este tipo de elemento es parte integrante de las arquitecturas compactas, encontrándose debidamente orientado y ubicado de acuerdo a las diferentes posiciones solares especialmente, su fundamento conceptual está en las palabras de Garcilaso de la Vega”. Garcilaso también indica que el inka se sentaba en este tipo de nichos, por lo que Zecenarro deduce que tenían una función astronómica. El tamaño y, sobre todo, la estrechez de la mayoría de este tipo de nichos impiden sentarse en ellos a una persona; de otro lado, sus orientaciones resultan bastante aleatorias.  

Muy cerca hay otro hueco; a pesar de tener sólo algo así como 2 m de largo, la gente local al parecer no se aventura a entrar en él. Según nuestro informante, un campesino del lugar, se trata de una chinkana (un túnel) que llegaría hasta el Cusco y que un hombre al intentar explorarlo, halló un choclo de oro falleciendo luego, al no encontrar la salida. Esta es una leyenda muy difundida en el mundo andino, resaltando la correspondiente a la llamada Chinkana Grande de Saqsayhuaman; pero en ésta, el explorador llega a salir por el convento de Santo Domingo (el antiguo Qorikancha o Kintikancha), también con un choclo de oro —que luego habría servido para fabricar la corona de una Virgen—, muriendo tras farfullar algo sobre su aventura(6).

 

P’asñahuarkuna  

El acantilado que limita la meseta de Torrekunka por el lado sur, sobre el río Vilcanota, lleva este nombre que, muy probablemente, corresponde a un patíbulo inka donde se colgaba a los delincuentes. El lugar es reiteradamente mencionado por testigos del litigio de tierras que enfrentó a los pinagua con el hijo de Diego Maldonado, apodado el rico, ávido capitán que con diversas artimañas se apropió de las tierras de casi toda la quebrada de Huambut’ío. Los pinagua presentaron nueve testigos favorables a su causa para la probanza de los indios hecha por el Visitador Diego de Porres en 1571; con pocas variantes, cinco de ellos (Francisco Hochasuyru, Diego Palco, Andrés Quispi Rimache, Pedro Lampa y Juan Moya) se refieren a Huambut’io como “un arenal que llaman Guambotio, donde los ingas hacían justicia de los indios delincuentes e los ahorcaba e después los enterraua en el dicho arenal”. Uno de los testigos alude al vecino paraje de Tiobamba: “un arenal questa allí que se llamaba Tiobamba, donde el inga justiciaua los delincuentes” (Espinoza Soriano, 1974: 200-206) y donde eran enterrados los ajusticiados. T’iobamba en kechua significa llanura arenosa, arenal. En tal caso, cabría la posibilidad de que los recintos del lugar pudieron haber servido, en algún momento, al menos parcialmente, como reclusorios.

El nombre original del lugar debió, por tanto, estar relacionado con su función de cadalso o Huarkuna, que parece haber perdurado con una ligera variante, al agregársele P’asña; huarkuna significa horca o “desde donde se cuelga” (colgadero). Tomás de Santo Domingo (1560: 134) consigna: “Goarcona: horca, ahorcadura. Goarcuni: ahorcar”. Torres Rubio (1619: 153) consigna: “Huarcuni: ahorcar, colgar. Huarcuna: horca, escarpia”.

Espinoza Soriano (op. cit.: 165) sospecha que debió de haber una instalación como la llamada “horca del Inka”(7) existente en el cerro de Sirocani (o Quesasani), cerca de Copacabana, a orillas del lago Titicaca, Este concepto surgió por una asociación errónea establecida por los primeros españoles al comparar su forma con las horcas europeas. Las horcas precolombinas no debieron tener mucho aparato ni las ejecuciones ser muy espectaculares, por cuanto no hay mayor noticia de ellas en las crónicas conocidas.

Un dibujo de Guamán Poma (1615: 307) dedicado al castigo de una virgen del sol y su amante, los muestra colgados de los cabellos con el epígrafe “Del Inga Antacaca aravai castigos de vírgenes…”. En otro pasaje Guaman Poma (1615: 309-314) escribe: “Castigo de doncellas y de donceles […] Y así los dichos forzadores de las mujeres doncellas, o forzadores de las mujeres a los donzeles, y ansí en aquél tiempo se castigaba, si se consintieron los dos, el hombre y la mujer, sentencian a muerte colgado vivo de los cabellos de una peña llamado arauay, o de antacaca, o de yauarcaca; que alli penan hasta morir”. Los condenados no eran pues ahorcados sino colgados de los cabellos hasta morir de inanición. El mismo castigo era aplicado […] a las vírgenes de templos y dioses […]  aunque le vean hablar y conversar o enviar otro que le hablen por ellos con color de pecar con los hombres”.

¿Era Torrekunka el peñón que menciona Guaman Poma o alguno de los sitios que el cronista indio llama runauanochinan (donde se ejecuta o mata a la gente)? Los acantilados de P’asñahuarkuna, por la oxidación de sus minerales ferromagnesianos, tienen coloraciones rojizas, lo cual correspondería muy bien con las denominaciones de Antaqaqa (peñón de color cobrizo) y Yahuarqaqa (peñón de color sangre).

Fig. 6 Acantilado que, con mucha probabilidad, fue el Huarkuna, arahua o lugar de ajusticiamiento de delincuentes en el incanato. A la derecha, dibujo de Guaman Poma mostrando a una pareja colgada de los cabellos en el arahuay (colgadero) de Antaqaqa que tal vez fue el actual P’asñahuarkuna de Torrekunka

 

LOS PETROGLIFOS

La mayoría pueden ser calificados de escultóricos, sin que ello implique litoesculturas en sí sino un tipo de grabados que, por la amplitud y profundidad de sus surcos, el alisado de sus bordes, la complejidad y variedad de sus configuraciones y su adaptación a la forma de la piedra, transmiten una sensación más acentuada de tridimensionalidad. Son de surco ancho y profundo, de bordes redondeados y fuerte densidad gráfica; los grabados se adaptan a la superficie irregular de las rocas, al punto que, en ciertos casos, parecen maquetas, tal como las denominan los lugareños. En otros ejemplares, la naturaleza de los surcos (con bordes pulidos hasta eliminar aristas y angulosidades) logra un efecto de bajorrelieve, sobre todo en las formas acanaladas.

El conjunto consta de cuatro montículos conformados por bloques apilados de andesita shoshonítica, varios de los cuales contienen petroglifos. Existen además bloques y fragmentos grabados aislados en diversos puntos, todos removidos de sus emplazamientos originales. Tres de estos promontorios (al igual que casi todos los bloques sueltos) presentan petroglifos de tipo escultórico, mientras que el más oriental muestra grabados menos antiguos, de surco delgado y somero. Hay, además, varias otros apilamientos sin grabados cuya distribución no parece responder a ningún criterio de ordenamiento pre-establecido.

Fernández Carrasco (2001: 16) describe así los grabados: “[...] se trata de petroglifos, generalmente esculpidos en bajo relieve con espirales, hoyitos, líneas horizontales superpuestas a manera de andenes, por lo que los vecinos también los conocen como «maquetas». También se hallan líneas verticales seccionando por tramos las líneas horizontales. Lamentablemente pintados con material anticorrosivo tratando de resaltar las líneas, lo que es atentatorio a su conservación”.(8)

Los petroglifos de surco ancho —los más característicos del sitio— se distribuyen en tres montículos y en algunos fragmentos de otros petroglifos rotos. En el primer montículo, a unos ocho metros del camino Inka, hay seis petroglifos, uno mirando al oeste y cinco con sus caras grabadas mirando al sur-suroeste(9). El segundo, prácticamente al borde de la calzada inka, tiene sus grabados orientados hacia el este, aunque, como en el caso anterior, por la inclinación, hay ciertas partes que miran hacia el norte. La distancia entre estos dos promontorios es de 17 metros en dirección norte. El tercer montículo, orientado hacia el ENE, con vestigios de petroglifos apenas discernibles, se ubica a unos cien metros al oeste del primero. El cuarto se sitúa hacia el este, delante del primero; los grabados geométricos están incisos en una cara orientada hacia el oeste mientras que el puma está en un bloque del lado oriental. Los bloques sueltos con petroglifos o fragmentos de ellos se hallan más dispersos, habiéndose hallado incluso uno al pie del recinto inka principal.

 

Montículo 1

Se encuentra frente al edificio principal del grupo arqueológico y cuenta con cinco bloques grabados orientados al este y uno al oeste (ver nota 4), a un metro de la base del montículo.

Fig. 7 Vista hacia el este del primer montículo

Fig. 8 El conjunto de cinco bloques grabados que miran aproximadamente hacia el sur (foto: R. Hostnig)

El primer grabado (fig. 10, el único orientado hacia el poniente) está constituido por gruesos surcos más o menos paralelos y algunos ramificados; en la parte inferior se configuran dos círculos concéntricos con una canaleta de desfogue. La roca está rota y presenta signos de un canteado preliminar.

Fig. 9 Parte de la cara occidental del montículo; abajo, al centro, el primer petroglifo;
arriba, a la derecha, el camino de acceso al grupo principal de petroglifos (foto: R. Hostnig)

Fig. 10 El único grabado de este grupo orientado hacia el poniente

Fig. 11 Bloque con signos de haber comenzado a ser esculpido (foto: R. Hostnig)

El bloque inmediato superior al descrito, también partido, expone algunos signos que podrían ser bosquejos no muy definidos de grabados en escalera y cúpulas (fig. 11). 

Mirando aproximadamente hacia el sur están los otros cinco grandes bloques grabados, el primero de los cuales está “esculpido” a manera de “maqueta” de andenes.

 

Fig. 12 Dos vistas de la “maqueta” de andenería

Fig. 13 Cara orientada posterior al norte del mismo bloque, mostrando canales,
y cúpulas no bien definidas, además de una “escalera”, cuyo tramo superior está roto

El segundo bloque tiene como figura más resaltante una espiral unida a un grueso canal curveado que desemboca en el borde la piedra. Hacia el este hay un grupo de cúpulas mal pergeñadas. El bloque está partido; el segundo fragmento fue desgajado; es probable que la parte faltante haya contenido más grabados. En el extremo norte y al costado de la espiral se aprecian algunas pequeñas cúpulas.

 

Fig. 14 Bloque partido con espiral, una canaleta, cúpulas embrionarias y, hacia atrás, “andenes”.

Detalle de la única espiral existente en el sitio

 

El tercer petroglifo resulta ser el más impresionante por la profusión y calidad de sus grabados que, sin embargo, no parecen responder a una pauta específica de composición gráfica, siendo un agregado de canaletas rectas y curvas; en la base hay una serie de cúpulas dispuestas siguiendo un patrón más o menos semicircular, más otras dispersas en distintos puntos. Sólo en el lado occidental se advierten tres canales en una disposición que recuerda a una bota.

 

 

Fig. 15 Cuatro ángulos del cuarto bloque con una configuración abstracta formada
por canaletas y un grupo de cúpulas que la enmarcan parcialmente por tres lados

El cuarto bloque está pegado al anterior dando incluso la impresión de ser uno solo. Tiene una configuración “en valle” con una cubeta alargada en su parte terminal. Es el que menos grabados tiene, notándose un canal en zigzag en una cara lateral menor orientada al sureste, teniendo cerca restos de escaleras y rastros cortos de otros canales y cúpulas someras en la cara mayor que mira hacia arriba.  

Fig. 16 Bloque quinto con algunos canales y cúpulas. Adelante, a la izquierda, restos de “escaleras”.
A la derecha, canal en zigzag y evidencia de rotura.

El quinto y último bloque, ubicado en el extremo norte del montículo, es el más simple, mostrando una canaleta gruesa terminada en gancho más algunos otros canales de tosco acabado y menos visibles, una figura serpentiforme que termina en una cazoleta, al igual que cúpulas poco desarrolladas en sus caras horizontales. En una especie de rellano a desnivel, se llegan a identificar surcos más o menos ortogonales y erosionados, que parecen corresponder a una composición geométrica poco definida.

 

Fig. 17 Bloque norteño con figura serpentiforme, canaletas y cúpulas poco desarrolladas. Abajo, detalle del canal serpenteante que desemboca en una cazoleta; esta configuración recuerda otras similares existentes en el conjunto arqueológico de K’enqo, al norte del Cusco.

 

Montículo 2

A 17 m de distancia, en dirección noroeste, se ubica el segundo montículo con tres grandes petroglifos cuyos ejes mayores siguen una dirección aproximada este-oeste, aunque las caras del bloque mayor miren al norte y al sur y las de los otros dos al ENE.

Fig. 18 El segundo promontorio a la vera del camino inka (vista hacia el oeste)

El más representativo (a pesar de estar roto) es el situado hacia el nor-este; muestra toda una cara cubierta de gruesos surcos y cazoletas y grupos de cúpulas cerca de sus bordes. El bloque yuxtapuesto hacia el oeste sólo conserva algunos canales y cúpulas bosquejadas.

 

Fig. 19 Los dos bloques principales del montículo 2

El tercer bloque tiene su cara norte rota, con sólo restos de algunas líneas rectas. La cara orientada hacia el sur —también fracturada en su parte superior y en su arista sur-oriental, donde se interrumpen los trazos—, presenta grabados de un estilo diferente con surcos menos pronunciados y siguiendo un patrón abstracto, aproximadamente reticular, con predominio de líneas más o menos rectas, paralelas y entrecruzadas.

 

Fig. 20 Diferentes grupos de cúpulas en el promontorio 2

Montículo 3

A aproximadamente 100 m al oeste del montículo principal, cerca al despeñadero de P’asñahuarkuna; contiene otra roca con pequeñas cúpulas y algunas líneas (fig. 21). Al pie del bloque existe otro menor con cúpulas, posiblemente desgajado del primero. Más allá, en el barranco, se observa un bloque de cara plana rojiza con incisiones lineales apenas discernibles (fig. 22).

Fig. 21 Bloque principal del montículo 4 con cúpulas y algunos surcos

Fig. 22 Petroglifo con cicatriz de rotura más o menos reciente en el extremo derecho

Montículo 4

Contiene los grabados más recientes de surco delgado y regular hechos mediante la técnica de rayado. Hay un panel con cara al occidente que presenta líneas someras en zigzag; más abajo se observa un cuadrado con un apéndice perpendicular y otras líneas adicionales. La serie de líneas situadas debajo del zigzag dejan sospechar que hubo la intención de lograr una figura más compleja.  

Fig. 23 El cuarto montículo, que contiene grabados relativamente más recientes y de un estilo muy distinto a los demás

Fig. 24 El panel occidental del promontorio 4, además de los zigzag y un cuadrado presenta,
en su parte central, varias líneas que, al parecer, formaban parte de un dibujo más complejo

Al centro del promontorio, en una posición algo difícil de acceder, se halla un panel menor, con una serpiente y un pequeño puma. La primera, de surco rayado, muestra la cabeza prominente del ofidio y un cuerpo relativamente grueso; la cola no es muy notoria y parece en parte desgajada. Por el grado de intemperismo de los surcos y la existencia de líquenes, puede deducirse que la serpiente es algo más antigua. El puma tiene orejas, ojos y patas bien delineados así como una cola corta y muy ancha, que no corresponde del todo a su morfología natural. Se nota que la cola y los cuartos traseros, así como parte de su cabeza, han sido remarcados más recientemente mediante raspado superficial. Hay algunos rasgos del panel que nos hacen pensar que había en él un grabado más antiguo, muy somero, el mismo que pudo haber sido raspado para trazar o remarcar el puma. Es llamativo que alguien en tiempos recientes se haya dado la molestia de grabar esta figura, dada la incomodidad del acceso.

 

Fig. 25 El puma y la serpiente del otro panel del promontorio 4  

Bloques sueltos

Como ya se indicó, existen varios bloques grabados individuales, localizados en diversos puntos de la meseta. Ninguno presenta composiciones complejas, a lo más líneas sin mayor orden, cúpulas y, en uno, restos de gradas o de surcos gruesos. Sólo el de la cuarta foto da la impresión de ser un pedazo de alguno de los bloques mayores fracturados que conforman los montículos, tal vez de la “maqueta” de andenes. No es posible establecer relaciones de los demás bloques sueltos con los petroglifos principales rotos, lo cual nos haría suponer que dentro de los montículos podría haber otros bloques grabados invisibles o que éstos pudieron haber sido trasladados a otro lugar. El de la segunda foto fue removido hace poco; el fragmento de surco ahora visible yacía pues antes enterrado.  

 

 

Fig. 26 Algunos de los bloques sueltos ubicados en diversos puntos de la zona arqueológica y que fundamentalmente presentan surcos y pequeñas cúpulas 

 

El enigma de los bloques partidos

Prácticamente todos los bloques grabados están rotos, y no por vandalismo reciente (que se percibe en unos pocos casos). Analizando la naturaleza de los petroglifos y de los apilamientos, llegamos a la conclusión de que los bloques fueron partidos adrede antes de ser reacomodados para formar los montículos. Las evidencias físicas son irrefutables: 

  • En los bloques rotos, los grabados están interrumpidos en los bordes.
  • Los bordes de rotura son claros, por ser algo dentados, más afilados y menos intemperizados que los contornos “naturales”.
  • Los bloques superpuestos no encajan entre sí y sus grabados no coinciden ni en temática ni en su trazo.
  • Algunos parecen haber estado en proceso o a punto de ser canteados (lados rectos, ángulos casi ortogonales…).

Aparte de la partición de grandes pedazos, existen fragmentos menores apartados, que tampoco corresponden a los bloques mayores, lo cual hace pensar que provienen de bloques desaparecidos o enterrados.

 

 

 

Fig. 27 Evidencias de los bloques partidos y aun semi-canteados, con los grabados interrumpidos
(en anaranjado); en azul, huellas de atentados más recientes.

De igual modo, aparte de esta fragmentación en bloques grandes, se nota el astillado y rotura de ciertas áreas, todos de data muy antigua, como lo prueban el tipo de pátina y el desgaste de las aristas.

Podríamos deducir que las piedras grabadas inicialmente yacían individualizadas y dispersas; luego, por motivos desconocidos, habrían sido rotas y acomodadas para constituir los montículos. Eso explica también el orden que se ve en ellos, con las caras grabadas dispuestas según cierta orientación común. Es en el segundo montículo donde todo esto se hace más claro: los dos bloques grabados principales están en la base y tienen rotas sus cabeceras; encima de ellos se asienta un bloque más grande con sólo muescas y con una pátina más desarrollada e, inclusive, mayor población de líquenes. En el primer montículo es notorio que la piedra que contiene la espiral, al igual que su vecina desgajada, fueron cortadas de manera que hubiese un mínimo de separación entre ambas. En ésta, y en el petroglifo orientado hacia el oeste, es más evidente un trabajo inicial de canteado.

Fig. 28 Bloque roto con cúpulas poco definidas, localizado al pie de “maqueta de andenes” pero que no guarda relación con los grabados del mismo

 

PROBABLE FUNCIONALIDAD

Muchas dudas se plantean acerca de la posible funcionalidad de este sitio rupestre a partir de hechos en primera instancia inexplicables o, inclusive, contradictorios. Por un lado, el misterio de los bloques rotos y luego amontonados nos señala la ocurrencia de dos etapas en la existencia y la función de los petrograbados. En la primera, como indicamos, las piedras debieron estar dispersas y tener alguna funcionalidad que, por la configuración de ciertos grabados, tal vez tuvo cierta relación con ritos relativos al agua u otros donde pudieron usarse otros líquidos votivos. En una etapa posterior e indeterminable, las piedras fueron rotas y trasladadas, sufriendo un canteado preliminar para ser acomodadas para formar los monticulos. Por los vestigios podemos deducir que eventualmente habría otros petroglifos soterrados en la base no visible de los promontorios.

La existencia del t’oqo podría ratificar el carácter ceremonial del sitio pero no necesariamente de los montículos con petroglifos, pues es muy probable que éstos sean anteriores a aquél.

De otro lado, no creemos que los recintos adyacentes hayan tenido alguna función religiosa-ceremonial (en el mejor de los casos, no de carácter exclusivo). Por la ubicación de la meseta en un cruce de quebradas y de caminos, es más lógico pensar que fuese un puesto de control y vigilancia; eso explica su tamaño restringido y la relativa distancia a terrenos de cultivo y la ausencia de un sistema mayor de abastecimiento de agua. Al menos para el período inka podría pensarse que tal vez se abandonó la eventual funcionalidad ceremonial que el sitio pudo haber tenido anteriormente. Esto estaría corroborado por las noticias recogidas por Espinoza Soriano sobre el patíbulo o lugar de ajusticiamiento. No resulta muy lógico pensar que pudiese haber compatibilidad entre una función religiosa-ceremonial y otra de penalidad deshonrosa. Como dijimos, tal vez sirvió también, en parte, como prisión temporal para los condenados a ser descolgados en el P’asñahuarkuna.

 

¿Culto hídrico?

La configuración y la orientación de algunos surcos en varios de los bloques hace pensar que los grabados pudieron haber sido usados en un ritual en el cual se derramaba algún líquido en las depresiones artificiales, tanto en los surcos como en los grupos de pequeñas cúpulas, que a menudo están ordenadas siguiendo un patrón cuadriculado, algo que también encontramos en el sector B de un sitio rupestre próximo, el de Cruzmoqo-Tipón (Hostnig & Carreño, 2007).

Al no haber infraestructura agrícola resaltante en la zona y ni siquiera algún canal importante, se podría descartar la hipótesis de que hayan servido para un culto hidro-agrícola. Rainer Hostnig (comunicación personal) sugiere que como líquido de carácter sagrado pudo también haberse empleado chicha, sangre u otro, como parte de algún tipo de ritual hoy desconocido.

 

¿Apachetas, huakas, sayhuas?

Aun cuando la gran mayoría de referencias sobre el concepto de apachetas o apachitas (que Vitry (sf), a partir de las referencias de Santa Cruz Pachacuti y Guaman Poma cree entender que son una invención inka) se refieren a edificaciones hechas en abras o en las cumbres de cerros, hay menciones que las sitúan genéricamente a la vera de caminos. Así, González Holguín (1605: 22) las define como: “Montones de piedras adoratorios de caminantes”. La Academia Mayor de la Lengua Quechua repite, en esencia, esta acepción y agrega otras dos: una que alude a cierto tipo de abras y otra, muy dudosa, señalando que “Antiguamente eran las tumbas de los caminantes” (AMLQ: 2005: 15). Cobo (1653/1892: 344-345) escribía que “adoraban […] las peñas ó piedras grandes, los riscos y quebradas hondas, los altos y cumbres de los cerros y collados, que llamaban Apachitas: adoraban estos lugares, diciendo que cuando acababan de subir la cuesta arriba y llegaban á lo alto, descansaban allí de la subida. Tenían hechos grandes montones de piedras, así en las dichas Apachitas como en las llanadas y encrucijadas de caminos, á los cuales también hacían reverencia y ofrendaban”.

 

Cerrón Palomino (2008), en uno de sus ensayos de onomástica andina, señala que Con el nombre de apacheta se designa a los montículos de piedra acumulados en lugares especiales, principalmente en las cumbres de los cerros, por los caminantes indígenas que transportaban cargas pesadas, a manera de ofrenda simbólica a sus divinidades para que estas los aliviaran de las fatigas del cansancio de sus trajines […]. Este mismo autor califica como “etimología de significado errático o sesgado” (Cerrón Palomino 2010: 171) al dado por el Diccionario de Americanismos, que la define como “ara de piedra”.

Hyslop (1992: 204) cita a un investigador de apellido Mostajo quien aclara que: "...las apachetas no señalan los puntos más altos, sino los lugares desde los cuales uno descubría un nuevo horizonte o un accidente capital de la naturaleza".

En tal sentido, cabe preguntarse si estos montículos pudieron haber sido algún tipo de apachetas o de edificación similar. Su ubicación sobre uno de los caminos al Antisuyo podría abonar a favor de esto, al igual que su ubicación en un lugar preeminente, en una encrucijada natural que define accesos fundamentales hacia el Cusco y el valle de Yucay (hoy conocido como Valle Sagrado de los Inkas), y donde también se da un importante cambio en el paisaje del valle del Vilcanota.

¿Huakas? Al no haber ningún santuario preeminente en las cercanías ni ser tampoco (como parece) este camino inka de jerarquía elevada por dirigirse a algún lugar emblemático, resulta un misterio explicar esta extraordinaria sucesión de montículos con petroglifos. Es cierto que cerca está el apu Pachatusan, uno de los cerros tutelares del Cusco, a cuyo pie se ubica el Santuario del Señor de Huanka, construido, obviamente, sobre una huaka precolombina, pero resulta muy difícil establecer relación alguna entre estos montículos y dicha montaña, que sólo es parcialmente visible desde Torrekunka. Las huakas mencionadas en la relación de los ceques de Polo de Ondegardo-Cobo no parecen haberse extendido hasta estos parajes, por lo que, si se tratase de huakas, tendrían que haber estado bajo alguna advocación local hoy no identificable.

Tampoco pudieron ser sayhuas, definidas desde González Holguín (325) como “mojones de tierras” en especial para linderaje. En varios lugares se utiliza este término también para designar a pequeñas construcciones votivas, erigidas al borde los caminos de peregrinación y en las abras. No sabremos si es coincidencia o un signo de continuidad en ciertas prácticas ideológicas, pero en una las visitas del 2005 encontramos una sayhua moderna, a modo de “casita”, semejante a las que los romeros levantan durante su peregrinaje a santuarios como los de Huanka, Qoyllurit’i y otros. Una particularidad de esta sayhua moderna es que fue levantada delante de un bloque rupestre que contiene cúpulas. Para la visita del 2011 había desaparecido. 

 

Fig. 29 Sayhua moderna hallada en el julio del 2005 delante de un petroglifo aislado (fotos: R. Hostnig)

¿Función astronómica?

Queda la alternativa astronómica, una eventual relación con el culto solar y la determinación de las estaciones y sus repercusiones sobre la planificación del calendario agrícola.

¿Pudieron constituir alguna suerte de suqanqa? Las suqanqas son entendidas como pilares o gnómones con fines rituales y astronómicos, en especial para determinar los cambios de estación. Habrían varios elementos concomitantes (pero no concluyentes) que apuntarían en esa dirección: el análisis de Zuidema (249-250) hecho a partir de las referencias de un cronista anónimo de 1579 y de Cristóbal de Molina “el cuzqueño”, que mencionan dichos pilares, ubica la suqanqa del cerro Quispicancha a unos 25 kilómetros al este del Cusco; la proyección lineal de éste con el otro cerro referencial llamado Sucanca pasa por un punto muy próximo a Torrekunka. De otro lado, los montículos y el t’oqo están más o menos alineados a lo largo de un eje que no debe superar los diez metros de ancho y que, aproximadamente, sigue una dirección este-oeste. Las caras grabadas, sin embargo, responden a una distribución más aleatoria, lo cual, de alguna manera, debilitaría esta hipótesis.

Para el solsticio de invierno, la trayectoria solar es muy elevada y los montículos de Torrekunka están muy pegados al cerro, por lo que cualquier determinación de alineamiento con la trayectoria solar sol queda descartada, al menos para el solsticio de invierno. Normalmente para determinaciones locales del cambio estacional se escogían sitios más abiertos, donde podían instalarse dos suqanqas o gnómones visibles entre sí, desde las cuales se podían observar y medir las variaciones angulares del orto. En cualquier caso, esta es una pista que merece un análisis más preciso para ver si hay alguna coincidencia con lo estudiado por Zuidema.

 

RELACIONES

Los petroglifos antiguos de Torrekunka comparten similitudes en sus contextos físicos, en sus técnicas de tallado y en algunos rasgos estilísticos con otros sitios rupestres, en especial con los del relativamente cercano sitio de Rajch’i-Oropesa.

Por ser Torrekunka un centro que fue ocupado de manera continua desde la época de los Chanapata (tal vez, incluso, Marcavalle) hasta el Horizonte Tardío, pasando por los Qaluyo, los estados regionales y los Huari, y habiendo vestigios cerámicos y otros de diversos horizontes, resulta casi imposible establecer asociaciones y relaciones que permitan datar el origen de los petroglifos escultóricos. A esto debe sumarse el hecho de que los bloques grabados fueron rotos, trasladados y reacomodados para formar los montículos, con lo cual se anuló de manera irreversible cualquier posibilidad de correlación.

En cuanto a relaciones externas, la piedra “esculpida” con forma de “maqueta” de andenes corresponde a una tradición de amplia difusión en el sur peruano. Existen piedras similares en varios lugares, como en el valle del Colca u otra, con cortes menos pronunciados, en el complejo arqueológico de Mauk’allaqta, en la provincia de Espinar. De las “maquetas” del Colca (o lito-maquetas o petro-maquetas, como han venido a ser llamadas últimamente), una de ellas se encuentra casi al pie de la carretera de Chivay a Cruz del Cóndor y varias otras en las cercanías de la fortaleza de Chimpac, en Madrigal, Arequipa. Las lito-maquetas del Colca se enfocan casi exclusivamente en la configuración de “andenes”, algunos con canales de conexión, siendo las que más se aproximan a la concepción y a la compleja configuración geométrica y volumétrica de los petroglifos cusqueños que nos ocupan. Se considera que los petroglifos escultóricos de Colca fueron obra de los Collaguas, a quienes también se atribuye la construcción de las grandes andenerías de ese valle, que fueron ampliadas y mejoradas por los inkas (Mujica & De La Vera: 157)

Si los petroglifos fueron hechos en tiempo de los Qaluyo o los Kusipata o los Chanapata, o incluso antes, entonces no cabría una eventual correlación con las lito-maquetas del Colca, en el supuesto de que éstas correspondan, como se piensa, a los Collaguas, muy posteriores a aquéllos. La falta de elementos de juicio e información etno-histórica y arqueológica más precisa, impide cualquier intento de correlación más explícita, por lo que sólo cabe resaltar, sin mayores comentarios, esta similitud temática y estilística entre petroglifos tan distantes entre sí.

 

Fig. 30 Algunas de las lito-maquetas de Chímpac (fotos: P. Mamani Q.)

 

Fig. 31 “Maqueta” situada a la vera de la carretera Chivay-Cruz del Cóndor (valle del Colca) y la similar de Torrekunka

 

ESTADO DE CONSERVACIÓN Y PELIGROS

El sitio fue muy disturbado por la construcción de la carretera Cusco-Paucartambo, emprendida hace más de setenta años. Hoy en día, esta carretera está en proceso de replanteo, ampliación y mejoramiento, por lo que el nuevo trazo ya no pasará por esta zona. En la actualidad se encuentra gravemente afectada por la explotación minera: piedras en la parte alta y yeso en la parte baja. Las canteras en avance están cada vez más cerca de los montículos con petrograbados.

En términos generales, el estado de los petroglifos es relativamente bueno. Se observa desgaste de bordes por la oxidación y, también, por erosión eólica. Se nota la presencia de algunas manchas de líquenes blanquecinos y, sobre todo, verduzcos.

En otros lugares de la meseta pueden haber sido destruidos algunos petrograbados por acción de los picapedreros, pues las roquerías son usadas para la explotación de piedra que es canteada en el mismo sitio. Hay refugios primitivos al lado de los frentes de explotación donde viven algunos de los trabajadores y cuidantes. La pampa es también usada para el pastoreo de cabras y ovejas; el tránsito de volquetes y otros vehículos pesados es más o menos continuo.

Huaqueos y otros vandalismos

Se han contado no menos de siete hoyos de excavaciones clandestinas al pie de los montículos, además de dos muy recientes, una que involucra la rotura de una roca y otra cercana al montículo principal.

     

     

Fig. 32 Huaqueos antiguos y recientes en el sector rupestre de Torrekunka

En Torrekunka, aparte de lo misterioso de los bloques partidos, se reconocen actos más recientes de vandalismo, con rotura de bloques, como lo prueban las superficies expuestas frescas la angulosidad de los bordes, la ausencia de pátina y los restos de astillado. En ciertos casos, los atentados forman parte del proceso de huaqueo; en otros, al parecer, se trata de intentos por parte de los mineros de obtener piedra para comercializar. Eventualmente algunas de esas caras rotas pudieron haber tenido grabados.

Existen bloques dañados no tan recientemente (tal vez hace algunas pocas décadas), de las que se han desprendido lajas que también pudieron haber contenido grabados. La mayoría de estos bloques desgajados está cerca de los puntos de huaqueo.

Fig. 33 Bloques rocosos cercanos a petroglifos cuyas caras, eventualmente grabadas, fueron recientemente desgajadas

El problema de las canteras

En 1997, un cuadrante de 100 hectáreas fue otorgado en concesión minera por el Ministerio de Energía y Minas a la empresa “Carmen Bonita”. A raíz de ello intervino el entonces Instituto Nacional de Cultura-Cusco que, tras una evaluación a cargo del arqueólogo Octavio Fernández Carrasco, delimitó como zona intangible un área de 9.6 hectáreas en el año 2001. Este perímetro resulta insuficiente y debe ser ampliado, pues los vestigios arqueológicos se extienden más allá; se necesita, además, un área de amortiguamiento.

Con el auge de la construcción que se vive desde hace  aproximadamente una década, la extracción de andesitas se ha intensificado en los últimos años en la parte occidental y septentrional del afloramiento de Torrekunka. Aun cuando no hay indicios de que se haya afectado la parte arqueológica, subsiste el riesgo de que algunos apurados transportistas usen los bloques y la mampostería de los recintos arqueológicos, como ya ha ocurrido en otros lugares, como, por ejemplo, en los conjuntos arqueológicos Mauk’ataray (en el distrito de Taray, cerca de P’ísaq) y en Saqsayhuaman.

De otro lado, en la parte oriental del afloramiento, al pie de la zona de posibles tumbas y de la carretera de acceso, existen frentes de extracción clandestina de piedras. Según nos informaron, en esos lugares la piedra es extraída en las tardes o los fines de semana; se ve incluso una trocha que llega al pie de estas canteras ilegales.

 

Fig. 34 Las canteras (algunas clandestinas, dentro del perímetro intangible)
cuyo avance amenaza al conjunto arqueológico de Torrekunka

 

Agradecimientos

A Rainer Hostnig, por sus notas, fotos y la acuciosa revisión del artículo. A Susana Kalafatovich, por su compañía y observaciones en la última visita de campo.

Notas:

1. Las erupciones centrales son las que se dan desde el cráter de un volcán; las fisurales corresponden a emisiones de material volcánico desde grietas.

2. Se llaman volcanes monogénicos a aquellos que desarrollan un solo ciclo de erupciones, tras el cual se desactivan. Son, por regla, pequeños y rara vez dejan un cono volcánico, quedando de ellos sólo acumulaciones de lava y escorias.

3. En los afloramientos de Cruzmoqo-Tipón, Rajchi-Oropesa y Rumicolca también existen petrograbados, mientras que para Huaqoto no se tiene noticia de ellos, a pesar de la existencia de restos arqueológicos.

4. Disyunciones columnares: formaciones prismáticas de material volcánico producto de un enfriamiento muy rápido de las lavas. Son columnas de sección por lo general hexagonal o pentagonal. Se llaman también “órganos” por la similitud de su disposición que recuerda a esos instrumentos musicales.

5. En esa misma comunicación —por lo demás, bastante escueta— se afirma que “De acuerdo a los estudios del prestigioso historiador nacional Waldemar Espinoza Soriano, este sitio [Torrekunka] pertenecería a la etnia de los Pinagua y los Muyna donde tendria una de sus sedes social administrativas” [sic]. (www.apar_peru/web/petroglifos-de-torrecunca-por-john-valencia). En honor a la verdad, vale aclarar que Espinoza Soriano, en ningún pasaje de su muy bien documentado y consistente artículo sobre los pinagua hace tal afirmación ni menciona a Torrekunka.

6. Esta leyenda sirvió de pretexto para que hace algunos años, ciertos aventureros españoles representando a una empresa de exploraciones obtuviesen autorización para hacer sondeos geofísicos y excavaciones en Santo Domingo, hallando sólo unas criptas subterráneas. Al parecer eran caza-tesoros cuyas intenciones estaban muy alejadas de cualquier fin científico; el hecho terminó en un sonado escándalo público.

7. Nunca hubo suficiente soporte etno-histórico para esta denominación (ni su supuesta equivalencia nativa: pachataka); ahora sabemos que no fue ni horca ni inka, pues se dice que fue acondicionada por gente de la cultura Chiripa. En la actualidad, siguiendo la moda en boga y a partir de evidencias muy endebles y especulativas, es calificada como “observatorio astronómico”. La mayoría de guías y de especialistas afirman que es una construcción, pero lo real es que se trata de dos pináculos calcáreos de origen natural (producto de karstificación) en los que se labró un peldaño sobre el que debieron apoyarse varios bloques a modo de dinteles, de los que sólo quedó uno (o, tal vez, se trata de una intención trunca). Hay criterios que permiten pensar en que iba a ser el portón de un proyecto de fortificación.

8. En nuestras últimas visitas constatamos que dichos vestigios de pintura han desaparecido.

9. Las orientaciones son referenciales; en realidad los ejes principales de los apilamientos no están bien definidos y pueden seguir direcciones ENE y ONO.

 

¿Preguntas, comentarios? escriba a: rupestreweb@yahoogroups.com

Cómo citar este artículo:

Carreño Collatupa, Raúl. Los petroglifos en monticulos
de Torrekunka (Caycay, Paucartambo), Cusco
.
En Rupestreweb, http://www.rupestreweb.info/torrekunka.html

2012

 

 

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